William Tallon era el mayordomo perfecto. O eso aparentaba. Un servidor devoto que durante 50 años procuró que la 'abuelita', como la llamaba el príncipe Carlos, estuviese primorosamente atendida. Su jornada se extendía desde las 7:30 horas, cuando entregaba a la doncella la bandeja del desayuno té aguado, un bol con semillas de amapola y una rajita de melón para que se lo sirviese en la cama, hasta altas horas de la noche, pues la reina madre solía acostarse tarde.
Tallon siempre fue discreto. Los tabloides le hubieran pagado una fortuna por desvelar los secretos palaciegos, pero él nunca cayó en la tentación. A pesar de su magro sueldo unos 13.000 euros anuales, aunque con alojamiento y comida gratis y de que terminó malviviendo de una irrisoria pensión. Tallon se llevó sus secretos a la tumba. Pero casi ocho años después de su muerte le siguen tirando de la lengua. Y esta vez no puede hacer nada. Ni él, que es el biografiado en un libro que se publica el mes que viene y ya ha provocado reacciones furiosas; ni la reina madre, que es la víctima colateral de la biografía. Según el avance de la editorial, la madre de Isabel II pasó «ebria y lunática» las últimas dos décadas de su larguísima vida. El texto está escrito por Thomas Quinn, especialista en airear los trapos sucios de las grandes familias del Reino Unido. Según Quinn, la mujer de Jorge VI veneraba a su mayordomo porque, entre otras cosas, sabía hacer los gin-tonics como a ella le gustaban: «Nueve décimas partes de ginebra y una de tónica».
Y asegura el autor: «De cara a la galería, la familia real era un modelo de recato. Pero Tallon los veía en la intimidad. Bebían, fumaban, blasfemaban y hacían bromas crueles. Los Windsor odian las conversaciones serias. Y cuentan chistes a expensas de otros miembros de la familia. La reina madre era especialmente ingeniosa. En parte, por su gran sentido del humor y, en parte, porque durante los últimos 20 años perdió la cabeza hasta el borde de la demencia».La reacción de la familia real no se ha hecho esperar. La sobrina de la reina madre Margaret Rhodes, de 89 años, califica de chismes todas estas afirmaciones. «Escribir esas majaderías sobre alguien que está muerto y no puede defenderse es obsceno. Además, ella no solía beber gin-tonics, prefería Martini con ginebra. Y se preparaba los cócteles ella misma. No bebía más que uno o dos por las tardes, porque era muy consciente de su estatus y de lo que podía o no podía hacer alguien de su posición. Es verdad que tenía un maravilloso sentido del humor. Y se reía hasta las lágrimas viendo algunos programas de la televisión. Pero no perdió la cabeza. Podía hablar con cualquiera de cualquier cosa, ya fuera del cultivo de los rododendros o de poesía persa. Tuvo la cabeza lúcida hasta el final».
La venganza de los colegas
A falta de las confidencias del propio Tallon, el biógrafo ha echado mano de entrevistas con el personal doméstico que trabajó a sus órdenes en Clarence House, la residencia de la reina madre, donde no se movía un plumero sin que él lo supiese. Y no escasean las fuentes porque entre criados, amas de llaves, chóferes, doncellas y pajes llegaron a sumar 72 personas.Tallon era atento y encantador. El príncipe Carlos lo tenía en alta consideración. Los británicos lo consideran casi como un tesoro nacional. Y lo llamaban Backstairs Billy (Billy el de la Escalera de Servicio). Era el que sacaba a pasear a los perritos corgis. El que conocía el protocolo al dedillo. El que siempre sabía qué hacer. Un perfeccionista. Y un connoisseur. Amigo de pintores y de artistas. Y siempre al quite para que la reina madre estuviese espléndida, ya fuese Elton John el invitado -con quien acabó marcándose un foxtrot, -ya fuesen veteranos de guerra, a los que Tallon servía güisqui en el té para que la reunión no decayese. Desde luego, era un mago con las bebidas. «Siempre se las arreglaba para que tuvieses la copa llena -detalla un habitual de las cenas de gala en Clarence House-. Daba igual que la taparas con la mano. Te escanciaba el licor entre los dedos».
Ese era Billy a ojos del público. Condecorado con la Medalla de Oro de la Real Orden Victoriana por sus excepcionales servicios, desde su más tierna infancia supo lo que quería: estar junto con los grandes. Coleccionaba álbumes con recortes de prensa de la familia real. Siendo un adolescente, le escribió una carta al rey Jorge VI para solicitarle un empleo. Para su sorpresa, fue llamado a palacio. Tenía 16 años. Empezó su carrera como lacayo de los Windsor en 1951. Y desde 1953 estuvo al servicio de la reina madre, a la que divertían sus modales un tanto grandilocuentes y su porte aristocrático. Tenía muy buena percha. Y era homosexual. Siempre se supo que la reina madre prefirió que a su servicio hubiera gays -mucho antes de que la homosexualidad fuese aceptada o incluso legal-, para evitarse preocupaciones con sus hijas las princesas Isabel y Margarita y porque, según comentó en una carta, podían concentrarse mejor en su tarea, al no tener que ocuparse también de una esposa y una prole; además, estaban siempre dispuestos a viajar sin quejarse.
Tallon se convirtió en una presencia benefectora para la reina madre, que siempre le perdonó sus deslices. «El tonto de Billy ha hecho otra de las suyas», solía murmurar. Porque el mayordomo también tenía un lado oscuro. Muchos de los que estaban a su servicio lo odiaban, lo envidiaban o lo temían. Era muy promiscuo. Un depredador sexual que, según cuentan, elegía a sus conquistas entre el personal de palacio. Y podía hacerle la vida imposible a quien se resistiera a sus avances. Un criado, Liam Cullen-Brooks, lo recuerda como alcohólico y vengativo. «Había clases y clases. Y no me refiero a la familia real, ellos se comportaban bien con nosotros. La brecha era entre los criados veteranos y los novatos como yo. Tallon y su amante, Reginald Wilcock, eran unos déspotas. Y eran insaciables. Siempre estaban al acecho de nuevas presas. Castigaban a los que no se dejaban haciéndoles limpiar la plata o las hojas muertas de una higuera. Cuando habías terminado, sacudían el árbol para que volviesen a caer hojas. Asaltaban las bodegas y las cocinas reales cada fin de semana. Y se llevaban vinos carísimos. Vi a Tallon desplomarse en público, borracho. Pero tenía bula y siempre se salía con la suya», recuerda.
Murió solo y rodeado de recuerdos
Cuando la vida privada de Tallon se convirtió en carnaza para la prensa sensacionalista, hubo presiones para que la reina madre lo expulsara. Pero ella llamó a sus secretarios privados y les dijo: «Los empleos de mis criados no son negociables. Los de ustedes sí». La reina madre murió en 2002, a los 101 años, y Tallon nunca superó el golpe. Pidió que le dejasen despedirse de ella en privado, pero le fue vetado el acceso a la habitación mortuoria. Su alcoholismo se agravó. Y los que le tenían ganas se vengaron. Fue expulsado del servicio doméstico y acabó en un piso londinense, solo, rodeado de recuerdos y de los 644 objetos personales que se llevó de palacio y que fueron subastados después de su muerte. Como su pensión no le llegaba, el príncipe Carlos se las arregló para que le dieran 100 libras extra a la semana, unos 130 euros. Falleció en 2007, a los 72 años, de una dolencia relacionada con el sida. Fue fiel a su señora hasta la muerte. Pero, por lo visto, no va a poder serlo eternamente.
Retazos de un largo y fiel servicio a la corona británica
-En la sombra también hay luz: Tallon es toda una figura en su país. Condecorado con la Medalla de Oro de la Real Orden Victoriana, su vida inspiró un documental de la cadena Channel 4.
-Un hombro para los príncipes: Lady Di fue siempre cercana a Tallon, una especie de segundo padre para su marido. Al poco del divorcio, el príncipe Carlos le confesó: «Estábamos tan enamorados, William. Todo es muy triste».
-Aquella 'carta a los reyes magos': Con 16 años, Tallon escribió una carta al rey Jorge VI para solicitar un empleo... Y el monarca lo llamó a palacio. Dos años después acompañaba a la reina madre de gira por los países de la Commonwealth.
-Los tesoros del mayordomo: Tallon vivió en Clarence House hasta 2002, cuando, al morir su patrona, se mudó a un piso en Londres. A su muerte, en su vivienda se hallaron 644 objetos personales amasados en sus años de servicio real.
-Un 'paparazi' en palacio: Entre los recuerdos que lo acompañaron en sus últimos años, Tallon guardaba fotografías informales de los Windsor, como esta que él mismo tomó en sus años de servicio a la familia real.
-El sirviente apasionado: La reina madre, al parecer, prefería contratar a gays como personal doméstico, para entre otras cosas evitarse disgustos con sus hijas. En ese sentido, Tallon nunca ocultó su relación con Reginal Wilcock, su amante desde los sesenta. Wilcock murió en 2000 y la reina en 2002. Tallon lo haría, alcoholizado, en 2007. |