“Las huellas sobre la nieve”
“Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”, así reza el refrán, quien podría saber si lo que dijo mi pequeña hija de 3 años era verdad o sólo su inocente imaginación, “Papi, Vanessa me está pidiendo que la acompañe a Perú”. Por un instante me quedé atónito con sus palabras, porque mi hija y yo estábamos solos en nuestra casa, esa fría tarde del crudo invierno en Virginia.
Llevamos ya 10 años desde que mi familia salió de nuestra Lima la horrible; partimos mis cuñados y Marcia mi esposa, para estos lejanos lares en el norte de Estados Unidos, en el estado de Virginia. Un hermoso paraje, lleno del verdor de sus bosques, con ese tan afamado orden y organización, que sólo los gringos pueden mantener. Vivimos a 45 minutos de distancia de Washington D.C.; lo cual nos ha permitido hacernos de una vida de clase media trabajadora, claro muy trabajadora, porque no hay otra alternativa en este país para sobrevivir. Así como te ganas cada cochino dólar, te lo gastas en mantener el “sueño Americano”.
¿Quién es Vanessa?, pregunté yo con ingenuidad, la escuché tan convencida, que le creí en el primer instante. Todos sabemos que los niños inventan amiguitos imaginarios, para suplir su soledad o tan sólo para seguir sus juegos con esa imaginación inagotable de los pequeñuelos. Más aun, yo mismo jugaba a las escondidas con mi amigo “Pucho” cuando era niño. ¿A Perú me dijo? ¿Que la acompañe a Perú?... cuando quise interrogarla por su amiguita, Adela mi hija me dijo con pena: “Ya se fue Vanessa, acaba de salir por esa pared para el jardín” me decía señalando la pared.
Hay momentos en que la imaginación parece muy real, o es que nos engañamos nosotros mismos. Era la tarde y oscurece temprano en el invierno de este lado del hemisferio; la penumbra me hacía sentir una presencia densa y perturbadora en la casa, quizás sólo era pura sugestión. No quería asustar a mi hija con preguntas inquisidoras, solo atiné a decirle dulcemente: “Ya regresará otro día”. Y sí regresó.
A la hora de la cena, en compañía de Marcia y mis cuñados, les comenté la ocurrencia de la niña y Sofía mi concuña se puso a llorar, Marcia y yo estábamos absortos, era solo la imaginación de una pequeña de 3 años, pero Octavio mi cuñado nos aclaró: “Vanessa era el nombre nuestra primera hija que perdimos en Perú”. Pero eso había sido hace ya 12 años, mis cuñados habían iniciado una nueva vida en estas tierras. La bebe no se logró y prematuramente nació, los 5 meses de embarazo no fueron suficientes para culminar su desarrollo, cosa que llenó de tristeza y amargura a mis cuñados.
Adela mi hija, es una niñita dulce y ocurrente, a ella le queda la muy conocida frase: “Es una viejita hablando”. Como toda pequeña, vive su mundo de fantasías, así lo tomamos todos aquella ocurrencia de la amiguita “invisible”, hasta que sucedió algo inexplicable. Una tarde estando todos en casa, Adelita se acerca corriendo hacia su mamá y le mostró un pequeño osito de peluche. “Mamita, mira lo que Vanessa me trajo”, Marcia se quedó desconcertada contemplando al muñequito muy nerviosa me dijo: “Pero si este osito lo dejamos en la lápida de Vanessita cuando viajamos a Lima hace 6 años”.
No podíamos encontrar explicación, ya eran demasiadas coincidencias, esto de la amiguita invisible ya se estaba convirtiendo en una situación que no podíamos controlar. “Pero ¿Estás segura que era este osito el que nos encargó Sofía para colocar en la lápida”? No lo podía creer, pero algo dentro de mí hacia que el instinto de protección por mi familia se activara y empiece a preocuparme. Había escuchado historias de almas que tratan de comunicarse con los vivos, que los niños pequeños son quienes las pueden ver o hablar con las ánimas y que éstas necesitan redimirse con sus familiares para descansar en paz. Muchas de esas historias me las contó mi abuela, acerca de aparecidos y fantasmas, de parientes fallecidos que no la dejaban dormir y que este don lo heredan los hijos o nietos.
Pero también tenía que mostrarme ecuánime ante mi esposa, “Creo que te has confundido” le dije a Marcia para tranquilizarla, “Adelita tiene muchos ositos de peluche, y éste es uno más”. Mi esposa es muy religiosa y nos propuso que nos encomendáramos al niño Jesús, a elevar nuestras oraciones a la Virgen María para que nos proteja. Yo no soy muy religioso, lo confieso, pero esa noche sentí la imperiosa necesidad de rezar por ellas.
La nieve tiene un encanto mágico al caer, se dice que al momento que van cayendo los copos de nieve es como que se detiene el tiempo. Esa tarde Marcia se quedo con nuestra hija. Como era costumbre se estaban alistando con todo sus ropajes: gorro, casaca, guantes, bufanda y botas, es decir un equipaje para salir a jugar con la nieve; yo odio la nieve, me parece un montón de hielo que se acumula para estorbar todo por donde cae, pero en fin a mi hija le fascina.
Después de varias bolas de nieve y un muñeco con su infaltable nariz de zanahoria, mi hija Adela miraba fijamente a la nada, levantó su mano haciendo como que saludaba a alguien, pero no había nadie. Adela sin decir palabra se echó a correr varios metros en dirección recta. Se sentó y hacía como que jugaba con alguien en la nieve. Instintivamente mi esposa empezó a llamarla para que regrese, pero mi hija estaba muy entretenida hablando sola.
Marcia no pudo resistir y fue a buscar a nuestra hija, ¿Con quién estás jugando Adelita? La niña muy naturalmente responde: “Con mi amiguita Vanessa, pero dice que ya se va, porque tú eres grande y no te conoce”. Marcia mira al frente, y solo pudo ver el blanco del suelo vacío que poco a poco va mostrando una pequeñas huellitas que se van alejando en la nieve.
Pablo Villanes
Woodbridge, Julio, 2010
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