LA CHONGUITA




La Chonguita era hermosa, gorda y rosada, con sus grandes ojos cafés adornados con pestañas y cejas heredadas de algún bisabuelo libanés. Sus caderas bamboleantes al caminar iban echando perfumes de grandes flores coloradas como las de su vestido apretado. Dos grandes tetas, redondas y duras, asomaban apenas por el escote, disimuladas y señoriales. Eran perfectas, listas para acurrucar a una cabeza dormilona o enamorada.

La Chonguita tenía 52 años el día en que conoció a su amor. El era cubano y acababa de llegar. Ella ya conocía Miami, así que lo llevó a pasear, lo invitó a almorzar y le compró su primer ajuar gringo. Ya disfrazado, con bermudas y camisa floreada y de la mano de su guía, Joselito se sentía el hombre más libre del mundo. A la Chonguita le bailaban las argollas de plástico rojo en las orejas, al son del movimiento de caderas que tenía loco a Joselito. Caminaron por las avenidas, curiosearon las tiendas y se detuvieron en un soda bar a beber una coca cola. 
La Chonguita no podía perder el tiempo, así que le preguntó si quería quedarse con ella en el hotel, a él le pareció excelente idea, pero no tenía dinero. Debía encontrar a su prima Dorita, que le daría un dinero que le había dejado Jaime, el abuelo de Carlos, que a la vez era su medio primo. Tenía un número de teléfono...pero no lo encontraba en ese momento.
Ella le dijo que no se preocupara, que esa noche podría dormir en el hotel con ella. Total en la habitación habían dos camas.
Le recordaba a su abuela, pero más gorda. Los mismos brazos rollizos, las mismas conversaciones y el olor a talco.
Joselito acepto y juntos llegaron al lobby del hotel, ella pagó un extra y subieron a la habitación.
La Chonguita pidió que le enviaran champagne a la habitación, había que celebrar una ocasión tan especial. Mientras tanto Joselito llenaba la bañera y sumergía por primera vez su desnudo cuerpo libre en agua caliente. 
Ella tarareaba boleros, entre feliz y melancólica. La puerta, el champagne, una voz de hombre y el corcho que saltaba celebrando antes de hora.
Joselito se envolvió en la bata de baño, suave, esponjosa y entró en la habitación. La cama estaba decorada con una diva de Rubens desparramada. 52 años de carne viva lo esperaban, temblando, sudando, deseando su joven cuerpo como una araña envolviendo a su presa.
Para Joselito, ella era una reina, la necesitaba y estaba lista para ser amada. Qué más podía pedir. Se tumbó sobre ella. La Chonguita jadeaba victoriosa, lamiendo a su cubanito de caña dulce y besándole el cuerpo musculoso y las manos callosas. El se dejaba amar y sonreía, la bañaba en champagne y chupaba sus tetas juguetonas y duras aun.
Después de amarse para toda la vida, se quedaron dormidos abrazados. Joselito con el dedo en la boca de la Chonguita y ella con su teta derecha en la boca de él.
 A la mañana siguiente lo difícil fue sacar el dedo de la boca rígida de la muerta feliz. |