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La solemnidad del ridículo

Cuando se estrenó Kill Bill me pareció una reverendísima mierda, y alguien me dijo esto: que yo no entendía la idea, que la película era una sátira, una parodia del cine de acción. Mi respuesta fue que qué me importa eso, si total no me gustó. Lo cierto es que podemos ver eso en el cine de Tarantino: agarra un motivo y lo destruye. Verbigracia Inglourious Basterds, una de nazis que es divertida y uno olvida los verdaderos horrores de la época que el cine solemnemente y no tanto se ha encargado de retratar en muchísimas obras. Lo mismo con todas sus películas: más parecen graciosas que violentas, personajes ridículos y exagerados, encasillados, enlatados, en fin… pero nadie puede negar que el tipo hace cine como los grandes directores, que el tipo conoce y ejerce el arte de hacer películas.
Yendo a la literatura tenemos al Negro Fontanarrosa (el escritor argentino que más me gusta) quien parece que hubiera adoptado la misma técnica: parodiar literatura con literatura. Acá dicen que es “escritor costumbrista”, una denominación que me parece de lo más zanguanga porque para mí es escritor a secas. Pero veamos esto: usted lee “La yacuareguazú” y se encuentra con la parodia de “A la deriva”, lee “El cazador blanco” que es una burla a Hemingway, “El tesoro de los Cancas”… y etcétera. Para mí es como si el tipo hubiera leído algo y en vez de imitar se hubiera dedicado a destruir cagándose de risa y, claro, lo hizo muy bien, y además resultó otra cosa. Ya es que para hacer eso hay que tener el mismo talento (no sé si es esta la palabra) o más que el original. Tal es el caso de Tarantino, que al margen de lo que ocurra en sus obras, uno descubre eso que le sale tan bien (o tan mal, si a usted no le gusta, lo mismo da).
Esta solemnidad de la que hablo se puede ver no solo en cuentos como “A la deriva” de Quiroga o “Encender un fuego” de London, por poner otro ejemplo, cuyos personajes mueren solos en una fea agonía que angustia al lector (y ahí usted entenderá por qué estos autores cometieron suicidio: de lo hijos de puta que eran) mientras que el personaje de “La yacuareguazú” también muere, pero todos nos cagamos de risa. En el cine pasa lo mismo: usted se caga de risa y hasta se encariña con el nazi de la de Tarantino, mientras que si ve, no sé, Schindler's List se me pone serio y llora y dice qué barbaridad el horror del que es capaz el ser humano y bla bla bla.
Ya es que hacer un cuento de un tipo que muere solo en la naturaleza a nadie motiva porque hoy día la naturaleza es un parque con arbolitos y ardillitas dibujado en un papelito en comparación con lo que debió ser hace 80 años. La vida humana en la naturaleza, ese forcejeo del hombre en su ambiente hostil, fue un motivo literario durante mucho tiempo. No me va a comparar las matanzas de Hemingway en África con el dentista garca que se da el lujo de matar un león de un flechazo mientras escribe pendejadas en Facebook desde su teléfono y se toma una leche chocolatada (o sí, usted sabrá cómo). Con esto quiero decir algo muy sencillo: no tenemos la puta idea de lo que es morir congelado en Alaska o picado por una víbora en la selva misionera, ni de qué se siente estar en una guerra o en un campo de judíos. Insisto: ni aunque lo cuente yo o Jack London o lo filme Spielberg o Tarantino, no sabemos nada de todo eso ni podemos imaginarlo cabalmente, aunque, claro está, la gracia de leerlo o de verlo en una pantalla gigante pasa por otro lado.
Entonces ahora resulta que todos sabemos cómo es un barrio narco o qué ocurre en un tsunami porque lo vemos por la tele. Pero mejor que vuelva a lo que estaba diciendo. En literatura está todo escrito (obviedad) pero se puede ver otras cosas, es decir, prestar atención a otras cosas o, como Fontanarrosa, destruir lo hecho, reírse de lo hecho. Y si no, yo creo que cualquier cosa que uno escriba va a ser una parodia de lo ya hecho, como que si usted o yo nos ponemos al teclado con toda nuestra solemnidad a escribir algo, seguramente obtendremos una parodia, algo ridículo que quiere pero no puede ser experiencia, realidad o literatura, esto se hace solo después y vaya uno a saber cómo. Dicho sea de paso, uno puede escribir o no desde la experiencia. Uno lee a Céline (otro que se caga de risa) y se convence de que el tipo escribe desde lo que vivió; a Borges, en cambio, a pesar de que escribió mucho de cuchilleros, vamos, yo imagino que el viejo lo más parecido a un puñal que agarró fue una aguja de tejer y no sabría ni para qué servía.
Veamos ahora qué es esto de la ficción. Hay en esto muchas frasecitas enlatadas, acaso trilladas, como que la realidad supera a la ficción, que la ficción se realiza para comprender, para decodificar la realidad, o que la verdadera vida, la ideal, es la que escribe la literatura… Bli, bli, bli. Todo eso es muy fácil de deducir y parece mágico cuando lo leemos o se lo oímos decir a algún dizque intelectual. ¡Cómo no va a ser la verdadera vida la literatura, si es lo que uno piensa, quiere imaginar o desea siendo que pensar es inevitable como respirar, mi viejo! ¡Cómo no va a ser la verdadera vida la literatura si la mayoría de las cosas que ocurren y estamos seguros de conocer las leemos todos los días en los putos periódicos! ¡Cómo no vamos a realizar ficciones si la vida es más que nada la ficción de no saber pero imaginar! ¿Acaso usted puede explicarse, por ejemplo, cómo mierda funciona la telefonía celular? Y si no tiene la puta idea de cómo funciona, ¿no le parece que el funcionamiento de todo eso es para usted una ficción, una realidad más complicada, una fantasía mayor que el tipo que muere picado por una víbora en la selva misionera, ese tipo del que nos escribió Quiroga y que, como dije, tampoco podemos saber cómo se siente eso? ¿No le parece más probable la existencia de un camioncito a pilas* en Marte que el hecho de que alguien hubiera encerrado a los judíos para torturarlos y matarlos? ¿Desde cuándo no nos parece una fantasía que cuatro boludos con AK-47 se metan en un teatro a matar gente? No me vengan con que desde siempre, eh, porque las formas son nuevas y si no, habrá que preguntar a los franceses. Y, ya que estamos, ¿qué carajos es realmente una fantasía cuando sale por televisión que a un viejo de mierda en camisón en pleno siglo XXI le da por canonizar a un tipo como si estuviéramos en la edad media? (¿Qué carajo hace un santo? ¿Tiene poderes mágicos como las hadas? ¿Es un fantasma bueno?) O, dicho de otro modo, ¿Qué carajos es la realidad cuando vemos que millones de personas obren según dizque actos de fe arengadas por el mismo viejo en camisón cuyos amigos gustan de violar niños? ¿No hay en esto último una enorme ridiculez que arrastramos desde un pasado espantoso? Y dije espantoso no solo por estos inútiles que representaban el occidente civilizado; me refiero a lo sencillo, al olor a culo que tendría esa gente, a lo que frente a nuestra cotidianidad debió ser un asco, a todo eso que para nosotros es muy pintoresco y hasta lindo en las películas y cuentos, en fin, a otro mundo del que a veces parece que supiéramos más que del nuestro.
Y a todo esto, ¿puede haber realidad sin fantasía? Digamos que no, y decimos que no porque ya todos sabemos que una parte de nosotros está fuera de nosotros, y no solamente en lo material, como si dijéramos un celular o una camiseta, sino en el tiempo, en el futuro, en la fantasía intrínseca del futuro. Vivimos una forma de ser incompleta que, claro, se va haciendo en lo que viene. Desde lo material, el celular antes no estaba, era algo así como una fantasía; desde lo vivido, la niñez quedó atrás aunque nos sobrevuele todo el tiempo distorsionada. Así el pasado se vuelve fantástico (como si los libros de historia no fueran otra cosa que literatura fantástica) igual que el futuro, con la diferencia de que el pasado ya no es y el futuro sí.
Entonces se me hace que da lo mismo escribir realidad o ficción (mentiras) y que el ridículo está ahí siempre en lo cotidiano y más aún en lo escrito (no sé usted, pero yo ni en pedo leo lo que escribí; me da vergüenza, prefiero escribir otra mierda). En lo cotidiano el ridículo rompe el esquema, la armonía de lo monótono: lo rajan del laburo, su pareja lo deja, lo muerde una víbora, alguien muere… en fin. A veces creo que escribir es cosa de desquiciados que no tienen en qué ocuparse, y a veces me parece raro que alguien no haga este ridículo ejercicio. Pero lo que no acepto es esa solemnidad que suele pretenderse de todo esto. Me quedan varias cosas por poner en esta mierda, pero otro día.

*El Curiosity, que dizque los gringos enviaron a Marte y se supone que envía datos desde allá. Si uno tiene en cuenta que para conectarnos de América a Europa por internet hay un cable que cruza el océano, resulta difícil creer que algo desde semejante distancia pueda enviar información o ser controlado. No me extrañaría que tal camioncito a pilas sea una fantasía, otra patraña de los gringos.

Texto agregado el 16-02-2016, y leído por 202 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
19-02-2016 La información está tan llena de mentira que lo mejor es tener nuestro propio criterio. Buen ensayo. inalcansable
19-02-2016 Me parece que en el fondo de toda esta "zanguangada" hierve la pregunta sobre porqué y para qué escribir, no sé si ya habrás hecho algún ensayo sobre esto. Gracias por los consejos, los tomo. kroston
16-02-2016 Muy buen ensayo. Los gringos monopolizan la información. 6.- Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.***** tuki
16-02-2016 Si, entiendo lo de la vergüenza. Me encantó la lectura de Quiroga y bueno, la realidad a veces supera la ficción dicen por ahí. Lo creo.-A esos gringos no hay que creerles nada. rhcastro
 
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