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-El trancazo aunque fuerte, no me dolió. ¿Anotó usted las placas del camión? No importa, aún así, no hay marcha atrás. Nuestra vida es como un carrusel ¿sabe? da vueltas y vueltas sin retorno, siempre para delante, nunca para atrás. He tocado fondo y creo que hay algo más, aunque eso no tiene importancia. En este momento me inquietan más mi esposa y mi hija. Hoy en la mañana amaneció con fiebre. Según la abuela, alguien le había hecho un mal de ojo, ya que los médicos del hospital no tienen idea del porqué está así; pobre bebé, ella no tiene la culpa. Todo por este maldito empleo. Déjeme le cuento como comenzó mi desgracia...

>>Dos meses antes del bautizo de la niña, perdí mi trabajo en el Almacén de Mantenimiento, allá en la Fundidora. Trabajé diez años y no recibí ninguna gratificación por mi despido; y es que descubrieron que recibía sueldo fijo por parte de un proveedor, mi primo Anastasio. Los administrativos dijeron que no pillara o iba a dar a la cárcel. Quedé muy endeudado y principalmente para el festejo de Marcelita. Mi primo me ayudó, me rentó su auto con la finalidad de obtener algún dinero haciéndola de taxista. Disculpe usted si le digo que no es un buen empleo, no lo era hasta la noche en que se terminó la gasolina del auto cerca del Parque “La Pastora”…

>>Eran las once y media, cuando al regresar a pie de la gasolinera, ví de lejos unas personas dentro de mi coche. Al principio me asusté, pero al acercarme, vi que era una pareja de jóvenes que me inspiraron confianza. No tuve tiempo de preguntar como habían entrado, ya que instintivamente me miraron a los ojos y me ordenaron que los llevara de prisa a la Carretera Nacional y que pagarían bien. Quise decirles que era demasiado tarde y que mi esposa se encontraba sola en casa; sin embargo, el buen pago que habían prometido me convenció. Durante todo el trayecto los fui observando por el retrovisor con todas las reservas: “No vayan a querer robarme”; sin embargo, al notar cómo él se dirigía hacia la chica, no dudé en pensar que era una de esas parejitas calientes que van en busca de un motel. Al pasar el Barrial, me indicaron que tomara una brecha, sentí miedo porque estaba muy oscuro y el camino no tenía final, al notarlo, ella me comentó que no sería más de un kilómetro, que en cuanto vieran al vigilante, terminaría el viaje. Y así fue. Un hombrecillo de cabeza ancha y vestidura brillante apareció de repente asomándose por el camino y se volvió a internar entre las hierbas. Luego, en el asiento de atrás, no había nadie, todas las puertas del coche tenían los seguros puestos, no quedó ni un rastro de aquella pareja; sólo cien dólares quedaron en el tablero cerca del taxímetro. Retorné asustadísimo, salí a la Carretera Nacional y lleno de impresión llegué a casa. Mi mujer dice que estaba amarillo esa noche; yo no lo sé, sólo recuerdo que el dinero me sirvió para pagar el bautizo de la bebé.

>>Se preguntará usted si dejé el taxi después del susto. Pues no, porque necesitaba dinero; además, cuando decidí entregar el taxi para siempre, Don Octavio, un anciano de setenta y tantos años, a quien acababan de atropellar a la vuelta de la casa, ya iba conmigo en el asiento de atrás. Yo llevaba bien agarrado el rosario que se pone en el retrovisor y rezando avemarías y el Don con su mirada perdida. Me indicó el camino y le pregunté con nerviosismo: ¿Es después del Barrial? Contestó que sí. Cuando se asomó y desapareció el vigilante, el anciano también se esfumó. Esa vez fueron solo cien pesos. Algo es algo, me dije con cierto nerviosismo. De regreso, al pasar por el Hospital de Gine, una señora con un bebé en brazos subió al carro. No contestó mi saludo de buenas noches, sólo me dijo: Mire, no tengo dinero para pagarle; le prometo que al llegar lo hago. ¿A dónde va? le pregunté, y me contestó que a la Carretera Nacional. Claro que yo ya sabía el camino. Y así muchos clientes salieron de la nada. Se hizo hábito ¿sabe?... ¿Va a usted a creer que una vez tuve que rentar un camión de ruta? Sí, cuando explotó la refinería de Cadereyta, fueron más de cien los que llevé en tres viajes.

>>Creo que había una orden superior para que todos ellos me encontraran. El compromiso era dejarlos allí, el día de su muerte, antes de la medianoche; si no podía dejarlos, tendría que soportar su presencia toda la madrugada hasta el día siguiente, así lo explicó el vigilante cuando una noche llegué rozando a la línea. El trabajo, como le digo, era bien pagado. Tanto que la gente que no me conocía bien, llegó a decir que yo vendía droga; otras peor, dicen que le vendí el alma al diablo. Como usted verá, yo no le vendí el alma a nadie, el jale salió solito. ¿Por qué yo? Es una pregunta absurda, porque la respuesta es sencilla: cualquier otro hubiera podido ser, solamente bastaría con haber estado en el lugar y la hora apropiada, además de dar un excelente servicio ¿o no cree que ellos se quejarían de mi trabajo? Pienso que me gané su confianza. Y en eso de dejarlos antes de la medianoche nunca les fallé, sólo una vez pasó, cuando esos tres necios le hicieron daño, sí, los que recogí en el panteón de Lincoln, la noche de anoche…

>>Era tarde ya; faltaban diez minutos para las doce y les comenté que no ibamos a llegar a tiempo, y que se me ocurre ofrecerles estancia en mi casa. Para mi mala suerte, accedieron. Mi mujer abrió la puerta, y ellos aprovecharon para entrar y acomodarse tranquilamente en un sillón de la sala. Invisibles ante sus ojos, mi mujer preguntó: ¿Cómo te fue? Más o menos, porque hoy dejé un trabajo pendiente, le contesté con la vista sobre mis clientes. En ese instante, salió mi niña del cuarto que se encuentra al fondo de la sala, me tendió sus manitas, volteó hacia las personas aquellas y balbuceó algo sin quitarles la mirada de encima. Estas personas se sintieron incómodas y se revolvían tirando arañazos a mi chiquita sin poder tocarla. La tomé en mis brazos pues comenzó a llorar, y no se consolaba con nada. Mi esposa no sabía como calmar su llanto; le dio biberones con leche, con té, le dio chupones, muñecas, y la niña no se tranquilizaba; entonces tuve que echar fuera a los espíritus, pues perturbaban a mi niñita, pero no se querían ir de la casa; por eso fui por el Padre Abundio, quien echó agua bendita y aquellos chocarreros salieron acusándome de que no podía hacerles eso, que estaba contra las leyes y el compromiso adquirido, y que traería la desgracia a mi familia...Hoy por la mañana, la niña se sintió mal, vomitó y tuvo convulsiones. En el Hospital dicen que se va a curar, “cuando le encuentren el mal, claro”, así lo dijo el doctor. Por lo pronto le encargué al Padre Abundio que no la dejara ni un minuto. A la abuela y a mi mujer les dije que regresaría pronto. Salí endiablado a buscar a esos hijos de su mala muerte, y cegado por mi furia no vi el camión de redilas, le juro que no lo vi....

>>Ya estamos llegando, desde luego, como ya se lo platiqué, ahorita va a salir el vigilante y en cuanto crucemos la línea ya no me verá usted. No se asuste, será bien recompensado.

Texto agregado el 21-01-2016, y leído por 144 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-01-2016 Se lee bien. Aunque la el destino de la niña siento es un cabo suelto. Me gustó. Pato-Guacalas
 
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