Hubo un tiempo en que los hombres provenientes de otras tierras comenzaron a invadir las nuestras con una prepotencia nunca vista, de forma altanera ingresaron a nuestro territorio portando armas en las manos y destruyendo a su paso toda nuestra cultura e imponiendo la de ellos.
Asesinaron a mucha gente, esclavizaron a otros tantos y obligaron a profesar creencias distintas a las nuestras, todo en nombre del progreso.
Al principio nuestra única solución era atacar sus estancias, organizábamos malones en los cuales recuperábamos a nuestras mujeres, nuestros hijos y animales domesticados. Recuerdo que en uno de esos malones derribamos los muros, que cada vez eran más altos, y un niño me extendía sus brazos, observe en él mucha desesperación y signos de golpes en todo su cuerpo. Supongo que era el padre, quien lo observaba desde adentro de una galería, sus gritos no lograban llamar la atención del pequeño y sólo atiné a tomarlo del brazo y subirlo a mi caballo. No podía entender lo que me decía pero me dejaba en claro que no quería estar en ese lugar.
Pasó un tiempo y con el niño ya no debíamos usar las señas para entendernos, el tiempo en el desierto cosechando y alimentando nuestros animales creó una unión muy importante. Ya casi no mencionaba que su padre lo golpeaba, me confió que momentos antes de que el malón llegara ese día, se encontraba atado a una silla, esa era la forma de castigo que usaba su padre cuando no acataba las órdenes, pero con un cuchillo de mango de asta logró cotar la soga. Siempre valoró aquella situación.
Fue un día de mucho calor, nos encontrábamos recorriendo el desierto cuando divisamos a dos personas extranjeras, cruzamos las miradas y me dijo que era su padre, alzó su mirada por encima de mis hombros y la posó sobre el horizonte, me dijo que la mujer era su madre, que nunca dejo de extrañarla y ahora debía marcharse, lo necesitaba. Lo abracé y en silencio se despidió aquella tarde.
Habían pasado pocas lunas de aquel instante y una tarde regresó por el camino empedrado, lo saludaban como se saluda a quien ha conquistado tierras nuevas o a un gran luchador. Su sonrisa me contagió y a cada paso iba dejando en el camino las vestimentas que le habían impuesto, me abrazo y me dijo que aquel no era su lugar, no encontraba miradas profundas y la tierra no era valorada por aquellos. Llevaba colgado su viejo cuchillo, me dijo que representaba para él la libertad y que sólo el hecho de encontrarlo le había dado sentido a su destino.
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