Su boca se llenó de sal, la piel ya no le ardía, una coraza de surcos y olas la había moldeado; ahora era de roca.

Sus fuertes brazos sostenían la red.

– Unos peces más, unos peces más –resopló con un hilo de aliento.

El viento arreciaba agitando su largo cabello, su barba profusa se llenó de rocío, el clima hoy era benigno, las olas relativamente calmas y el frío no dolía tanto, pensó agradecido.

Sus hijos este mes volvían al colegio, uniformes y cuadernos para las diversas materias. La niña quería ser dentista; el varón, quería ser doctor.

– Unos peces más, unos peces más –repetía

– Me espera el pan recién horneado y la leche comprada en el establo.

– Es gratificante la vida, no hay como un pueblo rural.

Esa madrugada abundaron los peces en su red, la vida escuchó su plegaria y es que él era un buen hombre, era un buen hombre de mar.

Hoy regresó con suerte

– ¿Mañana?

– Mañana…ya se verá.



M.D