En la vida todo es ir.
Sabe el hombre donde nace,
más no donde va a morir.
(Canción boricua)
A _libélula_ que una tarde me preguntó, ¿Y tú curiche, cómo vivías en esos tiempos? ¿Cómo se las ingeniaban para no estar involucrados?
No te sientas vencido
Ni aún vencido
No te sientas esclavo
Ni aún esclavo.
Trémulo de pavor
Muéstrate bravo
Y arremete feroz
Ya mal herido. *
P´tas que está caliente Enero, es el tercer jueves del mes, la micro va desde el nor-poniente y termina allá en el sur oriente de la ciudad, el sol da en todos los asientos. El negro curiche ya temprano en la mañana transpira como caballo de carretela en uno de los asientos, el paseo en la micro es de dos horas; en la Alameda suben algunos vendedores de helados así que con uno de fresa calma en algo el calor de la mañana, lleva a sus dos hijos y a su mujer en la retina, ellos están allá en la fresca Quillota terminando su veraneo, a él se le terminó el descanso (si es que se puede decir descanso) ese Jueves regresa a la actividad allí en la zona caliente, la que vigila el dictador y que los partidos populares apuestan, los segundos que esas zonas puedan definir la salida del tiranuelo (el que de unos pocos dólares no más de unos 10.000, llegó a los 15 millones que tenia en un banco, tuvo un mago de las finanzas) este las vigila para que no se escapen a su control.
Casi quince años es esta huevá –se dice el curiche- ¿Habrá alguna de estas noches durante estos años malos en que se haya llegado al amanecer sin temores? Las mas malas fueron las del 75 –recuerda- ¿Cuánto sufrió la Juanita? Sólo ella lo sabe ya que se la ha guardado y nunca lo ha dicho, ¿En cuantas casas ajenas has dormido? No, imposible saberlo y además mejor ni acordarse – trata de salir del instante de meditación en que se ha metido- pero, miremos por la ventanilla a la calle mejor.
Sube al micro un hombre más que flaco, se para en el pasillo y da inicio a su discurso. “Señores pasajeros, me subí a la micro con el permiso del conductor, y vengo a contarles la firme, le legal, la pulenta, soy un presidiario que por la conducta le dieron el beneficio de la diaria, así que cada noche a las nueve debo ir a dormir a la peni, ustedes saben que no estaba ahí por bueno sino por choro y pato malo, si me dedicaba a colgar a los giles que iban descuidados, a la noche tengo que llegar con algo p´a la carreta, la carreta son todos los que estamos en la celda, y hay que llevarle el te, la yerba p´a los mates, bazucar p´á endulzar la noche, los cigarros y algunas monedas, y ustedes saben que en ninguna parte me dan pega, Sist., con los papeles sucios ¿Quién me va a dar trabajo? Y p´a no robar les pido unas monedas, esa es la firme, sino encuentro las monedas, voy a tener que colgar a alguien por ahí, y si alguno de ustedes se colocan delante mío, los puedo desconocer, gracias”.
Pasó el choro estirando la mano a cada pasajero, en algunos le dejaron caer monedas más por miedo que por caridad.
Al pasar ente a La Moneda y ver tanto policía de uniforme y civil, se despereza y regresa a la realidad personal, se mira, se recorre entero, ¿Qué llevo? –se interroga-
Un lápiz bic de punta fina, una cajetilla de cigarrillos y no fumo, dentro va un papelito con algunas notas, el carné de identidad, bueno, paso tranquilo una revisión policial ligera, a la casa de la Rosina llegaré, ahí me encontraré con el Miguel y de allí hasta la Legua a conversar con otros compas, la chica Aleja y la Roció mas tardes, es día de feria, va a ser un buen día, el verano ha bajado la actividad política.
Deben haber unos 28° grados a esa hora de la mañana, la calle bulle, calor y caminantes presurosos van de allá hacia mas allá, las mujeres con vestidos ligeros el sol desde la cordillera hace que sus piernas luzcan bellamente cálidas al trasluz del solidario sol, caminando ajeno a todo va un hombre de unos 50 años que lleva puesto un vestón gris, su rostro va rojo de calor, pero no se quita se chaqueta, un pañuelo limpia su sudor de la frente mientras espera a que cambie la luz del semáforo y cruzar al otro lado de la Alameda, un vendedor de helados sube con su caja de cartón ofreciendo los helados de piña y frambuesa, creminos y chocolitos, este adulante saca al negro de su sopor pensante, al cambiar la luz cruza el viandante con su saco puesto, al mirarlo nuevamente regresa a la ciudad de Illapel, al año 83, una sonrisa acompaña al recuerdo.
Pancho pistola, siempre con su vestón puesto allá en la pequeña ciudad del norte chico o verde como le llaman, ciudad metida entre los valles, sol generoso, viñas de uva pastilla, uva rosada de un dulzor grande, uva pisquera, cerros a veces generosos en pastos para las cabras en las comunidades campesinas, mineros de pirquenes, hombre que toda la vida han buscado la veta que los hará ricos, dulces damascos, en fin bella ciudad, allí o conocí, mas bien a ambos, la Rosita y su marido Pancho pistola, ella delgada, mas bien flaca, siempre al lado del hombre, lo ha seguido a donde quiera que haya ido en estos años de actividad clandestina, en su casa cada mes el catre de campaña para dormir, él, alguna vez fue campesino, se nota en su rostro y en su voz, en sus gestos de todo el fluye su sangre mezclada con la tierra de los surcos, luego minero, su conducta lo dice, mas de alguna vez dirigente sindical, (como el colorao de la historia del Raymundo, el pancho, se ha trenado a golpes de puño y pies con algún lame culo de patrones y también mas de una ha disparado su fierro, por ello su mote de pancho pistolas –todo eso en un segundo en el cerebro del curiche-
“Jefe, puta estamos en diciembre, hace más calor que la cresta y usted cada día sale con el vestón puesto, ¿No tiene calor?”
“Negrito, si, hace y tengo calor, pero, ha de saber usted que, uno siempre sabe a la hora que sale de la casa, más nunca sabe en donde va a pasar la noche, y por estos lados es mas duro el frío de la noche que el calor del día”
Era como los pampinos el viejo, siempre con su saco puesto. Y tenía razón.
Debe haber sido el 85 u 86, fue la última vez que vi al pancho, - rememora- la casa de la Villa Frei, entramos a la casa el miércoles en la tarde, la cagá pa grande que quedó en la casa, un fuerte abrazo nos dimos, a la charla se sumaron los otros que llegamos, en la noche lo echamos al medio y le hicimos dormir en el segundo piso del camarote, reclamó el viejo, en la noche siguiente le cambiamos de lugar, la reunión comenzó al día siguiente en la mañana y terminaría en dos o tres días después, buen primer día y el segundo también, alguna baraja de naipes para pasar las horas muertas, el tercer día terminaría en la tarde el encierro. Y le dije al compa que me dio la dirección que la casa era mala.
“Oye, sabís… esa casa es mala, creo que deberían cambiar por otra”
“Pero, si nunca has estado allí, si nunca ha habido drama, ¿Por qué dices que es mala?
“Simple, por que en la cercanía vive un chancho de la Cni”
“De todas maneras, dile al jefe”
Y se lo dije a los que estábamos allí encerrados por tres días, al tercer día como a las diez de la mañana, vi al auto entrar muy lento en el pasaje, era color guinda seca, se me iluminó la ampolleta y dije.
“chuchas, viene un auto extraño, con tres o cuatro guevones arriba, guarden todo, papeles en una bolsa para quemar, metanse p´a dentro, rápido, se detuvo en la entrada, se baja uno, Sist. Está frente en la puerta, busquen por donde salir”.
“Aló…. -Grita el tipo-
La dueña de casa sale y pregunta ¿Que quieren?
“Señora, venimos a ver la casa por que hay una denuncia que acá se hacen reuniones políticas”.
Parece éramos 6 a esa hora, -recuerda- cuatro alcanzaron a saltar y se llevaron los papeles, la dueña tenía la puerta con llave y no la abre, les dice que si no tienen orden de entrar ella no les iba a abrir, fueron caballeros, no entraron, debe haber sido por que todo el pasaje estaba en la calle, amenazan a la abuela que regresarían y se fueron mas rápido de lo que llegaron.
“¿Oyeron? Dijo cuando entró.
“Si compañera, quedamos los dos que esperamos, hasta el último minuto”
“deben irse luego por que volverán”
“Si, revisamos todo y nos vamos” le dijimos, y lo hicimos, saltamos a otra casa, por sobre unos rosales, quedamos más rajuñado que en un pelea de gatos, antes metimos restos de basura en una bolsa negra y nos fuimos”
Pancho pistolas se fue con su vestón –sonríe mirando por la ventanilla al que cruza- y tenía razón el viejo, ya que hace dos años que está encarcelado allá en Curicó unto con el Neco, chuchas el Neco, mi sobrino, hijo de mi hermano, esas primeras noches en la celda luego de la tortura ¿le habrán dejado colocarse su vestón?
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