Yo, que siempre he sido experta en enamorarme de fantasmas, y por eso me gusta levantarles la falda o jugar bajo sus sábanas para entender, con la sabiduría de la piel, qué es real y qué no lo es, hallar la verdad que se esconde bajo toda la ropa, esa certeza que solo en la desnudez se puede ver.
Yo, que sé que es distinta al resto porque pienso más en sus ojos, y su mirada, que en su culo; pero también. Porque la imagino más vestida que desnuda; pero también. Porque prefiero compartir un café que un orgasmo; pero también. Porque elegiría una charla de horas a sexo desenfrenado; pero también. Porque quiero acariciarle el alma antes que la piel; pero también.
Y yo, que aún no había aprendido el sonido de su risa de memoria, ni el mapa de su cuerpo que va de la meseta al clímax. Yo, ahora entorno un vals para olvidarla y me niego a volver a tomar este camino, que reconozco desde el comienzo de la vereda de silencios y ausencias.
Porque en realidad la que es distinta soy yo. Ni tan siquiera mis ojos son los mismos, cómo iba a serlo mi mirada. Mi piel se va tiñendo de negro con el tiempo, marcando el recorrido del mapa de mi vida (el secreto enterrado de pirata). Mis ojos van cambiando el centro de su espejo: no es cierto lo que veo si no lo siento. Así, tan sencillo es.
Hay quien dice que mi musa está vinculada a otras pieles. Y no es tanto así, sino más bien a la teoría del hilo rojo. Aunque a veces me sobreviene la urgencia, no puedo esperar que el tiempo haga lo suyo y tiro de él para acercar nuestras co-razones. Pero ya sabéis que la prisa es mala consejera y sólo consigo que se enrede en algún lugar que no alcanzo a ver, y no puedo deshacer el nudo después.
Tal vez si la otra persona tirara desde su lugar éste se desharía, pero esperar que alguien resuelva por ti tus inconveniencias, o tenga la misma urgencia que tú... es una falacia mortal.