En el tren habita un pasajero que va a mi lado. Trae sombrero de media ala. Largo, de corbata de rayas y perfil risueño cuando duerme. Solo se retira o quizá se esconde al verme relajado. Lo sueño y despierto. La tenaza me aprieta, me hurga como un picahielos y gimo. Él esconde una sonrisa y se va. Al minuto llega el carrito de las medicinas. Mi esposa no deja de apretarme la mano. En los otros camarotes viven en un agónico silencio.
En la madrugada, el viento se ha sentado y se esparce el olor de la noche. Dentro, el ventilador con vértigo ronronea. Hay otro ruido que llega del interior y exhala en mis oídos, son los silbidos cascados que te prometió la edad. Nada extraordinario es que coseches lo que has sembrado: rosas, poemas, cuentos y uno que otro crucigrama. Nada extraordinario pues estás en edad de merecer, desde un sueño erótico, el chapoteo del agua o bien el roer del gusano. Mi alma lo acepta. Así que silbo y cuento despacio mis pasos.