El tren de las confesiones.
El andén estaba repleto de gente, personas que iban de un lado a otro, apresuradas unas, tranquilas otras, sin apuro, las primeras para abordar el tren las segundas solamente para observar la llegada o la salida del mismo, haciéndose la ilusión que ellas también viajaban.
Una joven señora, muy bien vestida pero cuyo rostro no podía ocultar el sufrimiento, subió los tres peldaños del tren de la mano de su hija, tan elegante como la madre, una bella niña de doce años cuyos ojos brillaban y parecía muy ajena al dolor de su madre, a esa edad el sufrimiento aún no existe.
Las dos se sentaron en el primer asiento, la niña junto a la ventanilla y su madre a la izquierda.
Frente a ellas se sentaron dos hombres, uno vestía de paisano con bombacha, sombrero y poncho al hombro, su rostro no mostraba lo que en aquél momento iba pensando, era un rostro demasiado curtido por el sol, el viento y la lluvia como para dejar traslucir sentimiento alguno.
A su lado, un hombre de unos sesenta y cinco años, muy corpulento, quizá demasiado para los angostos asientos del tren, vestido de traje azul, sombrero y se destacaba su hermoso reloj de oro que llevaba enganchado a su chaleco, el cual miraba constantemente como queriendo apresurar el tiempo.
El asiento de la izquierda estaba ocupado por dos damas, una, alta y no muy elegante y la otra de mediana estatura pero se notaba que había conocido el mundo, viajado.
Las dos tendrían más o menos la misma edad, entre cincuenta y sesenta años, la más alta llevaba dos anillos de compromiso mientras que la otra sólo tenía un medallón al cual abría de vez en cuando y al mirar la fotografía dentro del mismo, sus ojos brillaban.
Frente a estas dos mujeres, se sentaron dos jóvenes, ella de unos veinte años y él quizá algo mayor pero muy serios para su edad.
En los otros asientos se sentaron ocho jugadores de rugby, todos de gran estatura y peso.
No estaban de muy buen humor, venían de perder un campeonato y en sus caras se reflejaba la tristeza de la derrota.
Luego se podía ver la puerta que conducía al comedor del tren.
En ese momento entraba el camarero para levantar los pedidos de las personas que querían almorzar.
La madre y la hija pidieron lo mismo, un cuarto pollo con ensalada mixta, el campesino ordenó asado con papas y el señor del reloj de oro, lo mismo pero con ensalada rusa y chorizo.
Las damas tomaron sopa una y sándwiches calientes la otra, la pareja de jovencitos pidió té con tostadas, pedido que llamó la atención de todos pero que por cortesía nadie comentó.
Los jugadores de rugby pidieron hamburguesas y gaseosas.
Luego de anotar los pedidos el camarero se retiró para volver minutos más tarde y al darles el pedido a los jóvenes además les dio un sándwich a cada uno pero cuando el muchacho quiso hablar para decirle que ellos no habían encargado eso, se retiró sin escucharlos.
Todos se dieron cuenta que la pobreza de la pareja no les permitía pagar un almuerzo y más aún cuando al comprobar que nadie los miraba, devoraron los sándwiches, las tostadas y el té.
Al termino del almuerzo pasó el camarero con las cuentas, el rostro del la joven mujer se tiñó de rojo, contrastando con la palidez de su marido.
La dama del medallón que estaba frente a ellos, tomó en sus manos la cuenta y sin mediar palabra alguna, la pagó.
Las lágrimas corrían por el rostro de la muchacha al agradecerle a la mujer el gesto que jamás olvidaría.
Con un ademán, la señora restó importancia al hecho y continuó la conversación con su compañera de asiento.
El viaje era demasiado largo y de alguna manera había que entretenerse, algunos conversaban entre ellos, otros jugaban a las cartas, otros dormían y otros leían.
Madre e hija jugaban a las cartas, a la conga, el campesino dormía, su compañero de asiento sacaba palabras cruzadas, consultando de vez en cuando si alguna respuesta no la recordaba.
Las damas leían mientras que la joven pareja hablaba ahora, más animada luego de haber engañado el estómago con un escueto almuerzo.
Los muchachos de rugby charlaban entre ellos olvidando a veces de que no estaban solos.
El tren continuaba su marcha cuando de pronto el cielo que hasta ese momento estaba despejado comenzó a nublarse y se desató una tormenta tan fuerte como nadie recordaba haber visto en varios años.
Relámpagos iluminaban el tren que ahora ya no iba tan rápido, los pájaros comenzaron a inquietarse, de pronto, el tren se detuvo, un enorme árbol había caído justo delante de él tapando los rieles sin permitir su circulación, poco faltó para que hubiera una desgracia, a no ser por el maquinista que había aminorado la marcha y que pudo frenar a tiempo se hubiera convertido en una tragedia sin remedio.
Todos abandonaron sus asientos causando pánico entre la gente pero el camarero, con años de experiencia logró apaciguar los ánimos pidiendo que volvieran a sentarse que pronto se resolvería todo sólo era cuestión de esperar a que mandaran al personal adecuado para sacar el árbol, sólo debían esperar.
De a poco volvieron a sus asientos, hablando unos con otros, todos querían saber cuando podían partir, continuar su viaje que ya de por sí era muy largo y cansador.
La lluvia continuaba y los pasajeros no podían bajar del tren, el viaje se estaba haciendo demasiado largo y no les quedaba más que hablar para pasar el tiempo y así comenzaron las confidencias.
La primera en hablar fue la señora del medallón y lo hizo de la siguiente manera:
___Jamás debí hacer este viaje, tenía un mal presentimiento, no acostumbro viajar en tren, prefiero el avión, pero necesitaba distraerme y no tuve mejor idea que subirme al primer tren que vi, sin saber ni siquiera su destino, aunque en realidad, no me arrepiento, mi vida es demasiado complicada, los negocios me absorben tanto que no me queda lugar para mí, trabajo tanto para olvidar otros problemas…desde hace diez años no veo a mi hija ni a mis nietos
Cuando murió mi marido, mi hija quería que vendiera el negocio de la familia pues quería casarse pero yo no estaba dispuesta a perderlo todo por un capricho y menos aún para verla casada con un don nadie entonces ella tomó sus cosas y se fue con aquél hombre y nunca más supe de ella hasta hace poco tiempo cuando me escribió mandándome una foto de mis nietos.
No me mandó la dirección por eso no se donde vive y de ahí mi pena tan grande que a veces me hace hacer cosas como esta, viajar sin rumbo.
La que habló ahora fue su compañera de asiento:
___Yo tampoco me siento muy feliz, acabo de perder a mi esposo, no tengo hijos y me siento muy sola, por tal motivo, al igual que usted abordé el primer tren que llegó para olvidarme de todo, no tengo apuro, nadie me espera.
Le llegó el turno a la pareja que estaba frente a ellas.
¬¬¬___Nosotros no queremos llegar, pero debemos, nos casamos sin el consentimiento de mis padres, dijo ella, pero como no tenemos dinero, lo único que nos queda por hacer es ir a vivir con los abuelos de mi marido que viven en el último pueblo al que llega el tren.
Ellos nos están esperando, para que mi esposo trabaje en el campo y yo en la casa, los abuelos se sienten muy cansados y viejos para esos trabajos.
Tenemos fe que algún día mis padres nos perdonarán, para volver a la capital y ocupar un lugar en la familia.
La dama del medallón sonrió y les dijo que si ella conociera a sus padres, les diría lo equivocados que estaban al no aceptar el destino de verlos casados, ella lo sabía por experiencia propia.
___No te preocupes consoló el esposo a la joven, no siempre vamos a vivir así en cuanto junte algo de dinero vamos a volver a la capital y de alguna manera volveremos a estudiar.
La muchacha les contó a los eventuales oyentes que los dos eran estudiantes y querían recibirse pero como aún les faltaba algunos años decidieron casarse para vivir juntos.
Todos miraron entonces a la mujer que viajaba con su hija, para oir lo que tuviera que contar pero esta se calló y miró hacia otro lado.
El que habló ahora fue el señor del reloj de oro y lo hizo así:
___Yo si estoy apurado por llegar, soy estanciero y me he enterado de que se vende una estancia a muy bajo precio y no me la quiero perder por nada del mundo, los negocios ante todo.
Mientras hablaba el estanciero, el paisano que había cerrado los puños, lo miraba sin pestañear pero poco a poco fue enrojeciendo hasta que los demás lo notaron y le preguntaron cuál era el motivo de su enojo a lo que el hombre contestó:
___Estimado señor, no se preocupe por llegar tarde, la estancia que se vende es la mía y si yo no llego, no se vende.
Todos prestaron atención a lo que el paisano pasó a relatar:
___Hace algunos años, mi padre al fallecer me dejó en herencia, una estancia con vacas y toros la que administré he hice prosperar pero la ignorancia me llevó a la ruina. Hace un par de años oí nombrar la enfermedad de la vaca loca en Inglaterra, pero mi ignorancia me decía que estábamos muy lejos de aquél país para que mi ganado se enfermara pero no fue así, un día me desperté con la enfermedad en mis vacas y al no estar vacunadas, una a una las fui perdiendo. Luego, mi mujer se enfermó tuvimos que internarla y como en el campo no había sociedades, tuve que pagarle un sanatorio y médicos particulares. En unos días le dan el alta pero tengo que vender la estancia porque se me acumularon las cuentas y no tengo con qué pagarlas, lo único que me quedan son los toros, por eso le digo amigo, que no hay apuro por llegar, la estancia sólo se vende si yo estoy.
El estanciero no tenía palabras, ahora entendía el sufrimiento del hombre que tenía como compañero de viaje y poniéndose en el lugar del otro le dijo:
___No se crea un ignorante, compañero, yo que siempre me jacté de ser el mejor estanciero también tuve bajas en mis vacas por la misma enfermedad y en el momento lo que más necesito no es una nueva estancia sino que luego de oírlo ya no pienso comprarla pero le propongo un negocio que nos beneficiará a los dos, usted me alquila sus toros que por lo que me dice son de muy buena raza y yo le pago un buen precio por ellos, así no tendrá que vender su estancia, podrá pagar las deudas y comprar vacas que estoy dispuesto a venderle a muy bajo precio, no puedo permitir que un trabajador se quede sin la herencia de su padre.
El rostro del paisano cambió, la mente se le llenó de ideas, nunca antes había pensado en alquilar sus toros pero ahora se daba cuenta de que era una excelente idea.
Los oyentes estaban tan absortos en la conversación que hubo un gran silencio hasta alguien comentó lo chico y hermoso del mundo que permitía que dos hombres completamente extraños obtuvieran ambos, ganancias en algo que prometía ser más que un negocio, se habían conocido para ser amigos.
Al fin, la madre de la niña, luego de ver que todos habían hablado y contado sus penas, se decidió y habló así:
___Vengo a este pueblo a encontrarme con mi esposo al cual no veo desde hace dos años, aunque en realidad no se si quiero verlo, nos abandonó a mi y a mi hija un día, por otra mujer pero hace algunos días me llamó por teléfono pidiéndome perdón y para decirme que deseaba ver a nuestra hija.
Ella por supuesto quiere verlo pero yo no se si lo he perdonado o si aún le guardo rencor. También me mandó una carta donde me dice que lamenta lo que nos hizo y que con la otra mujer sólo duró un par de meses y que se separaron, también me manda la fotografía de una casa que compró para nosotros, durante dos años ahorró para darnos la sorpresa.
Es una casa hermosa, con todo lo que siempre soñé, pero a pesar de venir a verlo, aún no sé que debo hacer.
La señora del medallón la interrumpió, diciéndole lo siguiente:
___Querida señora, yo que usted no desaprovecharía la oportunidad de volver a tener una familia, por lo que veo, usted aún ama a su esposo, de lo contrario no estaría acá en este momento, su esposo, está arrepentido y se lo demuestra, además su hija necesita a su padre, lo demás entiérrelo en el pasado y no le de más importancia de la que en realidad tiene, hable con su esposo y juzgue usted misma, lo demás se lo dirá el corazón.
La joven madre sintió un gran alivio al escuchar a aquella mujer a la cual no conocía más que desde hacía un par de horas pero que le había aconsejado según su propio criterio lo mejor para ella y para su hija.
Los jóvenes jugadores de rugby que también escuchaban, comenzaron a aplaudir y todos se pusieron a reir hasta que la mujer alta habló:
___Este parece ser el tren de las confesiones aunque también diría que es el tren de los milagros pues parece ser que muchas de nuestras vidas van a tener un giro importante luego de este viaje. Después de escucharlos a todos he decidido que volveré a la ciudad y haré lo que toda mi vida pospuse por una razón u otra, voy a inscribirme en una escuela de arte, mi sueño es pintar, el dinero no me preocupa, tengo suficiente para vivir y con eso basta.
Su compañera la felicitó y le dijo que era una excelente idea la vida tenía que continuar con los vivos, con los muertos ya tendríamos tiempo para reunirnos y que ella también cambiaría su vida buscaría a su hija y harían las paces, conocer a sus nietos era lo que más deseaba en esta vida.
Luego de un rato, como por arte de magia, salió el sol y un enorme arco iris atravesó el cielo de punta a punta.
Los jugadores de rugby se pusieron a cantar y hasta hicieron bromas respecto a la olla de oro que supuestamente se encuentra al final del arco iris La derrota del campeonato era cosa del pasado ahora era tiempo de comenzar a pensar en el próximo campeonato con humor y alegría.
Al pasar la lluvia, todos bajaron del tren y sacaron el árbol, el camino estaba despejado, el sol volvía a brillar y sólo les restaba continuar hacia sus destinos.
Omenia
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