Erase una vez tres amigas: Camila, Roxana y Beatriz.
Camila era enfermera en un Centro de Salud Familiar, vivía sola, se mantenía así misma y sus múltiples carretes nocturnos y escapadas de vez en cuando con algún amigo de turno...
Roxana era todo lo contrario: Secreataria de un Estudio Jurídico, le encantaba bailar, pero rara vez salía, melancólica y soñadora, buscaba el amor perfecto porque ella creía que realmente existía...
Beatriz era diferente y la vez, muy parecida a las anteriores. Era Trabajadora Social, y aunque estaba desempleada no se daba tiempo para perderlo, le gustaba divertirse pero no tanto y le gustaba analizar y escribir lo que le rodeaba, en especial con Camila y la Roxy. Sus amores furtivos eran la llave que la mantenían más entretenida, pero también a veces, más sola.
Las tres se juntaban de vez en cuando en un café del centro de la ciudad para ponerse al día con las nuevas conquistas de Camila, las rabietas laborales de Roxana y las últimas maldades de Beatriz. A pesar de que todas llegaban muy alegres por encontrarse pero, sin embargo, era inevitable que durante un lapso de la conversación la tristeza las invadiera: penas de amor, inercia laboral, depresiones y malestares varios las hacían sentir abandonadas dentro de un mundo despiadado con las solteras independientes. Luego, Beatriz empezaba a reirse de ella misma y contagiaba a sus amigas de hacerlo también, hasta que la pena otra vez se iba y daba paso a la valorización exsacervada de la soltería y sus multiples beneficios.
Siempre todas reían, siempre todas lloraban. Pero nunca se sintieron solas de verdad. Talvés solas de la vida, del trabajo, de los hombres, de sus familias. Pero jamás se sientieron solas de amistad, porque siempre fueron tres, y entre ellas, las penas se pasaban más dulces y las alegrías duraban más.
Tal vez paresca un historia simple y tonta. Pero, para quién la escribe, ciertamente necesitaba hacerlo. |