SEMBLANZA
Existo desde el principio del mundo y desde entones soy ironista. Porque cada expresión de ironía contiene al menos una minúscula porción de la maldad del hombre. También porque la ironía me parece un potente artilugio para desactivar la realidad que tanto aterra a los humanos porque ellos mismos la van creando. Nunca tuve infancia, ni adolescencia, ni por tanto, llegué nunca a la edad viril. Soy el negativo absoluto, la encarnación de la nada. Sólo una vez vi el sol y era de noche, esa noche eterna mi compañera y mortaja. Como la noche es mi reino, el sueño es mi dominio. El sueño, aurora boreal del pensamiento, destello de nosotros mismos, la expresión fantasmagórica de lo oculto en el subconsciente. Debo decirlo: La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas… Solamente los sueños son siempre lo que son. Es el lado de nosotros en el que nacemos y en el que siempre somos naturales y nuestros mismos.
Tengo decenas de nombres y sin embargo soy el innombrable. Corrompo, es cierto, porque hago imaginar. Después de todo, la imaginación es la memoria fermentada en la gusanera putrefacta de la culpa humana. Cierto, ¡corrompo, pero ilumino!
Me han insultado y calumniado desde el principio del mundo… Las iglesias me abominan, los creyentes tiemblan al oír mi nombre. Pero quieran o no, tengo un papel en el mundo. Soy el dios de la imaginación, perdido porque no creo. Soy el espíritu que crea sin crear, cuya voz es humo, y cuya alma es un error. Mi luz flota sobre todo cuanto es fútil o ha terminado, fuego fatuo, márgenes de río, pantanos y sombras.
Verdaderos genios y hombres insignificantes se han ocupado y se ocupan de mí. Mark Twain en su obra póstuma Los Escritos irreverentes. Dante en la Divina Comedia. Daniel Defoe en su magnífica obra Historia del Diablo. Ambrose Bierse en su ya clásico Diccionario del Diablo. Shakespeare y su Macbeth y desde luego Goethe y su Fausto Sin olvidar por supuesto a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy con El libro del cielo y del infierno.
Cierto, no es lo mismo invocarme que verme aparecer. Me han dado 666 nombres, sin embargo si tú no me nombras… al menos me piensas.
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La idea de este galimatías surge hoy de la lectura de un ensayo periodístico El Diablo según Pessoa, de Adrián Acosta Silva. Publicado en la revista NEXOS.
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