El soldado disparó la metralleta Thompson, casi sin apuntar, contra el bulto que se movía entre la maleza. No se detuvo a comprobar si había acertado y siguió corriendo, con el miedo agazapado en cada poro de la piel y el cerebro hecho un torbellino casi incontrolable. Los disparos eran continuos y levantaban pedazos de tierra y polvo a su alrededor. Se tiró de cabeza en una zanja que descubrió frente a él, apenas con el tiempo necesario para no ser alcanzado por las balas. El sol le quemaba el torso desnudo y sentía todo el cuerpo bañado en sudor. Se movió con rapidez, reptando con el arma preparada. Dos enemigos aparecieron casi al descubierto; apretó el gatillo sin titubear, con el corazón palpitante retumbando en las sienes. Uno de los cuerpos cayó a dos pasos de él; pero no había tiempo para nada, se incorporó y siguió corriendo. Con dificultad y siempre atento al entorno, trató de ordenar algunas ideas. La situación actual no era lógica, las cosas no parecían funcionar como debían. Estaban en guerra, él era un soldado en pleno combate y para salvar la vida había que matar enemigos. ¿Entonces, por qué tenía la impresión de estar viviendo algo ya vivido?, no una sino muchas veces, como un sueño repetido, como una pesadilla recurrente; en cada momento, la sensación de que todo pasaba inexorablemente una y otra vez, no lo abandonaba. No pudo reflexionar más; dando un enorme salto para librar una valla alambrada, trató de alcanzar el río que se encontraba un poco más allá. Se terció el arma a la espalda y se tiró al agua, mientras otra lluvia de balas casi lo alcanzaba. Logró llegar al otro lado y empuñar su arma, pero ya lo estaban esperando. Como pudo, disparó sobre ellos; pero eran demasiados. Con dolor, con rabia, con tristeza, sintió como el metal de múltiples balas penetraba en su cuerpo, y se miró caer sobre la hierba húmeda. Sabía que era el final y que no habría un mañana.
El soldado, condenado a la maldición del eterno retorno, nunca pudo escuchar el grito decepcionado del niño frente al televisor, al verlo caer abatido; mientras en la pantalla aparecía en grandes letras rojas, la leyenda: GAME OVER.
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