Los amigos deberían ser eternos.
¿Cómo se llena el vacío
cuándo la vida los arranca
de raíz sin aviso previo?
Miro el cielo y pregunto
¿a qué estrella envío mi verso?
Abismo de manos vacías
y susurros sin eco.
Ausencia desgarrando palabras
que agonizan sin dueño.
Tristeza que se vuelve mar
en los ojos del tiempo.
Un cruz tatuada,
en la piel,
en la carne,
en los huesos,
que la vida no puede borrar,
que la muerte respeta en silencio.
Los amigos deberían ser eternos.
¿Qué derecho tiene la muerte
a vaciarnos el alma de estíos
a llenarnos las manos de inviernos,?
¿Dónde quedan los sueños
que soñamos a dos suspiros,
cuando quedamos solos
con este hálito gélido?
Miro la tierra y pregunto
¿es mi verso semilla que germina en el exilio?
Miradas huérfanas de ojos cómplices
que expiran en el erial de un gemido.
Lágrimas que no callan
y tiritan en el frío de un recuerdo.
Dolor que se vuelve
roca aferrada al pecho.
Clavos incrustados
en las sienes,
el cerebro,
en los miedos,
que la vida sangra,
que la muerte ignora en secreto.
Los amigos deberían ser eternos,
y la muerte no debería,
atreverse, con su manto andrajoso,
a arrancar de cuajo
las entrañas,
los sueños,
el tiempo,
para en su lugar dejar este piélago profundo
a la deriva del dolor,
que es mi verso. |