¡Mi Buenos Aires querido!
Dicen que veinte años no es nada, pero…
Veinte años hace que dejé Buenos Aires, siendo aún un purrete, que pensaba que se las sabía todas, abandoné mi ciudad, mi patria, dejando atrás todo, pensando que con mis veinte años alcanzaría la cima del mundo.
Aún recuerdo a mis padres en el momento de la despedida, a mi padre, serio, sin decirme ni una palabra y a mi madre…, recuerdo las lágrimas que rodaban sobre sus mejillas, lágrimas que en mi mente, aún las tengo presentes.
Aquél rostro alegre y juvenil que a pesar de las lágrimas quedó grabado en mi.
A los veinte años, la experiencia no existe, pero… tenía aquél entusiasmo, propio de la edad y de la ignorancia, la ilusión, la esperanza y con todo eso dejé mi país para “conquistar” un país que no era el mío, con gente extraña, con otra cultura muy diferente a la mía, que no me recibió con los brazos abiertos como me lo había imaginado, que me hizo rodar por las calles desde el primer día que llegué.
¡Qué iluso! Pensaba lo que tantos jóvenes piensan, que a mi me iba a ir bien, que yo no tendría que trabajar trece horas por día, y que lo que me pagaran, me daría no sólo para vivir bien sino que mandaría dinero a mis padres, que tanto lo necesitaban.
Pero nada de eso ocurrió, al principio, ellos tenían que mandármelo a mi para no morirme de hambre, luego al hacerme más hombre supe que aquello no podía ser, tuve que mentirles, decirles que aquel país era el paraíso y muy de cuando en cuando les mandaba unos “dólares”, aquellos billetes verdes por los cuales había abandonado todo y que me costaba tanto ganar.
Veinte años han pasado desde aquel triste día en que dejé, con tantas esperanzas, mi Buenos Aires querido.
Aún tengo grabado en mi memoria la conversación que mantenían mis padres cuando creían que no los escuchaba.
¬¬---Viejo, no quiero que Carlitos se vaya, es un purrete todavía y no sabe a lo que va a enfrentarse…
---No te preocupes, vieja contestaba mi padre, nada vamos a ganar no dejándolo ir, el pibe quiere conocer el mundo y… ¿Quiénes somos nosotros para impedírselo?
Yo también una vez quise hacerlo, hace muchos años pero…quizá no tuve las agallas para irme.
O quizá ese no era tu destino, contestó mi madre.
Tenés razón vieja, mi destino fue quedarme y formar una familia, de eso no me arrepiento, pero…
Pero… es cierto, nos matamos trabajando para nada, este maldito dinero que no nos da ni para vivir decorosamente…
Es el destino, vieja, ¿quién te dice? a lo mejor a nuestro hijo le va mejor que a nosotros.
No Ignacio, nosotros estamos juntos, pero él va a sentir la soledad, la nostalgia…
Si, eso lo se pero debe vivirlo él para saber el valor de la familia unida.
Me quedé dormido y no volví a escucharlos, pero estos veinte años me mostraron con amargura la triste realidad y las palabras de mis viejos vuelven a mi memoria como tantas veces lo hicieron pero…
Hoy he vuelto a mi casa, a mi patria, a ver a mis viejos y ...
Todo es diferente, mi casa, mis padres, mi Buenos Aires…
Nunca creí, al irme, que aquél rostro jovial y alegre de mi madre, aunque estuviera lleno de lágrimas, jamás lo volvería a ver…
El rostro que tengo frente a mi ya no es aquél, es un rostro triste, viejo y cansado que me mira también en esta oportunidad, lleno de lágrimas y me observa…
Cuarenta años y también parezco un viejo, la vida me quitó tantas cosas, mi madre lo sabe, pero no dice nada, ella sufrió aún más… y mi padre…el hombre atlético y jovial de antaño ya no existe, la tristeza, la impotencia contra la vida y la resignación ocupan ahora ese lugar.
Su rostro ha cambiado tanto…surcos en su frente me cuentan de una vida llena de tristeza, de melancolía, de tantas cosas…
Y mi Buenos Aires querido!…él también está diferente, apenas lo reconozco, nada es igual.
El bar de don Pepe ya no existe, los vecinos hace años se mudaron, dice mi madre que tengo que salir a recorrer la ciudad, eso hago y ¡qué distinta está!...y mis amigos…
Traté de encontrar a Luisito pero sólo quedan los escombros de su casa, ¿quién sabe dónde estará?
De pronto la veo, ¡Alejandra! Tan bonita como antes, trato de llamarla pero un pibe me gana de mano.
---Mamá, papá dice que te apures.
Y mis sueños de muchacho terminan muriendo con aquellas simples palabras.
Alejandra pasa a mi lado sin verme y yo continúo mi camino quizá con la esperanza de volver a empezar, de que aún no esté todo perdido, recordando a Gardel en… ¡Mi Buenos Aires querido!
Omenia.
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