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A fines de los 90’s me encontraba recorriendo el sur del país. Por esos años trabajaba como vendedor de maquinaria agrícola y en cierta ocasión, avanzada la noche y para reanimarme de las extenuantes horas de viaje por diversos poblados, me detuve en un pequeño bar por un café. Al volver a la camioneta para continuar mi marcha, vislumbré en la penumbra una tenue figura de mujer que acaparó mi atención. Se veía tan frágil, su pálido rostro era enmarcado por un precioso cabello negro ondulado. Confieso que nunca he sido un tipo que guste de ir por la vida dándoselas de conquistador, pero a decir verdad llevaba varios días sin cruzar palabra con otro ser humano, salvo las charlas con mis clientes y éstas se limitaban a temas de engranajes, poleas y tuercas. Además, la soledad y el desamparo en que la vi inmersa me animó a ofrecerme para llevarla a su destino. Me acerqué, bajé el cristal que nos separaba y de la forma más afable y confiable que pude le manifesté mi propósito; me miró cautelosa, creo que el frío reinante fue el principal aliciente para que ella aceptase mi ofrecimiento.

Cuando subió, un tenue y dulce aroma a flores silvestres la acompañaba. Su voz era un arrullo, hablaba quedamente y me sentí impactado ante su elocuencia al momento de relatar sus vivencias; a pesar de no tener más allá de unos 35 años se expresaba con total madurez y conocimiento, sorprendiéndome con detalles tan variados como los inicios del cine, o el trasfondo de los movimientos políticos del país en los albores de su independencia. No cabía duda; me encontraba ante una mujer muy particular con la que me veía conversando de diversos temas con total desenvoltura.

Vigilaba el camino y de reojo la observaba. Me sentía absorto en su dulce rostro y su bellísima voz. Repentinamente me dijo: "Éste, éste es el camino a casa", y me vi obligado a dejarla partir ante una delgada senda solitaria y polvorienta, iluminada apenas por un pequeño foco que se bamboleaba al viento. Mientras me alejaba miré por el retrovisor, más su figura se integró a la obscuridad rápidamente. Seguí mi camino y me percaté de cuán estúpido había sido, ¡¡Ni siquiera pregunté su nombre!!

Me alojé en un hotel de paso sin poder sacudirme de su recuerdo, el aire que me rodeaba seguía impregnado de su dulce aroma. Llegada la mañana y debido a la distancia que los separaba, sólo alcancé a reunirme con un par de clientes, al terminar, desanduve el camino con la clara intención de ubicar a mi temporal compañera de viaje. De día todo se veía aún más polvoriento. La ampolleta colgando desde el delgado cable seguía bailando a merced de la brisa, sin embargo, más allá de los matorrales y flores silvestres no se vislumbraba rancho alguno. A un costado y casi totalmente cubierto por las zarzas, había un pequeño montículo hasta donde llegaba la angosta senda, se trataba de una antigua animita. De ella obtuve toda la información por la que había regresado; su nombre completo, fecha de nacimiento y deceso.



M.D

Texto agregado el 22-02-2016, y leído por 380 visitantes. (22 votos)


Lectores Opinan
26-10-2020 ¡Es un poquito escalofriante, pero del bueno! ¡Gracias Sheis! Martilu
26-02-2016 Hermosa historia kalidevi
23-02-2016 Uyyy,un suceso paranormal que hace participar al lector y estremecerse. De ahí venia ese aroma a flores que la envolvía... Me gustó ***** Victoria 6236013
23-02-2016 uf y recontra uf.. bella prosa. abzo grande. sendero
23-02-2016 ohhhhh, muy interesante. Esas historias que se repiten en los pueblos, las tradiciones orales son parecidas y apenas cambian entre un pueblo (pais) y otro. munda
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