Basta. Dejémonos de embromar. Los jueguitos no están de más, pero al juego hay que matarlo antes de que muera. Porque, cuando el juego muere, no gana nadie. Y acá queremos ganar los dos. No existe el empate.
A ver si nos entendemos de una vez. No pido demasiado. Sólo quiero algunas horas de tus semanas; no me alcanza con siglos en tu mente. Necesito verte, contemplarte. No te voy a mentir. Tampoco me alcanza; pero necesito verte. Todos tenemos debilidades y vos sos mi mayor. Vos. Completa. Tu todo. Tu reluciente cabellera logra delinear tus estados de ánimo; tus manos son suaves, aunque suelas esconderlas para evitar el contacto. Cuando veo la combinación, es mortal: tus manos moviendo tu pelo de un lado hacia otro; como si bañaras tu sublime cuerpo en una catarata de oro.
Así y todo, el asunto acá no es tu cabellera ni lo son tus manos. Acá hay algo que se llama sonrisa y es un problema. Me gusta y confío en la gente que se ríe con la cara; no en esas personas que sólo muestran los dientes. Tus ojos achinados, esa mueca que dibuja esplendor en tu rostro. Para mí, la curva de tu sonrisa es la más peligrosa. Me puede. En esa curva acelero y, sabiendo que tal vez me esté equivocando, sigo de largo.
Irrumpís en mi vida en los momentos exactos; en los que más dudas me podes generar. Bueno, digamos, en realidad no me generás dudas. Mi corazón sabe lo que siente. Le generás dudas a esa nube que maneja mi cerebro. No puedo ignorar lo que siento, aunque el corazón y la razón digan cosas diferentes.
Me pregunto cuántos quizá habrá entre el no de hace un tiempo al sí que añoro a corto plazo.