Como cada noche, se formó un nuevo laberinto, este es distinto, su materia es intangible, tiene un altar circular o una espiral infinita. Tres flechas desde su interior rigen el andar del viajero. Que en sus sueños con densidad y viscosidad se estira. Tres años en apenas un parpadeo. A diferencia de los anteriores, de este acertijo no escapa nadie. Ni reyes ni sabios han podido descifrarlo. Solo tres clases de seres pueden entrar y salir de él: un Dios, un demonio y quizá un demente. Hay quienes afirman que en el símbolo de virgo está la llave, pero desde que el laberinto movió sus engranajes en dirección incierta, ya lo sagrado no huele a incienso. El laberinto flota invisible sobre el mundo, corroe la piel con su paso constante, golpea al alma y la tortura. La pista que el símbolo más cercano reveló fue que solo un sacrificio puede detener al laberinto, la muerte, pasarán desde su construcción milenios, antes que sus engranajes regresen a su punto inicial, el punto en que las respuestas eran accesibles y se podían tomar con la mano como frutos de un árbol de luz.