Me calma pensar en la muerte, "en la parca", ella vendrá pronto por mí y con una ansiada resignación la espero, tanto sufrimiento en estas tierras fétidas no he de soportar.
Dí lo que pude a este mundo, aunque sé que "hubiese" podido dar mucho más, y me expreso en tiempo pasado porque no encuentro motivación alguna para modificar este absurdo, solitario y melancólico presente.
Pensar en la muerte da paz y a su vez, atemoriza, ¡atemoriza porque los suicidas se van al infierno!, al séptimo círculo de éste, las almas humanas se convierten en ramificaciones vivientes del gran "endrino".
Pero de todas maneras, quiero irme de esta vida, no advierto un porvenir satisfactorio, las personas han demostrado incomprensión y falta absoluta de compasión hacia sus prójimos; poder cambiarle la vida a alguien da inmensidad, libertad y mucho alivio. ¿Pero por qué soy la única que lo percibe? ¿Por qué las personas son incapaces de albergar un extracto de humanidad en sus irrisorias almas?
He de advertir, aunque pienso que es una obviedad, que tengo una sensibilidad peligrosa y febril para los despojos de este mundo, éste me duele en los huesos, en los ojos, en la tibieza de las manos, y también, en el frío ártico del corazón, este corazón que un día dejará de latir y bombear "vida" para ser atravesado por el brilloso esplendor de un metal cortante, este corazón que se irá al Infierno de Dante para seguir alimentando a sus tormentos.
¡Vida puerca y mediocre! Miserables son los seres que no han aprendido a conciliar el peso de sus cruces en la gravedad y proximidad de los faustos años.
Corazón, deja que junte valentía y un inmenso asco para poder atravesarte y no doler el alma, para acabar esta peregrinación de afectos prestados que acarrean inseguridad y sufrimientos en el vientre donde fue acunada la infancia. |