Una mañana como todas ella se levantó y corrió las cortinas. Miró por la ventana. El sol asomaba por el horizonte y un pájaro construía su nido sobre el árbol frente a su puerta. Respiró hondo y se preparó para un nuevo día.

El clima era agradable. No había prisa. Lentamente se quitó la ropa, y fue al baño. Contó los minutos que le tomó ducharse y vestirse. Se cepilló los dientes. Mientras lo hacía se encontró con algo extraño que la miraba de reojo. Su propio reflejo la observaba disimuladamente. Tímidamente. Desde otro lado. Desde un espejo.

Pero había algo extraño. La imagen parecía venir desde muy lejos. No era, como las otras cosas, una parte más de lo que el espejo reflejaba. Había algo rebelde en esa mujer del cristal. Parecía resistirse a las leyes de la física. En el cuarto había mucha luz, pero no era suficiente para formar una imagen precisa de ese fantasma..

Bárbara se lavó la cara y de repente recordó sus días como estudiante de arte. Sintió el deseo de pintar ese extraño reflejo que había contemplado. Luego lo pensó dos veces y se dijo a sí misma "Tengo que dejar de divagar tanto. Me estoy retrasando. A lo mejor esta tarde se lo cuento a mi psicoanalista, él sabrá qué significan estas cosas.."

Volvió a cerciorarse de la prolijidad de su peinado. Todo estaba en orden. Era la Bárbara de siempre. Guardó sus cosas en su cartera y apagó la luz. Antes de irse notó que el espejo tenía una pequeña fisura.

"Qué raro. No lo había notado antes.."

Al salir del trabajo Bárbara se lo contó todo a su psicoanalista. Éste aumentó la frecuencia de la terapia a dos veces por semana. Ella nunca volvió a retrasarse en su rutina.