Acudo a tu boca
como a una cantimplora,
igual que al Gólgota el Hijo,
temeroso, apasionado,
inexorable.
Acudo a tu boca
arrastrándome,
derrotado por tanta necesidad de tu aliento,
por tanta potente hambre de tu lengua,
por tanta sublime entrega de mis labios
recuperando tus labios.
Levemente mágica,
como truco de naipes,
niño que sostiene en inocentes manos
el trémulo cuerpo de un gorrión,
ornas esa orilla del mundo
en que atestiguas silente la dudosa
sucesión de los ocasos.
De tu boca sólo la palabra "espera"
oscura, cruel, colgada de tu silencio, cual terrible cuervo de cuencas escarlata.
A veces la luz que irradias sólo
me entrega sus sombras,
un menudo consuelo de ojos húmedos,
la certeza y el espanto de días inciertos...
otras veces volteas y me ves,
y te sonríes como si nada pasara,
como quien llega alegre y nostálgica de un largo viaje,
a recuperar aproximaciones, risas, y lugares
ya frágiles en la memoria.
Por la claridad de esos días vivo,
para acudir de a poco a tu boca,
como quien acude a la entrega de una bella omilía,
y come del cuerpo sagrado,
y bebe,
y es brevemente feliz y salvo.
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