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El viejo sabio Thagroth sondeó las laderas de la erosionada “Montaña de Sombra” y se agachó para tender el índice laxo hacia un insecto que se le adhirió con sus patas glutinosas. Para ese instante ya habían pasado días desde que Thagroth hallara otro ser vivo: una oruga del color de los dátiles, con unas manchas amarillas en el sitio donde orbitarían los ojos de un gato maquiavélico.
Thagroth dejó a un lado al animalito y respiró hondo mientras arrojaba la vista hacia la cima de la montaña que no escalaría.
Así fue como el anciano adoptó la postura emblemática del Buda y cerró los ojos para que su manifestación psíquica emergiera de él y avanzara hasta el enclave donde trataría de raer con su espíritu al menos un tegumento de la sustancia inveterada del Iggdión.
Thagroth era el líder de los monjes de la secta del Daleth, y conocía la versión del mal como el efluvio que se fermenta en la boca del Iggdión.
También sabía el secreto que leyó Epaminondas el Viejo en papiros derruidos, donde se aclara que el Iggdión se guarece en una caverna enquistada en la Montaña de Sombra que eluden los elementos.
El anciano igual entendía sobre la consistencia física del Iggdión, quien yace en posición de gato salvaje: la cara mirando al suelo tras los cabellos largos y polvorientos en cascada; el cuerpo magro como de arenisca; el rostro indiferente cohesionado por fragmentos de pergamino; y los ojos irrigando su entorno con la luz esquilmada a tres lunas moribundas.
Thagroth tenía bien claro que el Iggdión era un tipo de gozne entre el reino de los hombres y los vericuetos de la Irrealidad; que su mente evadía el equilibrio cósmico y sólo navegaba entre los grumos del mal que se cuaja en el mundo.
“Es Iggdión el responsable de moldear los mantras que gestan a los seres malignos diseminados entre la humanidad”, había repetido Thagroth ante sus discípulos, pero sólo ahora su Psique encaraba la Montaña de Sombra y percibía el terrible miedo al peor de los castigos: la derrota frente a una perversidad exudada por la montaña que contenía al Iggdión, y que punzaba en él como un sinsentido que debería arrostrar.
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Texto agregado el 13-02-2016, y leído por 266
visitantes. (7 votos)
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Lectores Opinan |
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16-02-2016 |
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Casi siempre te leo pero no dejo comentario, éste relato en particular me ha encantado, felicito tu pluma, tu arte, tu procesamiento y como dice -zepol, tu erudición.
Un abrazo dulce. gsap |
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15-02-2016 |
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Este cuento es magnífico, tanto en la forma como en el fondo. Busqué Iggdión y me llevó a tu cuento. Coincido con Sofisma que lo haces creíble.
Mis respetos. umbrio |
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13-02-2016 |
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Es un darma tu ingenio y creatividad y, obvio, que eres una persona culta para poder desenredar hilos misteriosos que te llevan a urdir tramas únicas, originales y, sobre todo, creíbles. Detallas cada aspecto e involucras a tu lector en la intriga, haciéndonos creer que son hechos reales, aunque reales son una vez que se hacen parte de la mente humana. Admiro ese lenguaje exquisito que has sabido ganar como lector de obras de gran calidad literaria. Mi admiración y respeto. Abrazo eterno. SOFIAMA |
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13-02-2016 |
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Tu estilo, tu erudición y la temática es un tipo de gozne entre el reino de los que pergeñamos renglones sin mayor propósito, o aun con despropósito, y los privilegiados por las deidades encargadas de administrar la capacidad y el ingenio de los seres humanos. Supongo que el mérito para ser honrado con semejante máquina de inspiración es un karma alcanzado gracias a la aplicación de tus muchas virtudes, logrando construir un altozano de competencia y autoridad. Felicitaciones. -ZEPOL |
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13-02-2016 |
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Guau !! Que bárbaro Gustavo, imaginación desbordante que inunda tu texto. Crees que en mi volcán xinantecatl encuentre un iggidion? Cinco aullidos aventureros Yar |
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