De la mano la tomé delicadamente, hacia la puerta la llevé cuidadosamente y allí la acorralé.

Mis manos acariciaban sus mejillas, mientras las mías se sonrojaban y una gran sonrisa, que no podía ocultar, de mis labios escapaba.

A los ojos la miré sin pestañar. Siglos transcurrieron y cien mares comencé a transpirar. Su nariz pude tocar con la mía, los ojos cerré y lentamente me comencé a acercar a sus labios.

Una mano por su cuello comenzó a danzar lentamente, mientras ella cerraba los ojos también. Me acerqué lo suficiente y ella completó el camino.

Unos segundos después me alejé y a los ojos la miré, mientras el labio inferior me mordía. Sus mejillas rojas, cual tomate, se tornaron. En ese instante, con un rápido movimiento, se abalanzó hacia mí y sus brazos me rodearon. No dejó que huyera y fuertemente me agarró.

El calor de su cuerpo sentí junto al mío y fuertemente la abracé también. A su oído derecho me acerqué y le confesé que ella no tenia idea de cuánto había esperado sentir sus labios.

La amo y ya le pertenezco hasta el día que esta dama lo desee.