Ahí estaba ella, esperándome, observaba con impaciencia mi salida pero no, no iba de salida, había decidido el encierro mil veces antes de "aventurarme a la vida", sí, suena linda la coordinación de esas palabras pero ya no quería más aventuras, o será que desde hacía mucho tiempo no tenía ninguna.
Mucho tiempo, demasiado corazón había regalado en aquellas calles, ya no me quedaba ni siquiera la impaciencia que tanto supo identificarme, no ansiaba lo que esperaba ser descubierto, lo que para mí debía ser revelado.
Es que el pasado era un cáncer que nos iba consumiendo hasta la médula, y hablo de ciertas personalidades, de ciertas sensibilidades abyectas al mundo, y sí, reconozco que el asco me invadía más que cualquier sentimiento humano, el asco de haber esperado tanto tiempo por nada y ahora ella, en cambio, esperaba mi salida, esperaba una señal de vida en estos ojos que años atrás supieron albergarla eternamente y con la más pura de mis contemplaciones, esa vieja amante que cuando me di por aludida ya se había aprehendido de mis carnes.
Era Primavera, ¡oh!, estación donde mi ser encontraba su plenitud, danzaba regocijado y radiante entre la tibia claridad de esos días, de esas flores, hierba viva y fresca entre mis dedos; Helios, luz del universo, tú que encontrabas refugio en mis venas para correr junto a ellas, para abrir y secar, para morir y renacer de las cenizas, como el ave Fénix.
Pero no, era primavera y sin embargo mi ser había exiliado a un lugar desconocido para mis pupilas ¡las externas!, sentía lánguida la vida, lejana la aurora y cercana la oscuridad de mi ocaso.
Los años, quién sabe, nadie tiene derecho a saber, yo no les he dado ese derecho, vil melancólica, ya no había amor porque se había ido y brotó de su vacío la insanía, de las personas me fui hartando hasta asquearme y dejar dos o tres dando vueltas para que sirvieran de consuelo o estribor en el naufragio. Aborrecía la superficialidad, la indiferencia de los cobardes y la terrible estupidez de la dependencia de los sentimientos que tienen los débiles a la hora de valerse por ellos mismos, pues bien, suena terrible lo que estoy diciendo, no para mí sino para quién no haya pasado por estas circunstancias, por estos desagües de frutas podridas, por estos sueños hambrientos y hedorosos, y dagas, dagas convertidas en gargantillas.
Pero ella está ahí, y seguirá estando por más que cierre postigos y ventanas, por más que escupa su presencia, ella me devolverá ese insulto con la luz que la invade y sobre todo, de ésa, su persistencia. Y sin embargo, es la única que ha venido a buscarme para aventurarme en esta noche de primavera, sin embargo, me desarmo en ella llenando mis hojas en blanco de su benevolencia, ya no has de dejarme porque te he sumergido con mis confesiones y ansiedades de juventudes, me has enamorado y ese amor ha sido correspondido y devuelto a mis manos, manos que actúan de herramientas cuando mi corazón ha lidiado con la conciencia, ésta que me impulsa a escribir y aquél que se ha negado a salir.
Ella no se irá, me ha observado a través ¡de mis ojos dormidos!, atravesándome hasta eclipsar dentro mío.
Tu presencia me acecha como el ojo de un felino, eterna persistencia que te has encaprichado conmigo, luna llena que me llenas, luna de los extraviados.
Sin filtros, te confesé mi amor una madrugada de aquéllas, tú recuerdas, te lo confesé por lo que restarían de las huellas que me impulsarían a recorrer los designios que me había previsto la existencia, y has optado por acompañarme, aquí, ¡AQUÍ! alternándote con el cosmos, con las estrellas fugitivas, te me has quedado, peregrina que me envuelves y atrapas.