EL VENDEDOR
Soy vendedor, un simple vendedor ambulante. De los mejores diría, porque detrás de un mostrador cualquiera vende si hay un cliente dispuesto a comprar, lo difícil está en la calle. Ahí está el gran desafío. Hay que sacar lo mejor de uno e imponerlo con sutileza y convicción, ahí hay que vérselas con distintas gentes y vender sí o sí lo que sea…
En esta materia, la calle es la mejor escuela y yo su mejor alumno. Sin más argumento que esta básica necesidad, aprendí a enfrentar a todo potencial adquiriente; al advertido que despreciará lo que ofrezco, al desprevenido que le molestará mi abordaje, al intolerante que toleraré, al indiferente que me esquiva sistemáticamente, y por último al que se detiene interesado pero regatea. A toda esa circunstancial clientela que transita y transitará por la vereda y por mi vida mientras yo no sepa hacer otra cosa que venderles…
No me estoy justificando, en la vía pública se aprende todo de todo, y comerciar es lo que más me apasiona. Es una tarea noble, donde la palabra convincente y oportuna es la persuasión que nos lleva al éxito buscado.
Y ya que hablé de persuadir me gustaría contar algo sobre mis conquistas amorosas, aunque nunca mezclo esa habilidad comercial mía con estas cosas del sentimiento. Simplemente porque donde se trabaja no se enamora. . ,
Yo las separo bien así: En una vereda vendo a los hombres, y en la otra me vendo a las mujeres…
Noelia, Sandra, Anabel, Melisa, Yamila, Agustina y Dorita podrían corroborar lo que digo. A cada una de ellas me brindé envuelto con mis mejores e insospechados atributos...
Para empezar, la naturaleza no me largó con tan mala facha, así que presentándome bien hablado, culto, como sacrificado trabajador, romántico, bondadoso, simpático y responsable fue suficiente. Ellas me compraron como lucía, y fueron mi pareja por un tiempo prudencial, es decir corto. Hasta que se dieron cuenta que no todo lo que reluce es oro… Entonces mientras aquel fulgor duró estuve acompañado, que no es poca ganancia en esta solitaria vida de oficio callejero que llevo y que llevaré…
Ya que seguiré confiando en mi proverbial llegada hasta dar con esa mujer que acepte como soy en definitiva. Oportunidades no me faltarán aunque en el camino fracase con alguna de entrada...
Como ocurrió con Juliana (nombre que saqué de su guardapolvo), que mientras yo soltaba mis palabras mágicas al aire, ella me las derrumbaba con el humo del cigarrillo que estaba fumando…
Esta mujer había salido a sosegar su vicio en la puerta de la farmacia donde trabajaba, y yo me le acerqué llamado por su frágil y retraída apariencia, ávida de algún cortejo, creí… Evidentemente estaba al tanto de mis andanzas mujeriegas por ahí, y se cubrió con un carácter tan parco y terminante que frustraría al Playboy más mentado… .
Por primera vez mi verborragia no surtió el efecto cautivador que esperaba, me neutralizó por completo. Pero como buen vendedor ambulante que soy supe retirarme a tiempo de ese bochornoso desaire pidiéndole disculpas como un verdadero caballero. .
Y ella también, como buena vendedora de mostrador que es, reconoció mi cordial actitud ante la adversidad y pudo recompensarme de alguna manera; me compró la última caja de condones aromáticos que yo ofrecía como novedad en la vereda de enfrente…
|