Flores frescas

Despertó como cada domingo, dispuesto a asistir al encuentro con la amada para estar unas horas con ella y contarle las novedades de la semana. Eligió la ropa para la ocasión y se colocó el perfume preferido de ambos.
Partió con un gesto de satisfacción iluminándole el rostro, feliz porque había llegado de nuevo el anhelado día; saber que la tendría tan cerca le provocaba una gran ternura.
Repasó en su mente el tiempo transcurrido y se alegró porque nunca había faltado a la cita, aun en días lluviosos o calurosos: ahí estaba, como siempre, con las flores que había comprado la tarde anterior, testigos de que su amor permanecía igual al que despertó el día en que la conoció, cuando le ofreció rosas al presentársele.
Con sus manos envejecidas las acomodó en el único florero que permanecía allí por años y con entusiasmo musitó:
-Hoy las traje rojas, como la sangre derramada por mi amor, como te gustan. ¿Y sabes una cosa? Ya el banco me aprobó el préstamo para comprar la casa donde estaremos juntos para siempre; donde podremos compartir cada tarde, desde que llegue del trabajo. Busco el permiso para llevarte conmigo y sé que lo lograré.
Entonces siguió contándole las novedades ocurridas durante la semana, y cuando la tarde empezó a declinar decidió retirarse.
Miró al cielo y abandonó el cementerio, nueva vez, con la satisfacción del deber cumplido y con la ilusión de que pronto trasladaría los restos de la amada al patio de la nueva casa, donde la tendría más cerca para llevarle cada día su ramo de flores frescas, como ella merecía.


Alberto Vásquez.