20 de febrero, 2016...

Querido extraño, la ciudad se volvió insoportable. Como un puño cerrado dibujándome una media luna roja sobre el rostro, como unas manchas violáceas sobre mis brazos, mis muslos, mis piernas... Y ese dolor intenso que no cesa, que me arrebata, que me transforma...
La cotidianidad se ha robado mis sueños de uno en uno y siento cómo se ennegrece mi visión a raíz de esta condena.
Santiago se convirtió en un sepulcro adornado con muchos árboles y mi ubicación exacta: el pabellón de la clase media, tan agonizante y abrumadora, como mi esperanza.
La risa ponzoñosa del espejo me revela escenas consecutivas de todo lo abandonado, me degrada innumerables veces justificando su ira. Y con los ojos inundados, miro con tristeza el inmenso norte, abriéndome los brazos.

El recuerdo de un país cruza por mi mente y me pregunto hasta qué punto la resistencia idiotiza, en qué punto el recuerdo se hace más fuerte y tienes el valor de armar las maletas y partir...