Sí, también yo tengo derecho a reír, a bailar, a salirme de casa y no llegar hasta varios días después. Tengo derecho a que llores por mí, a que te arrastres y te humilles, tengo derecho a que camines toda una madrugada para encontrarme en pijama, a que me busques sin encontrarme, a que se te derrame la bilis por no contestar el teléfono celular…
Sabes, he pensado que tengo derecho a destruirte la vida, a hacerte pensar que será eterno, que mi corazón siempre será tuyo, y que cada noche tendrás mi cuerpo. Tengo el derecho de hacerte soñar y dejarte dormir, para que al despertar notes mi ausencia, sepas que mi silueta fue de una noche y que con el humo de un cigarrillo me he alejado de ti.
Entonces pido una cerveza, amarga, oscura, con el mayor grado de alcohol posible, y me la bebo para recordarte más, cómo quisiera que se pudiera olvidar, que así como llegaste te pudieras ir, irte de mí, irte de la ciudad, irte del mundo, que no tuviera que beberte sin que me sepa amargo, como tú, sin que me embriague como tú, sin que me posea como tú…
Entonces, despierto e imploro el derecho a seguir, a continuar, a reír y a llorar sin que sea por ti, por que tengo el derecho a hacerlo. Tengo el derecho a hacer berrinches y luego llorar mi estupidez, a quedarme sola, tengo derecho a cavar mi propia tumba, a hacerte venir y no abrirte la puerta, tengo derecho como tú, a matarme lentamente…
Tengo derecho a elegir, a romper con aquella noche en que todo sucedió, pisotear tu imagen en mi mente, y pisotearte en la vida real, tengo el derecho de no responder, de hacerte sufrir, el mismo derecho a desearte una muerte lenta y dolorosa, sin más que tu maldita soledad, tengo el derecho…
Desde aquella noche, nada fue igual, comenzó con un hombre maduro y bien parecido, luego fue un estudiante de ingeniería, también estuvo en su haber un vendedor de periódicos y un chofer de la ruta hacia el pozo, los taxistas no se salvaron, y en cinco años tenía en su cuenta a más de 800 hombres que estuvieron en su cama.
Sin embargo, y a pesar de todo, la última noche, no pudo más, ese hombre era igual que ella años atrás; lleno de vida, de sueños, de ilusión. Sus buenos deseos hicieron que le temblara el corazón, pero ahora todo estaba perdido, así con lágrimas en los ojos le negó el sexo, y antes de que el joven se sintiera mal, le dijo “tu no vas a morir, no tengo derecho a robarte la vida”, y sin más, con el VIH en su cuerpo, se aventó por la ventana…
|