Luciana era una bella bailarina, delicada, suave como terciopelo.
Ella sentía la vida intensamente. Nacida en un ambiente de mucha algarabía la vida siempre le sonrió.
Su carrera estaba en el mejor momento y sabia aprovecharla muy bien, todo lo disfrutaba a rabiar.
En una de sus giras conoció a Marcos, un soñador y poeta que vagaba en busca de historias y amores. Ambos se sintieron muy bien juntos como si se conocieran de toda la vida, se hicieron amigos, lo pasaban de maravilla riéndose de todo y por todo. Era nada más que eso. No podían ser amantes, ya que la amistad se sentía en cada mirada en todo momento de sus aventuras de amigos.
Un día, amaneció lloviendo ellos salieron a conocer un poco más de la ciudad y se alejaron demasiado del lugar. La noche cayó con su manto oscuro. Una tormenta inesperada se presentó y ellos buscaron refugio en medio de la nada, solo un pequeño árbol le sirvió de cobijo.
Luciana se sentía temerosa de no poder regresar para su ensayo de baile, pronto tenía que presentarse en el teatro más famoso del lugar.
Marcos la tomo entre sus brazos y se acurrucaron muy juntos, esa proximidad ardió, se erizo la lluvia, se fragmento la amistad en mil pedazos.
Nació el fuego sagrado del amor que todo lo fundió, ardieron músculos, glúteos y razones se quemaron en esa gran hoguera de pasión. Al despertar del ensueño febril.
Descubrieron un mundo de luz, que él escribió dándole forma de mujer.

MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI.