Me salí a caminar para despejar la mente tras la pronta ruptura de mi pareja que no esperaba, tenía ganas de llorar pero mis ojos ya se habían secado, quería gritar pero mi voz se había esfumado en un oleaje de viento, así que no me quedaba otro recursos mas que salir a caminar y abrazar a un árbol si se dejaba y me lo permitía.
De repente, escuché como alguien a lo lejos chistaba y repetía mi nombre sin cesar, sin embargo, no veía a nadie conocido que pudiese encontrarme en aquel lugar tan sin igual; asi que seguí mi marcha en afán de encontrar un árbol que curara mis penas.
Cuando justo creí que lo había encontrado alguien se me acercó de pronto, era un señor que tenía una careta de ser opulento y lúgubre. Inclusive podría afirmar que era un anciano, quizá por el decoloramiento de su pelo una pequeña calva que se asomaba entre su cabeza, una panza tirante bajo el pecho caído, y demás detalles que sin duda demostrarían que era una persona de mayor edad.
Dijo con un mirada muy intensa y segura:
-Eres Olivia Montemayor
Estaba impresionada que una persona con esa apariencia pudiese ser mi amigo, dejando a un lado mi presunción, no acostumbraba tener amigos tan grandes pues la vida me había demostrado que no existían muchas similitudes debido a la diferencia de edades. Pensé en no contestar nada e ignorarlo, quizá era un pobre viejo que lo único que quería era llamar la atención y habría escuchado mi nombre en algún lugar de los al rededores.
Sin embargo, había una especie de campo magnético entre ambos que me impedía marcharme en ese instante. Así que pregunté:
- ¿Cómo es que me conoce señor?
- Estudiamos juntos en la primaria, ¿acaso no me recuerdas?
-Francamente no, ¿esta usted bien, fue usted mi maestro?
-No, jajaja, soy Javier Torres
Recordaba a Javier Torres, fue uno de mis grandes amigos de la infancia y la gran mayoría de las travesuras más hostiles las pasé junto a él, pero era imposible que se tratase de la misma persona, asi que con un tono un tanto agresivo le dije:
-¿Es usted su abuelo?
-No, yo soy Javier Torres, tu amigo. ¿Cómo es posible que no sepas quien soy? Quizá nunca pudiste eliminar a la niña presumida ante sus amigas o eliminaras ese fanatismo por sentir que tienes todo el saber del mundo en las manos.
Era cierto, claro que me cuesta admitirlo, pero el señor en realidad se refería a mi.
-Pero qué diablos te ha pasado?
Me pidió que tomáramos asiento, y que no lo interrumpiera por más que sintiera deseos de hacerlo, también mencionó que me había estado buscando desde hacía tiempo, pero nunca me pudo encontrar por mis diversas ocupaciones y yo jamás lo busqué a pesar del gran lazo que había entre nosotros; fue así como inició una conversación que vendría a poner mi vida de cabeza.
-Resulta que al terminar nuestra amistad, mi mamá nos dejó. Hacía tiempo que yo notaba algo misterioso en sus ojos que tu bien sabes eran cautivadores, después de un tiempo lo entendí, mi mamá engañaba a mi padre, no creas que con cualquier hombre que se le hubiera puesto en el camino, sino con el jefe de su marido.
Mi papá al enterarse de toda la tragedia que estaba ocurriendo a sus pies azotó a mi madre con golpes desconsiderados, lo peor es que yo estaba ahí observándolo todo, desde un tercer punto que no se lo deseo a nadie.
Mi madre huyó junto con su nuevo fugitivo, nos dejó solos; escuchaba todas las noches sus llantos desaforados y sin nadie que lo pudiera consolar.
Mi tristeza era irremediable, pero todo se acentuó más, cuando mi padre tomó la pistola que guardaba en su gaveta por aquello de los ladrones, me llamó y me dijo que quería que bajara a la mesa y le ayudara a preparara algo de comer, en ese momento bajó y presionó el gatillo del arma que sujetaba frente a mi y la bala le desfiguró la cabeza.
Entré en colapso, no podía hablar e inclusive las autoridades afirmaban que yo había matado a mi padre; estuve en hospitales psiquiátricos un largo tiempo, hasta que unas tías me reclamaron y decidieron darme de alta.
Yo creí francamente que había muerto, nadie me recordaba y mis amigos habían desaparecido de mi vida, el olvido es lo mismo que una vida inerte; así pues, crecí, me desarrollé, estudié y heme aquí platicando contigo.-
A mí francamente me causó una frustración y una culpabilidad enorme que llegaba hasta mis entrañas enterarme de todo lo que le había sucedido al amigo más querido de mi niñez.
Me levanté, le dije que debía irme y continué caminando.
Fue entonces cuando comprendí que la vejez no la causa el tiempo, sino el sufrimiento.
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