Hay un laberinto en mi cabeza, distinto a los anteriores. Su materia es agua y quien caiga en él podría morir ahogado. Si me duermo sus olas podrían cubrirme como una manta mortal, si contengo la respiración podría sumergirme entre sus paredes húmedas, hasta que mi piel pálida se torne morada, y mis ojos broten como dos rosas rojas. En lo profundo, bajo la noche perpetua del gran océano, se atisba un indistinguible lecho arenoso, al menos podría quedar sepulto bajo él si se apiadan las corrientes saladas. Donde sea iría, con tal de que mi laberinto extirpe mi pulso, apriete este débil musculo que bombea sangre, que suda amor por un nombre impronunciable.