Antes de tomar la decisión ya lo había meditado bastante tiempo, además, los pelados del barrio, y de la U lo tenían seco con la cantaleta: “esa relación no te conviene, eso termina siendo es enfermizo, con esa presencia no tienes que seguir ahí, luego te va a pesar, son tus mejores años”. Quizás tenían algo de razón, él mismo ya lo había analizado; de esa relación ¿cuánto tiempo? los últimos diez años no se podían esperar más que unos minutos de algo parecido al placer, después, vuelta a la soledad, ese sinsabor en la existencia y, sobretodo, la mirada de rechazo de algunos de los más cercanos, hasta algunas mujeres que le habían interesado no aguantaron, se fueron con un gesto desengaño, derrotadas, -“eres un débil, te dejas gobernar y no tienes voluntad ni carácter, no se como me pude interesar en alguien tan dependiente”-.
Si, algunas veces frente al espejo se preguntaba hasta cuando y bajaba la mirada; incapaz de alejarse regresaba con más ganas: me vas a matar le decía y miraba al suelo o a la nada para no tener que reconocer que todo él estaba invadido por su olor –el olor de la felicidad- se consolaba creyendo. Hasta aquí, no va más, hoy acabo con esto. Se ajustó el morral a la espalda y salió caminando despacio, con miedo pero decidido, diez pasos adelante lo pensó mejor: el último y no más: “un paquete de cigarrillos por favor”
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