Era el día de su graduación y Mariela caminaba por los predios de la universidad intentando ubicar el Aula Magna donde se llevaría a cabo la ceremonia. Mientras lo hacía, la angustia de perderse y no llegar a tiempo, comenzó a apoderarse de ella. Pese a todo, llegó sin contratiempo alguno.
En la ceremonia, los discursos se centraron en la responsabilidad que los muchachos debían asumir, como personas y como profesionales, y ése era precisamente el temor que subrepticia o abiertamente rondaba el corazón de todos los graduandos. La mente y el corazón son continentes misteriosos y con frecuencia presentan las respuestas en la forma menos esperada. Al parecer, así sucedió. Al terminar el acto, Mariela salió del Aula Magna y caminó junto a las demás muchachas que avanzaban buscando la salida del recinto universitario. En sus rostros notaba la misma sensación de angustia y esa mezcla de sentimientos ambivalentes, pues encima de la alegría por el logro académico, sobrevolaba el temor del avenir.
Mariela se dirigió a una de las mujeres.
- ¿Buscas la salida, verdad?
- Sí, respondió ella.
Todas reían nerviosas y se daban ánimo, pero mientras caminaban más extraviadas se sentían. A medida que avanzaba, Mariela vislumbró unas murallas gigantescas que nunca habían existido en su ciudad. Eran gruesas como las paredes de la Medinas dentro la ciudad de Fez, cuyo grosor es tan grande que no permite ni siquiera que el interior de las casas se caliente con el sol.
Mariela estaba jadeante, la garganta reseca, el pecho oprimido, el estomago le dolía y el miedo la dominaba. Tratando de encontrar la salida, seguía a las demás que marchaban con el mismo temor. Al avanzar, las murallas se hacían más gruesas y más altas. Intrigada y perpleja se preguntó.
- ¿Será que estoy soñando?
No, no estaba soñando, todo lo que veía era tan real como su temor. Volvió a dirigirse a la mujer.
- ¿Crees que hacemos bien siguiendo a tantas otras que tampoco encuentran la salida?
La mujer la miró, pero el pánico que también sentía, no la dejó responder.
A lo lejos Mariela notó que muchas personas se dirigían al malecón que bordeaba la universidad. En sus orillas había distintos medios de transporte: carros y camionetas, canoas en el lago y avionetas en una pista para pequeñas naves. Se detuvo en seco, dejó de seguir a las mujeres que estaban tan perdidas como ella y torció el rumbo directo al malecón decidida a buscar su propio camino. Subió a un auto de servicio público y le pidió al chofer que la condujera a la salida de la universidad. El chofer le contestó.
- Yo no sé dónde está la salida, pero usted sí lo debe saber porque está vestida con toga y birrete, usted conoce el ambiente mejor que yo, así que, diríjame y la llevo.
Sin embargo, Mariela tampoco lo sabía, pero estaba decidida a encontrarla. Respiró fuerte y al disponerse a recorrer su propia ruta, sintió que la calma volvía. El portón de salida se le presentó delante. Se bajó, salió de los predios de la universidad y sintiéndose mucho más tranquila, caminó rumbo a su casa. Una mujer que pasaba a su lado llevaba un guante de malla negra en su mano derecha, Mariela miró a su propia mano y comprobó que también llevaba un guante similar.
-¿Por qué tengo que llevar un guante idéntico al de ella? ¡Ella es ella, y yo soy yo!
Poco a poco sentía que, aunque el porvenir aún le era incierto, estaba dispuesta a afrontar su destino sin calcar la vida de nadie más. Extendió el brazo hacia el horizonte y abrió la mano; al hacerlo, liberó una mariposa azul que voló por encima donde antes estaban las murallas.
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