EL PÉSAME
A Nancy la habíamos visto poco últimamente. Desde que enfermó su madre se había dedicado a cuidarla en su casa y prácticamente no venía por el barrio. Se la extrañaba porque siempre fue una excelente vecina dispuesta a ayudar a solucionar problemas y, como sabía vida y obra de casi todas las personas del pueblo, resultaba casi imprescindible su jugosa charla, cuando pasábamos por su vereda para hacer diligencias.
Chiche, su marido, que había quedado solo en la casa, falleció repentinamente, y Nancy volvió a su casa, donde se instaló con su mamá partir de ese día.
Se comentaba que la mamá necesitaba sus contínuos cuidados porque, además de su avanzada edad, estaba muy enferma. Yo no la conocía y había pensado ir a visitar a mi vecina, por cumplido, para darle el pésame por la muerte de su esposo, y de paso conocer a su madre, pero pasaron los días y lo fui postergando.
-Sabés que no me gustan estas situaciones- le decía a Carlos, mi marido, cuando me apuraba para que fuéramos a saludarla. Él las conocía a ambas desde hacía mucho tiempo, aún antes de de que Nancy se casara.
Pasó un buen tiempo más cuando leímos la noticia, en la página de los fallecimientos: había fallecido una anciana de 93 años que, por la altura de la numeración de la calle, coincidía con la casa de Nancy, y aunque no conocíamos su nombre y apellido, supimos que era ella ya que comprobamos que los otros vecinos estaban todos vivos y saludables.
Por supuesto, yo, que les rehúyo a estas cosas no tenía mucho ánimo para ir, pero Carlos me convenció de que fuéramos a saludar, que nosotros siempre dábamos la nota, así que nos preparamos para ir al velorio.
Antes de salir hice un último intento:
-Mirá, Carlos, es mejor que vayas vos solo. Yo ni siquiera la conocía…
-Bueno- dijo Carlos resignado- Creo que se hizo tarde…. Es mejor que vayamos a saludarla uno de estos días.
Dos o tres días después, Carlos arremetió con el tema.
-Vamos a quedar mal con Nancy…. ¡Pobre! ¡Arregláte y vamos a visitarla!
Al rato estábamos golpeando su puerta.
La saludamos con cara de circunstancias, sin mencionar a la madre ¿Para qué remover las heridas, después de tanta desgracia…?
-Pasen- dijo Nancy.
Observé a una anciana sentada en una silla. Seguramente alguna tía que había viajado para acompañarla.
-Mi mamá- Me la presentó Nancy. (Primer codazo de mi marido)
-¡Ah…! ¡No la conocía! Un gusto conocerla…
Nos sentamos en rueda y estuvimos charlando un rato. La mamá conocía a mis padres y abuelos y estuvimos rememorando viejas anécdotas que ellos me habían contado alguna vez.
Yo estaba encantada, pero no así Carlos, que transpiraba y me pegaba contínuos codazos y pisotones.
Al fin nos retiramos diciendo que habíamos salido a caminar, e íbamos a seguir haciéndolo.
Al otro día nos enteramos que la anciana fallecida era una tía de Pocha, la vecina de al lado, que había sido recibida en su casa porque había quedado sola, ante una enfermedad terminal.
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