Había sido definitorio, o temporal, este pesado e inflexible vacío que me acompañaba; no había podido advertir, cuándo fue que la solides de mi valentía me había abandonado, por ínfima vez, las cosas habían seguido su curso sin reparar en mí mal parida nostalgia.
-¡Julia, no te marches!, le supliqué, arrastrándome en el asfalto de ese mediodía ausente, le sacudí las manos y la tironeé de sus ropas, pero no, ella sin embargo cerró sus ojos, tapó sus oídos, y encerrándose en una primavera lejana, la atravesó el periplo de una exuberante aurora.
- ¡Maldita autista CABRONA!- le escupí resignada en su rostro, en esa calle, y en aquellos bares de una ciudad grande y agitada, con hambre.
No respondió al agravio de mis labios, siguió ensimismada en su imaginación.
Me sentía sola, y tenía miedo, un miedo absurdo y culpable que se vislumbraba bajo la profundidad de mis pupilas. Ese tipo de miedos que no presagian un presente apacible, ese miedo que aniquila, hasta convertirnos en las sombras deambulantes de lo que fuimos alguna vez, lo que fuimos o deseábamos ser en un tiempo distinto y más compasivo, más combativo.
Julia era la última persona en que me restaba por creer, la estabilidad de mi confianza y humanidad dependían de lo que ella decidiera, me la estaba jugando sin dudarlo, y como dije alguna vez en algún fausto poema, como presagiando lo que vendría a acontecerme en estos años, los amigos se habían extinguido con la luz del día y la familia no era más que un ornamento patético.
Supuse que algún día entendería las cosas, esas cosas que son cotidianidad de los días, pero cuando conocí a Julia era demasiado libre e inmadura para reponer en ESAS cosas, reparo en mí, claro.
Me parieron de parada, al revés de las normas convencionales, me parieron para aliviarse, para despojarse de un alivio irrisorio que no había elegido venir al mundo, pero llegué y el amor fue una búsqueda constante en mi vida, me formaron el intelecto a patadas.
Y me es necesario hablar del AMOR, de esa maravillosa conjugación de fonemas, de esas mágicas mariposas que revolotean en el estómago, de ese amor que justamente fue una conjugación de fonemas inconexos con sus acciones. La inocencia y el amor son bombas atómicas en la torpeza de mis manos, me propician de asombro y me intrigan por su misterio ante la presencia de tanto abandono.
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-¿Qué querías decirme cuando me increpaste con tanta certeza perversa, Amapolita de mi conciencia? –Julia me interrogó compasivamente.
-Nada Julia, vos no sabes nada de mi fatalidad temprana por este mundo. Y te voy a pedir por favor, que a los diminutivos de mi nombre te lo guardes en el bolsillo, no hay tanta confianza entre nosotras para que me andes denominando “Amapolita de mi conciencia”, faltaba más.
-Amapola, no reincidas en la toma de confianza, te conozco más que la madre que te parió. Cuando vos hasta ayer nomás, te andabas arrastrando como culebra emputecida, como guacha sin patria bajo las penumbras proyectadas por mi sombra, –Julia prendió la hornalla para un té verde y sus mejillas se habían ruborizado de cólera- tenía la intención de marcharme de este infierno insufrible y vos ahí, mendigando afecto por no decidirte a valerte por vos misma, ¡niña tonta!
-Hemos envejecido Julia, ya no soy una niña, pero tú qué sabes de mi escasa valentía para enfrentar la vida y del penoso hábito que tengo de aferrarme a las letanías de dolores amargos, que inciden en retornar con más fuerza del maldito agujero en donde los he marginado. ¡Tú qué sabes!, si estás tan jodida como yo.
-No te equivoques, tú eliges resignarte y llevarme con todas tus miserias al infierno interno, y yo en cambio, elijo irme, ser libre, no aferrarme a nada; y no tomo esta determinación por orgullo sino por conciencia –se recostó confundida en la cama y la noté cansada, como si vivir fuera una fatiga constante.
La sala era confortable pero mesurada en sus lujos, en un mueble bastante vejado por el tiempo y sus antiguos dueños, había colocada, cuidadosamente, una ardua colección de libros.
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-Ay Julia, me siento mal, bastante humillada, estos días han sido entierros continuos de mi valentía, de mi rebuscada humanidad. Me duele el corazón, y la vida me duele inmensamente y sin reparos, me duele y nadie tendrá caricias para hacer más leve ese daño que de amor lo está matando; ya son las horas en que me atraganto con la gloria que traen las palabras, éstas, que reconstruirán el puente que las emociones han destrozado.
Yo podía vivir sin él, pero llegó nuevamente al frenesí de mis días y dejé que las ilusiones volvieran a brotar del pozo infecto donde las había sacudido. No escuché a mi corazón, que período atrás había agonizado sin que nadie lo viniera a salvar, ¡ni vos Julia!, no lo escuché y lo volví a embromar, total el que sufría era él. Se atragantaba con sentimientos, con sueños que no se culminaron en el ocaso de su realización, con ilusiones que se reventaron como burbujas en el aire, con besos que no pudo dar, se enfrentó solito al vacío que deja el amor cuando se va, se entregó tristemente al frío violento que traerían los recuerdos y los malos presentimientos de un futuro incierto, lo dejé morir junto conmigo, le di sus restos a los lobos, lo dejé que se jodiera por confiado ante tanta cruenta deshumanidad, ornamentada de buenos sentimientos e inocencia.
Yo sólo quería amar y que me amaran, no eran inciertos mis deseos, pero sabía que no tenía que ceder cuando él me buscara, si me demostraba lo poco que ese mediocre ser valía como persona, cuando tiempo atrás dejó agonizar a mi corazón y languidecer a mi alma, cuando me dejó completamente sola y con un mundo que no se había apiadado de mi dolor.
Tu interior seguía siendo un Dios dormido, un caminante a los tumbos, sólo te importaban los estamentos de cosas terrenales, seguías deseos carnales porque tenías una lata pobreza en el alma. Yo sabía que valía mucho más que la indiferencia que desprendías, pero me obstinaba, no me interesaba el valor de mi persona si a cambio podía amarte eternamente y sentir el amor fluir junto con la sangre en mis venas. No me importaba entregar todo lo que fui, pero necesitaba amor, y si las ilusiones brotaban nuevamente, si los deseos despertaban luego de un invierno impiadoso, si volvía a crear nuevamente las acuarelas de la vida con mis manos, no tenía intenciones de atravesar un puente sostenido de un solo lado. Tenías que hacerte cargo o dejarme vivir, tenía pendiente recuperar las ansias y la alegría, que vos me habías quitado.
El abandono y la dificultad marcó el devenir de mi vida, la adversidad fue la garantía que me ofreció incondicionalmente este mundo y claro, los seres que lo conformaron.
Ya no confiaba en la benevolencia de tu “amable” sonrisa, era un decorado que tarde o temprano se derrumbaría a pedazos, no confiaba en vos.
A mis 27 años, debía de cuidarme de la ansiedad y los impulsos, la autodestrucción podías encontrarla en donde menos te la imaginabas, o donde más fatiga te daba buscar. Era hacerse cargo, realmente, de lo miserable que somos, por más capacidad de raciocinio que tengamos.
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