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Su lado oscuro

Asesiné a mi esposa. Fue horrible.

Por más que apretaba el cuello con ambas manos para asfixiarla ella seguía con vida. La forma de pelear por su vida lo complicó aún más: me miraba con ojos de piedad y luego de rencor. Sacudía los brazos y pataleaba desesperada tratando de liberarse. Hubo un momento en que creí lograrlo porque dejó de moverse, entonces aflojé las manos y respiré aliviado. ¡Fue una torpeza!, seguía viva. Levantó el torso y con voz que ya sonaba a espanto me dijo que vendría por mí.

Usé la almohada para ahogarla, la oprimí sobre su cara para cubrirle los ojos y para que dejara de hablar. El esfuerzo fue supremo, me derrumbe sobre ella y me quedé dormido. Fue la última vez que dormí tranquilo. Los siguientes días los pasé figurando su presencia en cada sombra que veía, cualquier ruido nocturno me hacía imaginar que llegaba a cumplir su promesa.

Cuando estaba viva los amigos y vecinos decían que ella era una mujer admirable, brillante. Fue suficiente mencionar su desaparición para que aparecieran historias turbulentas sobre ella, muchas inventadas. Me afectaba escuchar hablar mal de ella, lucía decaído por la falta de apetito y de sueño. Sugerían que buscara ayuda con especialistas; “tal vez la puedan localizar”, alentaban unos y otros me invitaban a terapias para superarlo. Ni detectives ni psicólogos me ayudarían sin verme perjudicado al mismo tiempo.

Fue la recomendación de Adán, compañero de trabajo, la que me hizo cambiar de idea: “No te preocupes, sé de una persona que te puede ayudar. Hace de todo”, me dijo. “Si lo que quieres es discreción, él es garantía”.

Llegué al domicilio recomendado. Antes de entrar leí la placa de la puerta, presentí que el servicio sería inmejorable. Sin duda era la persona idónea. De modo que no iba a regatear el coste de sus honorarios.

Su aspecto no resultó como lo imaginé. Esperaba una persona de mayor edad, su rostro juvenil mellado por un severo acné no disminuía la formalidad de sus expresiones. Permaneció sentado cuando entré y siguió así cuando tendí la mano para despedirme una hora más tarde.

Iba a mencionar mi nombre para iniciar la conversación pero se adelantó imperativo:

—No necesito saber su nombre, utilice un alias si lo desea. En este oficio es preferible desconocer la identidad de los clientes —vio mi contrariedad y añadió conciliador—. Por favor no se moleste, nos ahorraremos problemas.

—Entiendo.

Por su mueca de hastío deduje que mi respuesta no le satisfizo. Encendió un cigarro y preguntó sin mayor preámbulo qué servicio deseaba.

Me llevó alrededor de treinta minutos explicar lo quería exactamente, él escuchó sin intervenir. Hubo un momento en que estuve a nada de confesar mi crimen, hice una pausa para recuperar el ánimo, sin embargo, agregué con voz cortada mis remordimientos por la muerte de mi esposa.

—No tiene que dar detalles de su muerte. Puede decir algo que nos comprometa. No hago preguntas y tampoco las quiero —dejó de hablar clavándome la mirada para que quedara claro que no admitiría cuestionamientos—. Sólo la información indispensable. Por ejemplo háblame de eso que llamó “su lado oscuro”, esa información puede ayudar a crear un perfil que permita determinar un patrón de conducta.

Empecé a contar y mientras lo hacía no fui capaz de mirarlo de frente, desviaba la vista hacia cualquier lado como si me apenara pedir ayuda o de pronto disminuyera mi valor en su presencia al admitir que no había sido capaz de poner un alto a la infidelidad, lo peor era que ella aprovechaba mi debilidad para continuar su aventura amorosa cada vez con mayor cinismo. Al terminar mi discurso busqué sus ojos, quería ver la reacción, su rostro no se inmutó, no me juzgaba y eso me dio confianza, sin duda estaba frente a un profesional que sabría hacer su trabajo y también engañarme si fuera necesario.

—Es tu decisión, personalmente creo que hay cosas que es mejor dejar enterradas en el pasado. Bueno, sigamos. ¿Tiene alguna fotografía de la difunta? ¿Cómo dice que se llamaba?

“Isabel”, respondí y después extendí la mano para entregarle la fotografía porque iba preparado. Después de observarla con detenimiento mostró la única duda en nuestra entrevista:

—Mmmmm —dejó transcurrir unos instantes de impaciencia y astucia, después declaró—: Muy guapa, será complicado. En fin, ya habíamos acordado por teléfono que serían diez mil dólares por adelantado y otros diez para gastos y osadías. ¿Me permite su tarjeta?

La dejé sobre la mesa y dije algo estúpido "No repare en gastos, me interesa demasiado". Me obsequió con su más sincera sonrisa de creencia y condescendencia.

—No se preocupe, antes de nuestra próxima cita verá resultados.

Su última frase anunció la despedida. No hizo amago de levantarse para dar por terminada la visita. Se limitó a regresarme la tarjeta en un movimiento mecánico.

Para mi sorpresa, esa misma noche comenzaron extraños sucesos que me inquietaron de forma irracional. Me preguntaba el porqué si eso era lo que deseaba, y, sin embargo, empecé a sentir un miedo que creía era sólo para los débiles.

Ocurrió que después de la jornada de trabajo fui al parqueadero en busca de mi vehículo y no estaba. Lo robaron. Mientras esperaba la llegada y los trámites del agente de seguros tuve la impresión de que me vigilaban. Cuando salí a la calle en busca de algún taxi era cerca de la media noche, la calle lucía con poca actividad.

El viento invernal arrastraba gruesas nubes de negras intenciones; la humedad se me impregnó en la piel de igual modo que la percepción de sentirme perseguido, de manera que caminé dirigiendo la mirada de un lado a otro de la calle en busca de algo tangible que justificara ese sentimiento y sólo encontraba a los habituales personajes nocturnos.

Fue calles más adelante cuando apareció una sombra a mi lado, con la mirada sorteaba los árboles, rastreaba las entradas de los edificios en busca de su origen y... nada. Una cuadra más adelante se nos unió otra sombra. De pronto un Audi blanco igual al de mi esposa frenó antes del semáforo, bajó una mujer alta y delgada con un vestido rojo embarrado a la piel como solía vestir Isabel para resaltar sus formas.

Corrí para verla de cerca, un vértigo de sensatez me hizo dudar de la veracidad de mi percepción. No logré avanzar lo rápido que deseaba porque el viento corría en mi contra, la intensidad levantó mi corbata a la altura de los ojos. Al liberar la vista ni mujer ni carro estaban.
En esa misma esquina subí a un taxi y atrás dejé el remolino de hojas secas y confusión.

La casa estaba diferente, limpia y con olor a la fragancia favorita de Isabel. No busqué explicaciones. Estaba cansado. Tal vez inducido por la nostalgia debí cerrar voluptuosamente los párpados y diluirme en recuerdos de cuando era feliz en mi matrimonio. Entonces escuché un quejido leve, doloroso, casi imperceptible. Insertado en los recuerdos hice caso omiso. El lamento se repitió para llamar mi atención, esa vez era más claro, la pared se quejaba lastimosamente. Fui a la sala principal y las luces que entraban por el ventanal se impactaban en la mancha de humedad de recién aparición, la combinación formaba una silueta difusa que por momentos parecía incrustada en tercera dimensión. Era un cuerpo delgado, la cabeza erguida sin facciones definidas por afectarla un lado oscuro, las piernas sin pies. Ahí se quedó por días: me veía dormir, me espiaba.

La noche del 10 de febrero fue decisiva. No dejaba de llover a causa del fenómeno meteorológico del “Niño”. Un relámpago de fatalidad culebreó en mi mente al ver que en mi pintura favorita estaba escrito con barniz de uñas: “Hoy tendrás la prueba palmaria de mi regreso”. ¿Será verdad?, me pregunté. Tenía cierto resquemor pero el sentimiento que predominaba era la curiosidad. Mientras esperaba las palmas de mis manos humedecían de nervios.

Con seguridad fue la lluvia la que provocó algún fallo eléctrico en el anuncio de Coca-Cola instalado frente a la casa. De modo que solo prevaleció la luz roja que aportó tonalidades vitales a la mancha de la pared de la sala. Me aproximé para corroborar la primera impresión. Hubiera jurado que palpitaba. No había recobrado el equilibrio emocional cuando una luz intensa llenó la habitación de una luminosidad insoportable para la vista, cerré los ojos y sentí unas manos frías y esqueléticas sobre el cuello. Proclamé un grito indigno pero perfectamente justificado. Arranqué con violencia lo que me oprimía y aun a ciegas salí de la casa.

En el hotel resolví cancelar los servicios de la agencia, lo que estaba haciendo no era sano, estaba perturbado emocionalmente.

De camino a las oficinas reparé por vez primera en el comentario de Adán ¿Por qué iba yo a querer máxima discreción? Su falta de imaginación le llevó, seguramente, a suponer que quería investigar las infidelidades de mi esposa. Desde luego él no tenía forma de saber que pagué para que me mintieran, que había contratado a expertos en simulación para que me siguieran y espantaran. Quería castigarme para expiar mi culpa. Fue tan plegada la mentira, tan apegada a lo que quería que el efecto fue aterrador.

Finiquité el contrato alegando que se había cumplido el objetivo. Se me revolvió el estómago al ver su cara de satisfacción, el gesto del hombre que ha cumplido cabalmente su trabajo. Salí y volví a leer la placa, sin agobios. "De la Barrera y Asociados. Apariciones y seguimientos. Cita previa".

Para acabar de una buena vez y para siempre con toda esa farsa decidí también deshacerme del cadáver que guardaba en refrigeración debajo de la tina del baño. De vuelta a casa quité la tina sin consideración alguna para con la pulcritud de mis pantalones, abrí la nevera y mi sorpresa fue enorme, ya no tenia el pijama utilizado la noche fatal, estaba ataviada con un vestido rojo. Como si eso no fuera suficiente su rostro congelado ya no mostraba el rictus de agonía, por el contrario, figuraba una sonrisa macabra. Entonces adiviné cuál sería mi suerte al ver sus manos crispadas desplazarse hacia mi cuello.

Texto agregado el 15-02-2016, y leído por 322 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
16-02-2016 Quise ver cómo planteabas el mismo argumento de mi querido Zepol, y no quedé defraudada en absoluto. Es más, caramba! me dan ganas de escribir algo así, para ver cómo lo desarrollaría. Super bueno e interesante! Mis estrellas! ***** MujerDiosa
16-02-2016 En el cuento en verdad hay un vislumbre perturbador del lado oscuro del personaje, planteado con acuciosidad y buen oficio. Gatocteles
16-02-2016 Mi estimado amigo, tu lado oscuro es más brillante que mi zona resplandecida e irradia imaginación y talento hasta el borde alucinado del espejismo. He de ver tu nombre en las marquesinas de la fama. -ZEPOL
15-02-2016 1. Definitivamente, lo que el sujeto-actor de este relato hizo, no es nada sano. Su perturbación emocional pasa los límites de lo habitual. La historia crispa los nervios hasta del más pintado. La trama del relato, tan poco usual, me obligó a leerlo dos veces porque llegué a pensar que no entendía el objetivo del personaje central de la historia o que me había saltado alguna información relevante. SOFIAMA
15-02-2016 2. Admirable tus dotes de narrador y, más aún, de creador de terror. Creo que te has catapultado con esta sorprendente historia. Eres respetado en esta Página por tu pluma de alto vuelo, pero mi amado amigo Umbrío, con esta historia hay que inclinarse ante ti como señal de reconocimiento. Un full abrazo de felicitación, admiración y respeto. SOFIAMA
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