El secreto del retrato de Sofía.
Sofía, recostada en su silla de alto respaldo que la mantenía erguida, contemplaba su retrato.
Era el retrato de una joven extremadamente bonita que lucía el atuendo de la época a la perfección.
Sofía recordaba aquella época y sus ojos, siempre fríos y sin expresión, se entristecían, eran muchos recuerdos y al verse ahora, tal cual era… era demasiado para ella, tenía sesenta y cinco años y en nada se parecía al retrato que miraba con obsesión.
Su hija la contemplaba desde la ventana y a su vez miraba el retrato.
___Sabes mamá?, ese retrato nunca me agradó del todo, en realidad, sí me agrada pero parece que quiere hablar y eso…
___Por qué?
___No sé, no pareces tú…
___Qué dices? Nunca me dijiste nada…
___Lo sé, lo sé, es que ahora de pronto te veo muy diferente…
___Son los años que no perdonan, dejan huellas imposibles de borrar.
___No, no es eso… es algo más que no logro descifrar.
___Me trae muchos recuerdos…
___Lo supongo.
Lucía, su hija, volviendo a la realidad, salió de la habitación para dedicarse a preparar la mesa, que aunque sólo ellas cenaban en el comedor, era todo un ritual, tal cual le agradaba a su madre, la servidumbre lo hacía en la cocina de la mansión.
Su padre había muerto unos meses antes de su nacimiento por lo tanto no llegó a conocerlo y eso la marcó para siempre, sentía la falta del padre pero su madre jamás volvió a casarse y ni siquiera padrastro tuvo, la ausencia de un hombre en la casa era notoria, allí sólo mandaba su madre.
Lucía era una solterona y no por gusto propio, los hombres no se le acercaban dos veces luego de conocer a su madre y eso era muy triste para una mujer alegre y bonita como ella.
Aún ensimismada en sus pensamientos, Sofía se preguntaba:
___Por qué Lucía me ha dicho eso?... será posible?... no. No lo creo… pero…
Sus pensamientos cesaron al oír la voz de Lucía diciéndole que la cena estaba servida.
Las dos mujeres cenaban en silencio, ese había sido el ritual durante toda su vida, no había en realidad mucho de qué hablar.
Sofía era una mujer que sólo hablaba lo necesario, todo lo contrario de su hija que era alegre y simpática. Los negocios ocupaban su vida, aún a sus sesenta y cinco años, jamás hubiera permitido que nadie ocupara su lugar ni su propia hija, era fría y calculadora.
El negocio que había heredado de su esposo era cada vez más próspero, parecía que todo lo que ella tocaba lo convertía en oro.
La mansión donde vivían había sido comprada por el padre de Lucía, cuando se casaron para formar una familia feliz, era de un gusto impecable, allí no se escatimaba nada, Sofía vivía a su gusto y todo era de la mejor calidad, tapices, cortinados traídos de India, adornaban los enormes ventanales y las habitaciones lo mismo que los cuadros de famosos pintores que colgaban de las paredes de la mansión.
Su esposo había sido un excelente comerciante que al morir trágicamente al caer de las grandes escaleras de mármol, del comedor, le había dejado todo a ella, no tenía más familia que Sofía.
Al terminar la cena, Lucía no se sentía cansada, no tenía deseos de permanecer en su casa y por ser sábado, llamó a una de sus pocas amigas y la invitó al cine.
Sofía percibía claramente los deseos de su hija pero no dijo palabra alguna alentándola a que saliera, tal era su egoísmo la quería a su lado a pesar de no quererla demasiado, siempre fue un obstáculo que le molestó al parecerse tanto a su padre.
___Creo que voy a salir un rato, mamá, crees que podrás quedarte sola o prefieres que llame a la empleada para que se quede contigo hasta que te acuestes?
___Sabes que últimamente no me he sentido bien pero si es tu deseo puedes salir, ya veré cómo me las arreglo sola, no te preocupes.
Lucía solía quebrarse ante los deseos de su madre pero esta vez no lo hizo y salió dejándola sola. Sabía que su madre solía fingir para que no saliera.
Ya en la calle junto a su amiga preferida, la muchacha se transformaba en lo que era, una mujer bella y sumamente simpática que deseaba libertad más que nada en el mundo.
Mientras tanto, Sofía había vuelto a sentarse frente al retrato, no sabía qué era lo que le estaba pasando pero sentía que aquella jovencita tenía algo que decirle, algo que escondía tras aquellos hermosos ojos grises y que durante casi cincuenta años la miraba.
Tomó una decisión, su pecho la estaba oprimiendo, y sabía que su fin estaba próximo, se sentó frente a su escritorio y con un lápiz y papel escribió una extensa carta a Lucía.
___Lucía, si te escribiera “querida” sabrías que estaría fingiendo y no es mi deseo hacerlo. No sé cuál sea el motivo que me lleva a escribirte lo que a continuación vas a leer, jamás lo creí necesario pero ahora que siento llegar el fin de mis días y por otras razones de las cuales vas a enterarte, deseo hacerlo. Eres mi única hija, te dejo todo lo que tengo y sé que es mucho pero no quisiera que otra persona disfrutara lo que tanto trabajo me costó conseguir y no diré sufrimientos porque sabes muy bien que yo no sufro, quizá nací sin corazón, no lo sé. No sé por qué pero hoy he sentido la necesidad de despertar el pasado quizá porque dentro de muy poco voy a tener que enfrentarme a él. Sé que me queda muy poco tiempo y aunque no soy creyente siento la necesidad de confesarme con alguien antes de morir y qué mejor que contigo que no me has dejado nunca a pesar de ser como soy. Hoy me has dicho algo que me ha dejado pensando, dices que la muchacha del retrato no se parece a mí… Voy a contarte una historia que te dejará ver cómo soy en realidad pero no me importa, siempre viví para mí y no voy a cambiar a la hora de morir sólo para que tú no sufras. Dicen que la conciencia puede llegar a matarnos, no lo sé pero últimamente me está molestando mucho, me remuerde la conciencia muy a pesar mío ya que antes nunca la sentí. Cuando nací, no vine sola a este mundo, una hermana gemela me acompañaba, ella y yo éramos idénticas tanto así que sólo mi madre lograba saber quién era quién, ni mi padre podía hacerlo. Mi hermana era una criatura hermosa, encantadora y todos los hombres se enamoraban de ella apenas la conocían en cambio a mi, nadie parecía quererme, era diferente por dentro. Mi hermana se enamoró de un joven y apuesto hombre de negocios muy adinerado y él de ella, lo malo fue que yo lo había visto antes y a pesar de no amarlo, como ya te dije, a veces creo que nací sin corazón, no podía permitir que ella se casara con él. Al terminar nuestros estudios, ella se recibió de abogada y yo de contadora, nuestros padres nos hicieron un regalo, fuimos a Europa las dos solas a conocer algo de mundo, fue precisamente en ese viaje que tomé la decisión de mi vida, estábamos en Italia, en un lugar que ya ni su nombre recuerdo, íbamos por una carretera donde en uno de sus lados había un acantilado, el guía nos había prevenido de no acercarnos demasiado pero yo le pedí a ella que se asomara para ver lo hermoso del paisaje y sin que nadie me viera la empujé. En ese momento comencé a gritar y a llorar, aun no entiendo cómo pude hacer para que de mis ojos brotaran lágrimas, llamando la atención de todos los que venían con nosotros pero un poco más alejados. Aun puedo ver los ojos de mi hermana al caer. Al volver al hotel no tuve más que cambiar nuestros documentos, cambiarme con la ropa de ella y hacerme pasar por Sofía, mi verdadero nombre es Elizabeth. Fingí tener mucho dolor y regresé a mi casa con el ataúd llevando “mi” cadáver. Sabía que no iba a ser fácil, aunque nadie podía diferenciarnos, mi madre sí, yo estaba segura de que ella lo sabría. Mi madre era una mujer enferma y sin voluntad propia así es que aunque creo que sabía la verdad, mejor dicho sé que sabía la verdad, pero al fin y al cabo ¿Quién le creería? Había aprendido a ser como mi hermana y sabía fingir a la perfección. Aunque dos meses más tarde, mi madre en su lecho de muerte me preguntó: ¿Por qué lo hiciste?, cerrando los ojos sin saber mi contestación. Creo que fue lo mejor, al no estar mi madre, mi padre dejó este mundo poco tiempo después, creo que presentía algo pero su mente cerrada no le permitía pensar en algo malo referente a su hija. Luego vino el casamiento, me encontraba sola y Esteban, tu padre me creía mi hermana y él, un poco extrañado del cambio que se produjo en mí, pensó que era debido a “mi” muerte. Al casarnos puso todo a mi nombre, así era de generoso tu padre, aunque los últimos tiempos ya no era el mismo, creí notar un cierto rechazo hacia mi persona. Fue por eso que volví a repetir lo hecho con mi hermana, un simple empujón cegó la vida de tu padre, otra vez lágrimas y llantos ante la gente pero sintiéndome libre y poderosa. Todo pasó a ser mío en un abrir y cerrar de ojos. Pensé que al nacer tú, sería distinto, que te querría pero ya ves seguí siendo la misma, te di todo lo mejor, jamás te faltó nada pero no pude darte amor, esa es una palabra que no está en mi vocabulario. El retrato, como habrás adivinado es el retrato de mi hermana, se lo mandó pintar tu padre para nuestro cumpleaños, pocos meses antes de morir ella. Hoy al ver el cuadro sentí una sensación muy extraña, es como si ella me estuviera llamando, sé que llegó mi hora, he visto su mirada y ella me espera. A pesar de ser un ser sin alma ni corazón creo que te extrañaré, si es que hay algo detrás de la muerte, aunque no sea por amor quizá sea por costumbre, no lo sé, lo que sí sé es que no eres como yo, lo supe desde el día que naciste, tus ojos son los de mi hermana, te pareces a ella por dentro y por fuera, quizá eso llevó a que no pudiera amarte. Sé que esto va a ser un duro golpe para ti pero confío en que te repondrás pronto, fui muy egoísta reteniéndote a mi lado todos estos años pero ¿Sabes? A pesar de todo fui una mujer muy sola y temerosa a pesar de la coraza de autosuficiencia que mostré siempre frente a los demás. Ahora que sabes toda la verdad, no te pido que me perdones, no lo merezco, quizá voy a enfrentarme con un ser superior y él sí va a tener el poder de perdonarme o condenarme, si creyera en él. Te dejo todo lo que tengo, te lo mereces y además es tuyo por derecho propio, no muestres esta carta a nadie, guárdala solamente para recordarte a ti misma que no seas como yo.
Tu madre… Elizabeth.
Esa noche , al regresar Lucía a la casa, no se sentía muy bien , tenía dolor de cabeza, se encerró en su dormitorio, tomó dos aspirinas y se durmió.
A la mañana siguiente, a eso del mediodía, la mucama al ver que Sofía aún no se había levantado, siendo que ella era muy madrugadora, entró al dormitorio de la anciana encontrándola dormida, por lo menos eso pensó pero al tratar de despertarla lo supo, la mujer yacía muerta en su cama, según el médico de cabecera, ella sufría del corazón desde muy joven pero nunca quiso que nadie lo supiera.
La muerte la sorprendió en pleno sueño, no había sufrido nada.
Días más tarde, luego del funeral, Lucía miraba el retrato de Sofía, no sentía nada por la muerte de su madre, no después de haber leído la carta, pero comenzó a mirar de otra manera ese retrato, al fin descubría el secreto de aquel retrato que la mantuvo entre la duda y la sospecha durante tantos años.
Ahora, sabiendo que en realidad era de su tía, comenzaba a quererlo.
Para el mundo seguiría siendo el retrato de su madre pero para ella y para Dios, era el retrato de una joven mujer que su única desdicha fue haber tenido una hermana gemela.
Omenia 16/9/2009
|