Nefixa
Un callejón sucio y apestoso, era el escenario en donde nuestra heroína estaba tirada como una muñeca rota, a la que su infantil dueña abandonó por puro aburrimiento. Las piernas abiertas, las medias rotas y la minifalda subida hasta el ombligo, señalaban a todas luces un abuso hacia su persona. De sus labios grotescamente pintados, un hilillo de sangre manaba, cayendo gotita a gotita manchando el suelo.
No, todavía estaba en este mundo. Aún se movía, a duras penas fue gateando, ante las miradas de viandantes que procuraban huir de ella como de la peste.
A lo lejos divisó una iglesia, modesta, de barrio obrero. Una fuerza interior la guió, un recuerdo inculcado desde niña la estimuló, hacía lo que ella pensaba que sería su salvación.
Mientras hacía su particular vía crucis, su mente se llenó de recuerdos.
Desde pequeña, en un pueblo de mala muerte, allá en la árida Extremadura, con una numerosa familia de hermanos, su ardua existencia no le dio nunca una satisfacción. Su padre, cual autoritario paleto, pisa-terrones. Cuando su madre lo rechazaba, se le ocurrió la feliz idea de abusar de su inocencia. Aprendió deprisa a sobrevivir por las callejas de su pueblo vendiendo su maltrecho cuerpo a estudiantes ávidos de carne barata, a lo que sus novias nunca accederían a que les vieran ni la liga de las medias. Cuando por fin la suerte le sonrío, conoció a un chico, ajeno a todo lo que pasaba en su pueblo. Ese novio que tanto le prometió, pero que en el servicio militar de rigor conoció a una canaria de buen ver y alegres ademanes, que él nunca se imaginó que existieran semejantes hembras. Ella ya quedó embarazada del mozo. A lo que resultó marcada por su prometido. La sentencia fue firme. Su padre, valiente ignorante de esas tierras fuertes y duras como el granito, la tiró de su casa. Vagó sin rumbo fijo. Las monjitas la acogieron, no sin antes comerciar con el hijo que esperaba, y a su parto, ya el negocio fue montado, y a ella, cual triste muchacha, le fue arrebatado su bastardo. Desde entonces su único refugió, fue el arte y el oficio más viejo del mundo.
En cuanto entró en la parroquia, las pocas beatas allí orando se fueron como el alma que lleva el diablo. Ella, se acercó al altar en ferviente actitud y dispuesta para el rezo, rescatando lo aprendido de cuando tomó la primera comunión. Su letanía no pasó desapercibida. El párroco, educado en el más estricto de los seminarios, para él, todo era una tentación del demonio, todo lo que pasaba en la tierra y no encajaba en su mundo, era el maligno quién estaba detrás. Estaba en una disyuntiva, aquello no le beneficiaba en absoluto. las pocas asiduas acabaron esfumándose, pero por otra parte y como estaban los tiempos no era plan de rechazar a nadie, por muy pecadora que fuera.
Su fe, fue tan ardiente que enseguida ablandó el corazón de todos. Allí arrodillada, pasaba las horas orando por ella, orando por todos los que la agraviaron y por supuesto, pidió para las pobres almas que de vez en cuando le traían de comer y de beber.
El párroco, en su duro entrenamiento en contra de todo lo femenino, estaba sucumbiendo al fervor de esta pecadora, que con su devota penitencia era la envidia de las devotas y asiduas alcahuetas.
—¡Pedro! ven aquí mismo y ahora mismo. —La voz del Creador era muy clara y contundente. Pedro, raudo como el viento se presentó. En su mente, repasó las últimas meteduras de pata y por lo que él dedujo, ya hacía algún tiempo que todo estaba en su sitio. Por lo que le extrañó la voz colérica del Todopoderoso— ¿Cómo es posible que no se me informara de esta situación?
—¿Situación? no comprendo vuestra Deidad —Pedro, ya no sabía dónde meterse ni qué escusa inventarse, para parar el enfado del Creador que subía por momentos.
—¡Esto no puede ser! estoy rodeado de una pandilla de inútiles, al final me voy a tener que encargarme yo mismo de todo. —Mientras ametrallaba al pobre Pedro con toda una serie de reproches, la totalidad del reino celestial temblaba al son de los gritos del Todopoderoso— ¡¡La prostituta, hombre, que no te enteras!! Su Deidad, hablaba tan fuerte que el pobre Pedro tuvo que taparse la cara debido a la lluvia de saliva que le caía encima.
El santo, respondió con ese hilillo de voz que peleaba por salir de entre los reproches de su Creador.
—Pero... Todopoderoso, ya conoce a sus criaturas, sólo se acuerdan de usted cuando se ven perdidas, debería usted haber escarmentado, ya hemos pasado por esto...
El creador, pensaba que si no lo fulminaba aquí y ahora mismo. No recordaba tanta incapacidad juntas, contestó muy ufano:
—¿En qué fechas estamos? ¿es qué no sabes en que momentos vives? ¡¡Es Navidad!! viejo inútil y perezoso amigo.
El asunto pintaba muy mal y la competencia asechaba. El Maligno, aprovechaba cualquier oportunidad para robarle las almas y esta, era una de ellas.
—No comprendes que no estamos para tirar cohetes, que no nos podemos permitir el lujo de desdeñar a nadie, por muy pecadores que hubieran sido.
—Su Deidad, estará conmigo en que esta mujer ha sido prostituta y de las más viciosas.
—¿Es que tú, no has sentido ese arrepentimiento tan sincero?
—Desde luego, pero no hay que olvidar el pasado de esta criatura...
—¿Pasado? el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Sabias palabras de mi hijo.
—Usted sabrá lo que hace, pero tenga en cuenta que luego no me venga llorando, que mi hombro está muy dolido por las otras veces.
—¡¡Me da igual!! en estas fechas tan señaladas, esto no puede quedar así... además, dime ¿tenemos alguna santa, prostituta?
—Desde luego su Deidad, que poca memoria tiene usted ¿No se acuerda? era una muchacha de 12 años que con fervorosa pasión y misericordiosa, daba su cuerpo a los mendigos. La llamaban: Nefixa, la Santa de las Prostitutas, de las meretrices y de las cortesanas.
—Bien, bien, perfecto...
Ella, seguía con sus rezos. El cura, acechaba sin atreverse ni siquiera a hablarle. Unos sentimientos encontrados surgieron de esta extraña relación. El párroco, luchaba en su interior con su férrea educación y con la devoción de la prostituta, casi rayando en la locura.
Un buen día, las beatas que estaban al acecho de cualquier evolución de la penitente, advirtieron voz en grito al cura que; la desdichada sangraba por las manos. El cura, ahora sí que se atrevió incluso a examinarla, advirtiendo que las comadres tenían razón; de las manos de la desgraciada devota, unos estigmas que serían la envidia de las más reputadas santas, aparecieron como un tremendo terremoto para todos los ahí concurrentes.
La iglesia tomó cartas en el asunto, mandó a sus expertos. Después de sus pesquisas y pruebas determinaron lo inexplicable del sangrado. El obispado, envió todos sus informes al Vaticano.
Tiempo después, lo que empezó como una prostituta arrepentida, acabó confiriéndose en un fenómeno imparable para la Iglesia Católica. Puesto que antaño una prostituta fuera beatificada. El Santo Padre decidió que bien pudiera esta mujer seguir el mismo camino, así que fue propuesta para Santa. La noticia corrió como la pólvora y de inmediato acudieron: los buscadores de milagros, los harapientos y los desahuciados por la medicina que perseguían un remedio a su enfermedad. A la suma de toda esa marabunta de gente, se agregaron los científicos que buscaban una respuesta a tanto misterio y por supuesto no podían faltar los medios de comunicación; ávidos de carnaza para sus lectores y telespectadores que hostigaban a la infeliz, lo mismo que un enjambre de molestas avispas.
la envidia era generalizada, ahora aparte de menospreciarla, todos los parroquianos veían en ella a una competidora para ganarse la gracia del altísimo. Ellos, que llevaban una vida piadosa no podían admitir que semejante pecadora pudiera haber adquirido la gracia de Dios.
A la pobre prostituta, aquello le perjudicó tanto que la asqueó, la desgana y la mala salud empezó a minar su mente ya de por sí bastante estropeada.
—¡¡Estará usted contento!!
—Hombre Pedro, no es para tanto, a mi criatura no le fue tan mal: salió en todos los medios de comunicación, visitó al Santo Padre y fue santificada ¿qué más pudiera pedir?
—Se olvidó usted de un pequeño detalle, su Deidad; todo esto le sobrepasó, entre las mentiras de todos los que le tuvieron envidia y todo aquél que se benefició de su fama, acabó loca de remate. Ahora mismo, se está comiendo la pintura de su celda. ¿A usted, eso le parece que la ayudó? Si ella sólo buscaba refugio en su iglesia, nada más...
—¡¡Está bien, lo arreglaré!!
—De eso nada... Usted quietecito...
—Qué sí Pedro, tengo una idea.
—Usted y sus ideas, apañaos estamos...
—¡¡Hombre de poca fe!!
—Con usted, mucho dogma y paciencia, su Magnificencia.
—Pedro, ya está. Llamaré a Cupido, para que atraviese al Párroco con las flechas del amor. O mejor, mandaré una legión de ángeles que la subirán en volandas hacia el cielo, de esa manera todos la creerán más Santa si cabe.
—Claro, lo mismo que al profeta Elías.... y ya tendremos otro circo montado...
—A que sí, Pedro ¿Te lo imaginas? Un magnifico carro de fuego, arrastrado por 4 caballos blancos, acompañado de ese torbellino que he usado tantas veces para confundir al personal, llevándose a la santa ante las miradas embobadas de todos. ¿A qué sería un bombazo?
—Mire vuestra Deidad, mejor dejar las cosas como están, el tiempo lo curará todo, acabarán olvidándose de ella y todo volverá a su curso.
Fin
J.M. Martínez Pedrós. |