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(texto publicado en la revista "El Círculo de Tiza" Nº2, Lima-Perú, 2003)


EL OCASO DE LA LECTURA

“Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con toda el alma”
Harold Blomm


“Debemos comprender y sentir lo bello en todas las cosas y cultivarlo como ideal en la vida”
Cicerón (106 A.C. al 43 A. C.)



Uno de los elementos más importantes de la comunicación, utilizado como medio para obtener los conocimientos generados por siglos, y que nos da la oportunidad de llegar a ser más que simples espectadores de la evolución del hombre, está siendo derivado al olvido, al desconocerse la verdadera naturaleza de su uso, corriendo el riesgo de ser llevado a la más ilustre ruindad.


Desde la educación elemental nos enseñan a valorar la lectura como el principal medio de aprehender nuestro entorno cultural, y, al mismo tiempo, a ver en ella el proceso por el que podemos alcanzar el conocimiento de nuestra civilización, y, en todo caso, como un camino que, con su práctica, nos llevará a la reflexión y nos permitiría desarrollar nuestras capacidades, tanto individuales como sociales. De este modo, el ejercicio de la lectura (al menos en concepto) ha sido internalizado como la fórmula que nos liberaría de la ignorancia con que venimos al mundo. La importancia que la humanidad ha dado a esta idea, nos ha llevado a creer que su práctica es algo implícito a nuestra condición de seres humanos, haciéndonos llevar la vida en función a esta aparente certeza. Al punto que en todo intento de culturizar a una sociedad se recurre al ejercicio de la lectura como la herramienta indispensable para lograrlo. Sin embargo, la responsabilidad de que una sociedad tome la senda de la verdadera civilización depende de la voluntad de cada individuo, sin olvidar que, en general, todos desean llegar a un nivel de raciocinio que pueda socorrerlos ante cualquier problema –material o filosófico– que se les presente en su vida diaria.

Pero al observar una sociedad en la que el ideal de la lectura es lo último que se persigue, se pone de manifiesto la contrariedad existente entre la imagen casi divina que durante centurias han forjado los hombres de esta herramienta –utilizada para indagar en sus almas sobre sus verdaderas posibilidades– y la pavorosa indiferencia que se tiene frente a ella. A pesar de ello, no puedo estar de acuerdo con quienes señalan el fracaso de la lectura como herramienta culturizadora. Porque esta actividad constituye un fenómeno que va más allá de la mera función social, pues implica, antes que nada, la necesidad de conocer su motivación personal. El explicarme la naturaleza del acto de leer se me presenta desde el momento en que abro un libro, en el cual, letras agrupadas en diverso orden, me permiten explorar acerca de mi propia condición.

La lectura como aparente herramienta culturizadora:
La intención de toda sociedad moderna es forjar en cada uno de sus miembros una conciencia cultural que refleje sus elementos materiales y espirituales, logrando que se identifiquen con el lugar en que se desenvuelven. Ésta es la principal tarea culturizadora de una sociedad. Sin embargo, sólo mediante un desarrollo sostenido y sistemático que permita conocer sus diferentes manifestaciones –tales como la lengua, la ética, el arte, las ciencias– podrá alcanzar su auge cultural. Si bien esta idea aparece como la más deseable, sólo se cumple a cabalidad en la educación elemental, pues sólo en la primera formación se parte del supuesto de la total ignorancia del individuo acerca de todo conocimiento elevado. La enseñanza está destinada a llenar dicha brecha, pero la responsabilidad de seguir el camino educativo (culturizador) se encuentra en nuestras manos. Considero que el primer y fundamental error sobre la labor de la lectura, radica en creer que ésta, por sí misma y en toda circunstancia, puede culturizar a un hombre en el que no exista la necesidad de continuar su propio desarrollo, en otras palabras, que si una persona no tiene la intención de proseguir su formación, no puede ser obligada a buscar la condición de quien persigue la cultura, del individuo culto.

Lo que puede ser explicado más claramente de la siguiente manera: las manifestaciones culturales del hombre –entre las que se encuentran las artes, la pintura, la música, la escultura y la escritura– aunque son generadas por sus propias manos, siempre son precedidas de un impulso primario sin el cual no sería posible realizarlas. A nadie se le ocurriría exigir a un ser humano sin dotes artísticas que, por ejemplo, elabore una escultura, ya que, de realizarla, la haría mal o simplemente nunca la terminaría, con la lectura sucede lo mismo. No se puede pretender que por el simple hecho de conocer las conjugaciones de los verbos o el uso de adverbios y sustantivos, cualquier individuo se encuentra en condiciones de leer correctamente, ya que al mero hecho mecánico le hace falta la parte más importante para su verdadera práctica, vale decir, la propia disposición individual. Por lo que, si la lectura ha fallado como herramienta culturizadora, no es por falencias propias, sino por las de aquellos que la practican.

El carácter esencial de la Lectura:

Para evitar que ello suceda, la realización de esta actividad requiere que una constante preparación continúe lo que un primer impulso llevó a iniciar individualmente. Ahora bien, en cuanto a la pregunta de ¿para qué se lee? , me cuidaré mucho de caer en el común error que pretende encontrar la finalidad de la lectura en su capacidad para estimular la imaginación o distraer la mente con un momento de fantasía; argumento con el que insistentemente creen dar respuesta a la mencionada interrogante cuantos han tratado este tema. Por mi parte, sostengo que es necesario replantear la pregunta y ampliar su contenido con la siguiente fórmula: ¿por qué y para qué se debe leer?
En primer lugar, no debemos dar a la lectura el carácter de entretenimiento, pues, de lo contrario, el primer texto dificultoso o ajeno a nuestros intereses que se nos presente lo rechazaremos, creyendo que esta práctica sólo debemos ejercerla cuando nos otorgue placer o, en el peor de los casos, cuando nos brinde una utilidad práctica, con lo cual se desvaloriza su ejercicio y se pierde la razón de ser de esta actividad. El conocimiento debe ser nuestra única motivación para leer, cualquier otra invalidaría su ejercicio. Con esta afirmación no se pretende negar la libertad de las personas a elegir la forma en que realizan sus actividades. Sólo se quiere señalar que quienes realizan esta práctica tienen la responsabilidad de impedir que se haga un uso equivocado de una herramienta que fue diseñada para comunicar lo más excelso que se ha dado en la evolución humana. Por ello hacía hincapié en que sólo su constante practica puede desarrollar en nosotros la suficiente capacidad de abstracción que nos permita acceder a los pensamientos más elevados de nuestra civilización. El que se haya hecho de ella una tarea complicada se debe a que la lectura, así como la escritura, es un artificio creado por nuestra necesidad de comunicarnos, que, al no formar parte de nuestros instintos, origina el natural rechazo de algo que no es visto como una extensión de nuestro ser, sino más bien como un obstáculo que podemos evitar. De ahí que sociedades en las que lectura y escritura son prácticamente nulas, pueden sobrevivir perfectamente sin ellas, pues no forman parte de sus necesidades fisiológicas, lo que nos demuestra que, a través del tiempo, el hombre en general ha podido prescindir de ambas.

Se entiende de estas afirmaciones que la lectura, si bien en un primer momento se práctico por el carácter comunicativo e indagador del hombre, conforme el pensamiento fue evolucionando a través de las épocas sus exigencias fueron cada vez mayores. Sobre todo a partir del Renacimiento y de la Ilustración el conocimiento transmitido mediante la escritura ocupa la posición más importante en la historia de Occidente. De esta manera, las reflexiones teológicas, filosóficas, políticas, y artísticas de los grandes pensadores de la época, debido a la gran proliferación de textos escritos, se encontraron por primera vez al acceso de las masas, con lo que el conocimiento de tales pensamientos se halló sometido a la libre interpretación de cada lector. A esto se debe que los ideales y los mundos utópicos concebidos por pensadores de todas las épocas, jamás fueron concretados en la realidad. Se cree explicar este fracaso en el hecho de que la realidad es incompatible con semejantes pensamientos, sin tomar en cuenta la posibilidad de que tales propuestas reflexivas, al ser generadas por hombres de elevada intelectualidad, entrañen una visión de la realidad mucho más profunda que la de la mayoría de hombres, quienes difícilmente podrán comprenderlas a cabalidad. Tal confusión tiene su origen en que, siendo para pensadores y para quienes no lo son uno solo el sistema que usan para expresarse –ya sea al escribir o al hablar– todo hombre se cree en la posibilidad de manifestar su opinión con respecto a cualquier idea.

(continúa...)

Texto agregado el 10-09-2004, y leído por 382 visitantes. (1 voto)


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