Siempre nos gustaron los desafíos, en los primeros tiempos, ingenuos, pero a medida que avanzábamos, los retos eran aún mayores. Nunca imaginamos haber llegado a tanto.
En reuniones periódicas, cada uno de nosotros acercaba propuestas que requerían el voto unánime para llegar a la acción. Éramos solo tres. Lucas, un ingeniero en sistemas, algo retraído, como ausente. Nos conocimos en ocasión de compartir las playas de Rio de Janeiro, hace ya 15 años; entre ambas familias habíamos logrado forjar una sólida relación, más allá de nuestras pasiones ocultas.
Con Roberto, la amistad llegó por casualidad, nos reunió la pasión por el futbol, compartiendo desde la tribuna, los colores del club de nuestros amores. Siempre eufórico; toda su humanidad destilada futbol, ya fuera dentro o fuera de la cancha. Un frustrado mediocampista, que logro suplir sus necesidades, con su profesión de periodista deportivo.
Creo que del grupo, el que menos encajaba era yo. Escribano Público, que debía cargarme con el peso de una profesión recibida por herencia, que me obligaba a un ser y parecer, muy alejado de mis profundos deseos.
-No nos podemos volver atrás.- Aún me resuena la voz de Roberto.
¿Qué habrá sido de la vida de Roberto? Mientras pudo, disfrutó de todo lo que se le ofrecía, Nunca dijo que no a nada. Una sonrisa siempre pintada en su rostro, un romántico apasionado, irradiador de entusiasmo.
La propuesta la trajo Lucas, en nuestra reunión mensual, un ritual que repetíamos con devoción mística todos los segundos jueves de cada mes.
Rara vez cruzábamos palabras entre semanas, lo nuestro era la idea y la ejecución. Tal vez, fruto de unas aburridas vidas pendientes de la explosión de adrenalina con que se desarrollaban nuestros juegos.
-Propongo un plan para agosto, ¡tenemos que asesinar a alguien!.
-¡Que decís, Lucas!, ¿no es demasiado?- Interrumpí, aunque en el fondo sentía como mi sangre bullía y mi corazón parecía salirse de mi cuerpo.
-Me parece una genialidad, acotó Roberto, que no le hacía asco a nada.
-Suponiendo que la propuesta sea aceptada, ¿Cuál sería el plan?
Tenemos que buscar por las calles a algún mendigo, esperar a que se duerma y liquidarlo.
Ya comenzaba a planificarse lo que a los postres sería el último desafío que nos mantuvo juntos.
Que habrá sido de la vida de Lucas. Lo recuerdo todos los días de mi vida. Su propia vida era un ordenador, más bien serio, de modales refinados y mirada perdida en el vacío.
-Nada de armas convencionales, la imaginación nos
tiene que sorprender.
Cuando nos encontramos, cerca de la autopista del sur, morada circunstancial de nuestra víctima, casi no nos reconocíamos; la rigidez de los músculos, desfiguraban nuestros rostros.
Roberto, traía una maza de albañil, la que se usa para demoler paredes, pendía de su mano derecha como alargando su brazo. Lucas portaba una estaca de madera, a modo de caza vampiros que completaba con un discreto martillo.
Lo mío fue más acorde a mi profesión, un pisapapeles de bronce macizo, con la figura de una pirámide con extraños símbolos esculpidos en los lados.
A pesar de lo descabellado de la propuesta, no recuerdo haber oído ninguna oposición de parte del grupo, casi podría decir que fue la más unánime de todas.
Cuando los titulares de los diarios anunciaban el macabro hallazgo, me encontraba firmando una escritura en mis oficinas. Una señora entrada en años, se horrorizaba del hecho, al que pormenorizaba con detalles propios de la ciencia criminalística.
-Según cuentan, el desdichado estaba durmiendo sobre una pila de diarios, cuando recibió un mazazo que le rompió la clavícula, dolorido como estaba quiso huir pero se encontró con otro golpe certero en la nuca que lo desvaneció. Mientras yacía de espaldas, fue atravesado por una estaca mortal que le perforó el corazón.
Ya pasaron ocho años de aquel momento, y aun resuenan en mis oídos el juramento que hicimos en ese último lugar que nos mantuvo juntos.
En adelante, y a modo de reto final, acordamos una cacería humana, para vengar a los asesinos de aquel pobre tipo, condenado por la soberbia de unas miserables personas, que osaron jugar con su vida.
Ahora lucharíamos por las nuestras. Un juego macabro que solo tendría un único superviviente para que viva con la culpa por el resto de su desdichada vida.
No me propuse cumplir lo acordado, me alejé de todo aquello que pudiera relacionarme con ello, aunque siempre estuve atento a cualquier momento, acción o situación, sabiendo que era un condenado a muerte.
Siento que de los dos, uno de ellos cumplió su juramento, y viene por mí.
Una especulación me indica que Roberto ya se deshizo de Lucas.
¿Y si fuera al revés?, ¡qué más da!
Hoy es jueves, y no cualquiera, el segundo jueves de febrero, me encuentro sentado en la misma mesa del bar en que años atrás planeábamos nuestras tropelías, son las 7 de la tarde de un día agobiante de verano, nuestro horario habitual de reunión.
-Disculpe- se presentó en mozo.
-¿Ud. es Alfredo Linares?
-Si- asentí con tono de preocupación. Ahora mi mirada recorría minuciosamente cada espacio del lugar.
Justo hoy, que es el cumpleaños de Mariana. Les había prometido llegar temprano a casa, para los festejos.
-Tengo un recado de un hombre que estuvo aquí hace instantes, me dijo que Ud. sabría quien era, venía acompañado de otra persona.
-¿Que le dijo?
-Que el reto sigue en pie.
-¿Nada mas?
-Nada más
OTREBLA
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