Y otras voces
Me dispongo a intentar una conclusión del ladrillo anterior. Resumiendo, expuse un fenómeno aberrante que ocurre cuando alguien pretende deformar gráficamente una palabra para imitar cierta sonoridad e incurre en el error de prolongar la longitud de la palabra cuya sonoridad se quiere transcribir y paradójicamente obtiene una grafía impronunciable que, claro está, dista muchísimo de lo que quiso hacer. El ejemplo fue la canción del cumpleaños: cantamos “feliiiiiz” y estos energúmenos escriben “felizzzzzz”. Usted va a mirar su Facebook, su Twitter, esta página o simplemente un periódico en internet en cuyas notas están habilitados los comentarios de los lectores. Verá esto, que la gente suele confundir “haber” con “a ver”, “sobre todo” con “sobretodo” “echo” con “hecho”, “demás” con “de más”, etcétera. Verá que suele pasar que ante el error cometido siempre está el comentario de Einstein que lo trata de burro. Bien. De más está aclarar que estas equivocaciones se dan entre expresiones que suenan igual. Yo las comprendo más que a mi ejemplo de marras y, de hecho, cometí y seguiré cometiendo alguno de estos errores porque ya estoy viejo y pelotudo. Y es que la pronunciación suele mandar. Entonces vuelvo a lo mismo: que alguien escriba “felizzzz” es peor, es como si a un dibujante usted le pidiera un perro y él le dibuje una mesa, que, digamos, tiene cuatro patas después de todo. Relacioné este fenómeno con eso de hacer gráficos con las poesías y aquello de cantar incoherencias. La pregunta (que no escribí, que insinué) es si acaso no estaremos haciendo lo mismo cuando en algún texto pretendemos describir ciertos objeto, situación o paisaje. Es decir que, así como el desquiciado transcribe mal su propia exclamación, nosotros los poetas novelistas cuando creemos estar contando un hecho podríamos estar escribiendo otra cosa sin siquiera enterarnos.
Fíjese lo que pasa con las comas. La gente cree que las comas son para respirar y las pone en cualquier lado con total confianza, como si creyera que realmente maneja los hilos del texto y al pelotudo del lector como un títere. A Pérez le gusta bucear en el Caribe, usa un snorkel y tiene unos pulmones de la gran puta que aprovecha muy bien para sumergirse y obtener bonitas fotografías de los soretes que le llegan de la ciudad por las cloacas. Está bien. Digamos que Pérez fotografía bonitos peces. Ahora Pérez se pone a escribir su diario de viaje. Como se le da muy bien contener la respiración y siguiendo el criterio de muchos aturdidos, Pérez ha escrito una oración de 14 renglones sin un puto signo de puntuación. Ahí lo tiene. Si usted no está de acuerdo, piense que Pérez escribe con los pulmones propios, y no con los suyos. Le digo más: tal vez Pérez pueda cantar un “felizzz” de cuatro metros y usted no. Cuidado, pues, cuando dicen que las comas son subjetivas porque la pelotudez empezó como una subjetividad y se universalizó.
Sub0 un escalón en esto que atañe al tratamiento de la escritura y los sonidos. La RAE, como usted ya sabe, quitó hace unos años tildes inútiles a ciertos monosílabos según este criterio: si usted pronuncia “guion” o “rio” (del verbo reír) como monosílabos, usted los escribe como tales. Qué tal. Yo en ambos casos no escribo los acentos porque mi parámetro soy yo. Medida similar adopté para escribir risas: yo cuando me río siento unos golpes en la garganta y por esto para mí la risa consta de monosílabos. Escribo, pues, “ja ja ja” o “ji ji ji” o “jua jua jua”.
Un escalón más. Ya todos sabemos que los españoles deben estudiar nuestro idioma por el simple hecho de que en este continente hay más hablantes que en España, donde a poco están de hablar árabe. Si usted compra un libro traducido al español editado y distribuido por la editorial Anagrama, encontrará esto: un leísmo insoportable. En esas páginas usted leerá expresiones como “le vio”, “le acompañó”, etcétera. Yo estuve pensando cómo puede ser que esta gente deforme este idioma de semejante manera y encontré esto: que el hombre español (al menos los editores de Anagrama) cuando el objeto es una persona dice “le”. Ejemplo: le vio en referencia a Juan, lo vio en referencia a un bosque. Usted ahora puede pensar que esta gente tiene mucha razón, y que hay cierta amabilidad, cierto tratamiento para con la especie humana. Pero lo que usted no sabe es que yo tengo muchas ganas de joder.
Tenemos los verbos “golpear” y “pegar”. Estos verbos pueden ser usados de manera idéntica, esto es dar golpes. Pegar es dar golpes, ¿no? Viene un español y dice, hablando de Pérez, que Juan le golpeó. Un sudamericano normal diría que Juan lo golpeó. Puestos a pensar ahora, podríamos concluir en que cada uno diga lo que quiera, pero hay otra cosa. Cambiamos de verbo: Juan le pegó. Ha visto que en este caso usamos, americanos y españoles, el “le”. Ahora usted va a decir que, dado que ambos verbos se usan igual, el gallego capaz que tenía razón y el modo correcto sería decir que Juan le golpeó, ya que en ambos casos Juan LE dio golpes al pobre infeliz de Pérez. Mire, no. La cosa es así: algunos verbos tienen argumentos. Usted no puede decir “yo golpeé” sin más, porque su interlocutor le va a preguntar qué carajos golpeó o a quién golpeó. Entonces el argumento imprescindible es el objeto golpeado. El verbo “dar”, por ejemplo, tiene al menos dos argumentos: qué y a quién (o a qué), es decir que para usar este verbo usted necesita lo dado y el destinatario, digamos “le di un snorkel a Pérez”. Bueno, el chiste está en que el primer argumento es “lo dado”, es decir “lo” y el segundo es “a alguien/algo”, es decir el “le”. Volvamos, pues, al ejemplo de “le golpeó”. No es necesario ser una luz para saber que es “lo golpeado” porque el otro argumento (el golpe) está en el verbo mismo. Ah, vio. Es por eso que nosotros decimos “lo golpeó” y esos analfabetos lo dicen mal mientras se creen los dueños de la lengua. En el caso de “pegar” el argumento está o bien sobreentendido, o bien aclarado en la oración (le pegó una piña, le pegó un sillazo) pero evidentemente no está en el verbo mismo. El mecanismo es simple. Usted no puede decir “lo pegado”, pero sí “lo visto”. Por eso decimos “le pegó” y “lo vio”. Esto parece una cosa muy sencilla y aun obvia, pero no lo es. Y no lo es porque, repito, en nuestro ejemplo los verbos golpear y pegar dicen exactamente lo mismo, es decir, dar golpes al pobre puto de Pérez. Sucede también que un caso admite la voz pasiva y el otro no: “Pérez ha sido golpeado”. Un uso interesante es cuando decimos “le golpeó la cabeza”. Ah, no. No me llore, querido. Se dice así en referencia indirecta a Pérez; esto tiene su explicación sintáctica, pero no me detendré porque se me hace tarde y quiero pasar al último escalón.
Hay gente que cree que tendemos a abreviar en el discurso y por eso hablamos mal. Veamos esto: hay verbos que no pueden utilizarse sin los pronombres personales, verbigracia quejarse, fugarse y acordarse. Por si está mareado de tanto leer feo, le cuento que los pronombres son “se”, “me”, “nos”, “te”… Esto es algo de características similares a lo anterior. El verbo “acordarse” siempre se usa con la preposición “de”. Dije que siempre. Vaya al diccionario si no me cree. Es muy evidente que en muchos casos la gente omite la preposición “de”, entiendo que porque cree que comete dequeísmo o por alguna zanguangada similar, pero no porque no lo sepa. Si yo supusiera que es porque la gente no sabe, no escribiría todo este catafalco. Ya dije que me interesan los fenómenos. La gente no puede no saberlo porque no dice cosas como “me acuerdo tu cumpleaños”, “me acordé tu mamá”, pero sí dice “me acuerdo que te casaste”, “me acuerdo que tu cumpleaños es tal día”. ¿Por qué sucede esto? Y yo qué sé; alguno dirá que por lo que supuse, otro que porque abreviamos el idioma. La cuestión es que este verbo se usa con “de”, se dice “me acuerdo de...” “te acordás de...” siempre, y el argumento viene después del “de”. El verbo “recordar” tiene idéntico significado, pero nunca se usa con “de”. En este caso los españoles y yo aclaramos que se usa con “a” cuando el argumento es una persona, “recuerdo a tu mamá”, “recuerdo eso”. Lo que usted nunca se puso a pensar es que el verbo “olvidar” funciona como “recordar” y no como “acordarse”. Usted en este momento se cree muy despierto y está seguro de que lo que voy a escribir ya lo sabe. No, mire, estoy seguro de que no se le ocurrió esto, que la lengua tiende a poner el “de” cuando lo olvidado es una proposición. Ejemplo: “me olvidé de hacer las compras”. Jua jua jua. Dicho sea de paso, fíjese que, puestos a comparar, los españoles utilizan muchísimo menos que los americanos ese “me”. Qué putada la vida. Ya dije que en “acordarse” el pronombre es obligatorio (de hecho, “acordar” significa otra cosa) y que en “recordar” no (y la lengua lo suprime automáticamente), pero ese pronombre “me” de “me olvidé” es redundante, es decir que está al pedo y bien puede omitirse, como en “beber”, “me bebí una cerveza”. Usted, si estudió psicología o parapsicología, probablemente me pueda explicar ese fenómeno, esa manía de meter al pedo el “de” y sacarlo al pedo según el verbo que usemos. En el caso de “olvidar”, a diario escucho ejemplos que sonarían muy mal si los dijéramos correctamente, tanto que hasta sospecho que estos de la RAE son capaces de haber inventado alguna explicación reglamentada alocada y ridícula que yo desconozca. Pero por lo pronto voy a dar un ejemplo sencillamente hermoso de esta nuestra lengua hija de puta. Cuando decimos “me olvidé de Pérez”, consciente o inconscientemente estamos aplicando la regla con un rigor impecable: el “de” de la frase nos indica que Juan no es el objeto olvidado. Ese “de” separa el argumento elidido (lo olvidado) de Juan, que es el afectado y es otro argumento en la frase. Por último, observemos detenidamente la oración “me olvidé de Juan” que hace referencia a que he olvidado algo relacionado con Juan, como ser decirle algo o darle algo en su momento. Decía, observemos esa oración y veamos esto: el verbo olvidar no necesita ese “me”, pero si lo quitamos de esa mismísima y simple oración, nos suena espantosa, casi tan feo como si intentáramos pronunciar esto: que los cumplas felizzzzzz. Arréglese solo ahora.
Mis conclusiones son unas cuantas. Si usted leyó la nota de ayer de kroston, probablemente encuentre por ese lado las respuestas. En principio veo que aun cuando hice referencia a reglas, digo que en realidad no las hay y que todo esto puede pensarse de distinta manera. Tampoco consideré los tipos de verbos (como haría un lingüista) para ahorrar espacio. Yo todo lo anterior lo encontré en la calle, no en un panfleto gramatical. Podemos, como intenté hacer aquí, reflexionar acerca de por qué hablamos y escribimos como lo hacemos pero lo que se dice reglas son cómo mover un peón en el ajedrez o que las esdrújulas llevan acento escrito (reglas estas que tienen su lógica). Yo diría más bien que hay un organismo lingüístico que se hace a sí mismo. No podemos decir que dentro de 100 años se hablará como ahora porque sabemos que hace 100 años se hablaba distinto. No podemos pensar cada palabra mientras hablamos, pero sí en lo que queremos decir a modo de discurso, de una cosa completa. A usted le basta un segundo para entender en el habla después del verbo poder viene siempre un infinitivo. Usted no olvidará la oración anterior. No podemos decir que el lenguaje sea una herramienta ni aun cuando de hecho nos sirva como tal porque con el mismo criterio diríamos que un brazo o el hígado son herramientas. Si damos un martillo a un niño pequeño (acaso también a un mono) lo más probable es que enseguida o al rato lo agarre por el mango y tienda a golpear algo. Somos además capaces de interpretar discursos aun cuando no haya palabras y de relacionar movimientos con vida o con objetos inanimados porque en esos movimientos como en nuestras voces tiene que haber significado. Y tenemos además una capacidad asombrosa para entender cualquier pelotudez ante cualquier circunstancia y, conscientes de esto, nos sentimos seguros cuando creemos saber las reglas. Ahora Pérez, que acaba de leer esto, está sentado a la mesa y tiene un martillo. Alguien le dice que imite el ruido del disparo de un arma de fuego. Como usted es un ser de luz, supondrá que Pérez dará un golpe seco a la mesa con el martillo. Yo diría que Pérez se pegará un martillazo en la cabeza porque padezco cierta inclinación a lo literario o a la pendejada, da igual. |