Me apresuro a orientarme hacia el este, espacio venerado desde los tiempos de los faraones, como la puerta de ingreso del Sol.

Sé que no va a tardar en brotar desde las entrañas de la tierra.

El Dios Ra, en un horizonte perplejo, imperceptible, inerme.

El día debiera comenzar junto a él. El mundo atrasa seis horas, que es el tiempo que transcurre entre la medianoche y el alba.

La luz como símbolo del nacimiento, omnipresente. Una energía brutal que emana del horizonte, pinta de colores el firmamento delineando todas las formas de la vida, su presencia sorprende, emociona.

Un amanecer perpetuo, espectáculo vibrante que nos devuelve la vida robada por la vigilia en las noches sombrías.

OTREBLA