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LUCES DE MERCURIO
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1 - DESPEDIDA

La casa de piedra solariega ornamentada con talas gigantes y centenarios, de tupido follaje danzando entre la robustez de sus troncos, era en aquel apartado pueblo serrano un centro de agradables y movidas reuniones. Allí, donde dos hombres solos (padre e hijo) estaban rodeados de permanentes compañías.

Los Luján eran muy conocidos y vinculados en la zona, siendo el padre director de la escuela local. Y su hijo Ramiro pudo por ello estar orgulloso por esa amplitud de amistades, en medio de las cuales le era fácil expresar sus inquietudes e incógnitas. El tiempo al acelerar el invierno con un frío imprevisto en medio del marzo otoñal, se había presentado como óptimo para su partida.

Ramiro llevaba consigo en su traslado hacia la Universidad una viva inquietud ante lo desconocido. Una ansiedad donde esperaba con toda la fuerza de su juventud, hallar allí una respuesta. Y seguía dialogando con su padre, el director escolar, como siempre lo hiciera al crecer sin madre, mientras preparaba una gran valija de cuero muy cargada de ropa como si fuera a trasladarse por toda una vida. Lujos en vestimentas que en aquel sector de sierra (de turismo en verano) hacíanse habituales.

Ante ello el profesor Luján lo satirizó cariñosamente, por aquella ostentación de coquetería juvenil, muy propia de las poblaciones adonde acuden veraneantes. Mientras le advertía que la vida universitaria cordobesa, no era una fiesta turística. Pero creía conocer bien a su hijo al que había empapado largamente con sus intereses, esmero puesto en su formación como padre viudo. Aunque también comprendía que Ramiro no iba a cortar de golpe frente a los libros, con todo el esplendor de esa sierra que lo acunara. Entre paisajes coloridos y visitantes en jolgorio de verano, lo que creábanle una atmósfera peculiar de aislamiento geográfico y comunicación social alternativa.

Juntos los dos en la puerta de su casa de piedra, donde finalizaba la avenida de talas (erigida sobre una empinada cuesta) esperaron al ómnibus que alejaría al joven de la sierra, con su cordón terciario dominando el horizonte... por un tiempo largo. Y allí se despidieron.

2 – VIAJE

Ramiro llevaba de esta manera el espíritu henchido de emociones, mientras el rodado descendía por un camino de tierra, que empalmaba con la ruta de asfalto de aquella población. Iba somnoliente por el poco dormir de esa víspera inquieta. Luego de una hora de marcha el muchacho experimentó un brusco despertar. La provincia cordobesa cambiaba el paisaje.

Era la nueva realidad, no menos bella, pero sí más lisa. Las sierras iban perdiendo altura. Quedaban atrás las grandes rocas y el verde húmedo asomaba coloreando con tonos distintos, de acuerdo a cada sembrado. Chacras. Planas. Pampeanas.

Las pampas sembradas se sucedían a pequeñas lomadas. Entrada ya la noche comenzáronse a divisar las luces de la ciudad de Córdoba, desde el fondo de la hondonada donde está situada. Y con ellas vino un aire más tibio y pesado. Luego un fogonazo a los ojos del joven serrano : ¡Las luces de mercurio! ...que así en la semiobscuridad después de dejar la sierra hacia la espalda, los aromos y los talas, surgiendo casi de golpe, parecían cual fantômas de una ilusión. O un próximo engaño. Una aparición misteriosa, para aquéllos que no han cohabitado nunca bajo sus lámparas. Con su mundo de vértigos y desazones, o de próximas aventuras para un joven solo y sin testigos.

Es distinto desde la sierra pura, hacer un viaje de paseo a la ciudad y caminar en la noche citadina bajo las luces de mercurio, que llegar un poniente para ser atrapado por ellas.

3 - Arribo

Córdoba nocturna e iluminada. De políticos fuertes y estudiantes politizados. Ciudad de luces y de sombras. De progreso y de nostalgias. De apellidos. Ramiro la recorrió valija en mano, observándola y sin pertenecer aún a ella. Ni la poseía ni era poseído. Transponía sus pasos y encontraba sus lugares. Solicitaba el nombre de sus calles y colocábale de a poco sus huellas. Allí había llegado para adaptarse por varios años... sin embargo él pertenecía a la sierra que lo educara haciéndolo crecer.

Y mientras el estudiante deambulaba por las calles otoñales, el mundo ciudadano palpitaba en sus promesas, sus aciertos y sus frustraciones. El bullicio. El semáforo. La multitud. El estudio. Y en pleno centro cordobés, en el antiguo colegio jesuítico con sus muros pétreos construido siglos atrás por manos indias, erguíase : la Universitas Cordubensis Tucumanae. Sede ahora universitaria laica, nacional y oficial, donde aquel pasado romántico se percibe aún entre sus paredes añejas en este siglo entrante.

Y desde allí, desde ese microcentro, esperaba el muchacho hallar respuesta a sus incógnitas, mediante el panorama generalizado que le ofrecía la distancia de su casa paterna, viviendo ahora en una urbe. Comprendiendo de golpe, los largos años estudiantiles que se perfilaban delante de él. Ramiro Luján, joven, fresco, nuevo. Dispuesto a una ruptura con el pasado alado.

4- EL ESTUDIANTE

El bullicio callejero y múltiple de todas las abigaradas ciudades argentinas, con su variedad de prototipos humanos, precipitósse sobre él. La disparidad de origen y procedencias de los estudiantes universitarios, tanto familiares y culturales, como de lugares próximos, provincias alejadas y países limítrofes. Acentos y tonadas diversas, con sus distintas músicas folklóricas, zambas norteñas o chamamés litoraleños, takiraris bolivianos, carnavalitos o cuyanas, valses peruanos o cordobeses... Pero toda esa variedad dentro de una misma lengua castellana de adaptación sudamericana. Lo múltiple y lo uniforme. La unidad en la disparidad. Lo que no sabía él hasta entonces que existiese, al proceder de un ambiente cerrado entre dos quebradas serranas, con turistas siempre conocidos habituales.

Fue un contraste completo con su mundo y formó parte lentamente de esa vorágine propia con centros de estudiantes en protestas múltiples, se vio él mismo de pronto en los estrados improvisados arengando, en reclamos múltiples y no supo a partir de allí, estar un instante más solo y sin compañía. Ya sea frente a los libros, en las aulas o en las calles. Era un estiante universitario.

4 - REGRESO al REDIL

La casa de piedra solariega ornamentada de esbeltos talas, centenarios y frondosos, con sus sierra reseca y escarpada, recibió a Ramiro de regreso sin reproche alguno. Era su primer verano de vacaciones estudiantiles.

Fue al contacto de las brisas serranas, ante las caricias de su perro nostálgico, ante el resplandor abrasante del sol de enero, en ese verano ardiente... cuando la emoción de Ramiro cobró un giro diferente. Ya no era el mismo mozo lugareño encerrado entre dos quebradas. Aquel había sido su primer año de estudiante universitario. Las piedras hogareñas lo recibieron con un afecto pleno y cálido. Y ante aquel mundo tan conocido para él, cuyos rincones uno a uno podía relatar y describir, descubrió de pronto : el Silencio.

Todas las partículas de ese escenario le enseñaron su secreto. Un misterio que se había mantenido guardado para él y que le era entregado en aquel momento. Antes lo vivía porque estaba a su alcance con facilidad. Lo amaba porque había reído y jugado allí, una infancia entera. Ahora lo sentía y se adueñaba de su pensamiento, porque había tomado la conciencia de su dimensión natural y ella se le manifestaba en todo su contenido.

Ramiro ya no era el joven que buscaba aclarar sus inquietudes buscándolas afuera de sí. Era el mismo paisaje de toda su vida. Sus mismos amigos locales y veraneantes. Los mismos serranitos mestizos de dientes brillosos, que vendían yuyos recogidos entre las peñas, a los visitantes domingueros. El mismo olor a peperina esparcido entre los espinillos.

Pero él ya no era el mismo. Porque ahora hablaba consigo mismo. Ese era su nuevo secreto. Y el panorama lujurioso de la sierra le obsequió allí al llegar, en su primer retorno como estudiante, voces escondidas que antes no había atendido ni percibido. Que hacía mucho tiempo estaban esperándolo entre las quebradas serranas y que en aquel momento tomó él, conciencia de sus presencias.

Ramiro sentíase más que nunca él mismo, puesto que ahora dialogaba consigo mismo.

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 22-05-2003, y leído por 416 visitantes. (0 votos)


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