Teniendo en cuenta que en este momento anotaré en mi bitácora de capitán un comentario mas allá de la cantidad de pesca que obtuvo mi embarcación o de la velocidad que ha tomado el viento proveniente del norte, deseo expresar cierta sinceridad que yace en un rincón de mi conciencia. Puedo decir que me he equivocado, que soy portador de cierta soberbia, de escasa tolerancia y por momentos caigo en las palmas de la temible soledad. Lo último es causa de las dos primeras, es un factor que merece comentarios aparte, ya que ha condicionado mi personalidad.
Las actitudes que ha tomado mi destino no fueron de las más apacibles a mí parecer, pero he afrontado con calma las curvas más cerradas de esta ruta. La vida, en su recta final, ha elegido para mí un existir sin sobresaltos, donde la rutina cobra protagonismo y la experiencia no es más que un consuelo. Mis recuerdos son reflexionados todas las noches y las estrellas son testigos de que vivo y muero todos los días por ellos.
En mi camarote sólo converso con fotografías, dejé de guiarme con la brújula, siento que ha llegado tarde a mi vida, hubiera preferido que me guiara en mis años de juventud. Necesito estar luchando por mis pensamientos en este momento y no reflejarme en un espejo y observar a un viejo con una barba blanca y revuelta. Nos es que me arrepienta, quizá cada pasaje de mi existir benefició de algún modo a alguien, con algún gesto habré robado alguna sonrisa, con alguna caricia habré calmado algún dolor, con algún beso matado una tristeza. Pero necesito volver a sentir el calor en mi corazón, ya no funcionan mis lagrimales, un marinero nunca los usa. Ya no temo a las tempestades y dejaron de asombrarme las pescas abundantes. Quiero calmar mi ronca voz, descansar mis brazos y posar mis pies en tierra firme. Sólo quisiera poder algún día volver a perderme en los ojos de alguien, saber que de alguna forma no existieron en vano mis últimos años.
En la siguiente página detallaré las vicisitudes del viaje y la cuantiosa pesca…
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