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Inicio / Cuenteros Locales / SOFIAMA / EL SOLIDEO DE MAGNA REGINA

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Hace muchos años que resido en el Mato Grosso do Sul de Brasil en una cabaña que me sirve de hogar. Contraté a una empleada doméstica para que se encargue de los quehaceres de la casa porque, además de mi trabajo, tengo otras ocupaciones que contaré algún día.

La garota llegó muy temprano. Es una chica morena, espigada y lucía una cabellera lacia y muy hermosa. Se presentó, me informó en un portugués educado que estudiaba para ser maestra de niños con retardo mental. Entró a la habitación que le asigné, se cambió de ropa y se puso el uniforme. Cuando salió, su cabeza estaba invadida, (sí, in-va-di-da) por unas pinzas plateadas. La miré asombrada sin entender el porqué del asunto.
- ¿Qué tienes en el pelo? -Pregunté curiosa.
- Ah… Son pinzas que me pongo en la mañana; y ya en la tarde, al terminar los quehaceres, tengo el pelo como recién planchado.
- ¿Por qué necesitas plancharte el cabello?
- Porque lo tengo muy rizado y no me gusta que se me ensortije.
- Pero, ¿no sería mejor que usaras algo más…?
Iba a decir “discreto”, no obstante, como no sabía si era apropiado, preferí callar.

En la época en que la chica comenzó a trabajar en mi hogar, se desataban unas tormentas eléctricas en la región y yo temía que su cabeza se convirtiera en un pararrayos y se fuese a electrocutar. Cada vez que llovía y ella se acercaba a los ventanales para cerrarlos, le alcanzaba zapatos de goma (siempre andaba descalza) por temor a que fuera a morir achicharrada si la alcanzaba un rayo. Ella, con toda ingenuidad, reía en comparsa con el movimiento de sus caderas mientras ripostaba.
- Minha querida, você se preocupa demais.

Me volvía paranoica cada vez que llovía, y ella se acercaba a las ventanas. Casi que me convierto en su asistente, llevándole los zapatos de goma y haciéndole que se calzara. De tanto suplicarle que dejara de usar esas pinzas hasta que cesaran las tormentas, las remplazó por un gorrito parecido a los solideos que usan los obispos, sólo que éste era como un casquete hecho con una media de nylon y le cubría toda la cabeza. Cuando entró, pregunté.
- Magna Regina y… ¿qué es eso?
- Para que se deje de preocupar tanto por los rayos, mejor me pongo esto. E fim do assunto!
Me explicó cómo se lo ponía y cómo el “solideo” alisaba su pelo. Me tranquilicé un poco y, además, como era negro como su cabello, me pareció un poco más discreto. Cada vez que la miraba, me reía. Sinceramente, lucía muy folclórica, pero por lo menos ya sabía que no moriría electrocutada.

Un sábado invité a cenar a tres colegas investigadores de origen canadiense. Le pedí a Magna Regina que se quedase hasta un poco más tarde para que me ayudase a atender a los invitados y como iba a salir un poco tarde, cenara con nosotros antes de marcharse. Aceptó con la condición de que le permitiese vestir con “roupa chiqei” y no con el uniforme porque después de salir de mi casa, iría a una fiesta. Acepté y le pregunté, apuntando con mis labios a su cabeza.
- Te quitarás eso en la cena, ¿verdad?
- Nem pensá-lo, minha querida; después con el trajín, se me arruga el pelo.
- Pero, Magna, le dije, igual se te va a arrugar con el sudor cuando llegues a la fiesta y comiences a bailar.
- No es lo mismo llegar lisa que salir arrugada. ¿Está de acuerdo?
Por supuesto que tuve que aceptar y le pregunté.
-¿Y eso no lo venden en las tiendas? ¿Más bonitos, más presentables?
- ¡Sí, claro que sí! Hay para todos los gustos, pero son costosos y yo no voy a gastar mi dinerito en eso si lo puedo hacer yo.
- Y, ¿cómo se llaman?
- ¡Nem sei! Respondió con su naturalidad y frescura característica.
-¿Los venden de colores?
- ¡Sí, el que quiera!
-Bueno, entonces vamos a comprarte uno que se vea más presentable que ese que tienes.
Me mostró el vestido, casi sin tela, que se pondría en la noche para cenar y para ir a bailar. Salimos a comprar un “solideo”. Cuando llegamos a la tienda, señaló el estante donde estaban.
- ¡Mire, para todos los gustos!
Le compré el que ella eligió, observé que en el empaque decía: “made in china”. Me quedé pensando un rato y dije.
- ¡No imagino a un chino con afro, alisándose el pelo con esto!

Llegó la noche de la cena. Cuando Magna Regina abrió la puerta, ocupó la mirada de mis dos invitados hombres y el de la mujer. Estaba deslumbrante y provocativa con ese vestido que realzaba su bella figura. Sin embargo, aquel gorrito que tenía en la cabeza, no importaba cuán fino fuese, le quedaba de terror. Magna Regina y yo servimos la cena y cuando ya teníamos rato comiendo, se fue la electricidad y nos quedamos sin aire acondicionado. Encendimos unas velas y continuamos cenando.

El calor era infernal, abrimos los ventanales, pero la noche estaba húmeda y pegajosa y transpirábamos copiosamente. Magna Regina secaba con discreción el sudor que le corría por el cuello. Se notaba que estaba preocupada por su cabello. Todos la observábamos, pero nadie decía nada. Uno de los hombres le preguntó por qué llevaba esa cosa en la cabeza. Le dio la misma explicación que a mí el día que llegó. Sonrieron y guardaron silencio.

El calor era cada vez más insoportable, tanto, que Magna Regina se arrancó el solideo con desesperación y una cascada de pelo liso cayó sobre su agraciada espalda. Se peinó el cabello con los dedos mientras trataba de que el sudor no le arrebatase la ilusión de lucir el pelo liso. A medida que transpiraba, el cabello se iba encrespando; y ante nuestros ojos se realizó un acto de magia: la muchacha que antes lucía una cara angelical con el cabello liso, se transformó en una mujer exuberante, atractiva, exótica. Parecía una pintura que un pintor fantasma creaba con pinceladas impresionistas. El cabello de Magna se ondulaba y se achicaba, pero mientras más se achicaba, más voluminoso se ponía. La contemplábamos extasiados. Era otra mujer, con su misma mirada serena, pero con un realzado atractivo. Mientras ella continuaba secándose el sudor del cuello cuidando de que no se le mojara el pelo, los demás seguíamos el rumbo que tomaba su cara y sus cabellos que parecían caracoles que se divertían en su cabeza.

Éramos testigos de la transformación de la chica que ahora lucía exótica, radiante y singular. Uno de los caballeros canadienses la miraba hechizado. Era como si un sol suave y débil, de pronto, alumbrara y destacara lo que no habíamos podido percibir por culpa de aquel solideo que le restaba brillo. Finalmente, el pelo negro, largo y brillante dejó de encogerse, se paró en seco, ya había hecho todas las ondulaciones que le permitió el sudor de su dueña, y nosotros deslumbrados por aquella belleza tan natural, regresamos a nuestra dimensión. La electricidad volvió casi en el momento que el pelo dejó de encresparse. Me pareció que la naturaleza había conspirado para que tuviese la oportunidad de mostrarse tal cual era.

Ya era tarde, y Magna Regina decidió no ir a ninguna fiesta por razones de seguridad. Decidimos tocar música de samba y ella se desprendió a bailar como sólo una buena brasileña lo sabe hacer. Aprovechando el éxtasis en que había caído el canadiense, Cupido le clavó una flecha en pleno corazón. Ella nos enseñó unos pasos de samba, y el hombre quedó preso entre el exuberante pelo “encaracolado” de Magna Regina.

Hoy, ella está graduada y forma pareja con él. Me quedé sin empleada domestica, pero gané una amiga extraordinaria. El solideo de Magna Regina aún está en mi escritorio como recuerdo de su mágica transformación.



Texto agregado el 20-02-2016, y leído por 961 visitantes. (51 votos)


Lectores Opinan
31-03-2016 hermoso cuento y se bien de sus sufrimientos con el pelo ensortijado yosoyasi
22-03-2016 Muy buen relato, bien narrado y entretenido seroma
13-03-2016 Sin duda eres una de las grandes escritoras de esta página querida Sofía. Un abrazo y mis felicitaciones. sheisan
08-03-2016 Me has hecho imaginar todos y cada uno de los cambios que tuvo la chica. Es realmente maravilloso leer tu texto. Queda una sensación imposible de definir. Un gran abrazo con mi cariño***** Victoria 6236013
06-03-2016 Has vivido mil vidas? has estado en tantos lugares? has sido tantos personajes?. O acaso recuerdas todas tus reencarnaciones? Como sea, tu pluma está llena de historias. Un abrazo Sofía, querida! pintorezco
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