En el hospital cuando fui a mi chequeo médico encontré a mi compadre Eufrosio. ¡Ay Dios! Todo golpeado, cojeaba, los ojos morados, múltiples hematomas, un brazo en cabestrillo, en fin una verdadera ruina. Preocupado le pregunté:
—¿Qué te pasó?
—El sábado al anochecer —me contestó con voz feble—. Pasaba frente a la pulquería El eructo de Nerón, de ahí salieron dos borrachos. Uno de ellos me miró y dijo: “A este güey, hijo de su pinche madre, por feo hay que madrearlo.” Y…
“¡Caray! —pensé—. Desde luego mi sagrado compadre por su físico no despierta en las chavas pasiones tormentosas. Hay feos que abusan, pero, eso no es motivo para que un par de cabrones maldosos le den una chinga.”