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EL NIÑO AUTISTA

Oí hablar de un niño de nueve años que padecía autismo. Nadie había logrado sacarlo de su mundo interior. Lo habían internado en un centro especializado. Entre los cuidadores corría la voz de que este niño poseía la facultad de predecir el futuro.
Debido a su autismo, no se expresaba con palabras sino que en un cuaderno respondía con dibujos y garabatos a las preguntas que uno le hiciera. Solía permanecer horas asomado a la ventana con barrotes de su cuarto. Si el visitante le caía en gracia despertaba un poco del amodorramiento; en caso contrario, era inútil insistir.
Yo tuve suerte: no debí de caerle del todo antipático; enseguida se mostró conforme con la idea de escribir en su cuaderno a fin de satisfacer mi deseo de saber qué opinaba sobre ciertas cuestiones.
Antes que formular preguntas, convenía lanzar palabras sueltas, temas que pudiesen dar lugar a polémica en cualquier persona, salvo en un autista.
Lo primero que le dije fue:
"¡Contaminación...!"
El niño sacó de su estuche un lápiz de carboncillo, con el que empezó a trazar puntos dentro de la hoja en blanco. Al principio no había muchos puntos, casi pasaban desapercibidos en la superficie de papel. Pero transcurrido un buen rato consiguió que la página mudase de color: había pasado del blanco total al negro total.
Así –me dije entonces– actúa el ser humano con este planeta donde halla, no obstante, cobijo y sustento. Nos hemos empeñado en transformar su limpia superficie en un territorio tan oscuro como el carbón o el petróleo.
Al principio esto no se nota, pero algún día no veremos otra cosa que desperdicios, plásticos y alquitrán.
Pronuncié a continuación la segunda palabra:
"¡Despilfarro!"
El niño se puso al instante a hacer mímica: quería que le trajeran dos vasos, uno de ellos repleto de agua. La auxiliar que me acompañaba atendió al punto esta demanda y entonces vimos cómo representaba una increíble –y absurda– comedia. Pasaba el agua clara de un vaso a otro, de un recipiente a otro. Y cada vez nos miraba y solicitaba nuestro aplauso. Y nosotros le aplaudíamos y reíamos como si estuviéramos asistiendo a la función teatral más divertida del mundo.
Pero no dejamos de notar que en cada trasvase se perdían gotas de agua. Pues bien, tantas veces repitió esta operación, tantas veces solicitó nuestro aplauso y entusiasmo, que llegó un momento en que ya no quedaba una gota de agua: ¡las había derramado todas por el suelo!
¡Qué pronto comprendí lo que aquello significaba! En efecto, el despilfarro consiste en trasladar una sustancia valiosa (el agua, los alimentos) de un recipiente a otro. En la operación se pierde parte de esta sustancia y al final nos quedamos sin la posibilidad de llenar de nuevo el cántaro.
Eso es lo que está haciendo sin duda el hombre moderno con tantos elementos que son sin embargo vitales para la subsistencia.
Se nos había hecho tarde y la enfermera quería que nos retirásemos y dejáramos descansar al niño. Tras rogarle un poco, la convencí para que me dejara formular una tercera palabra:
"¡Libertad!"
El niño pidió con gestos un espejo. Y delante de ese espejo se puso a representar los animales que se le ocurrían. Al principio fue un pájaro; luego un pez; luego un macaco; luego un león; un lince; una lombriz de tierra; una tortuga; y así...
Por último, adoptó una compostura humana. Se llevó ambas manos al cuello y trató de ahogarse a sí mismo. Por fortuna, la enfermera se lo impidió.
¿Qué representaba para este niño la libertad sino la imagen que de él mismo se hiciera? En nombre de su libertad, quiso auto-liquidarse.
Es justo lo que está haciendo el ser humano: en nombre de su tan cacareada libertad, se autodestruye al eliminar las condiciones que permiten que haya vida en este planeta.
Salimos la enfermera y yo del cuarto. El niño se había quedado de nuevo ensimismado frente a la ventana con vistas al campo. Ahora entendía por qué los celadores y el resto del personal sostenían que esta persona poseía la facultad de adivinar el futuro. En efecto, aquel niño autista veía el porvenir con más clarividencia que ningún otro sabio.

Texto agregado el 21-01-2016, y leído por 237 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-02-2016 Aveces quien menos trasmite es quien más percibe. Un saludo. inalcansable
26-01-2016 Me hubiera gustado mantener la ingenuidad, por desgracia la vida de los adultos no lo permite. La razón de lo que sucede en el mundo es bien simple (creo haberlo dicho ya): hemos evolucionado a nivel tecnológico, pero a nivel mental siguen dominando los instintos primarios (egoísmo, avaricia, gula, envidia, ira, etc.) Hay un desfase entre la madurez del ser humano y su capacidad de obrar. Y como le falta madurez mental parece que solo sabe destruir. Saludos. Leandro77
23-01-2016 No podemos calificar esta obra como un ensayo, no posee postulado ni corolario, ni la elevación de teorias pragmáticas. Excelente cuento sí. Saludos. hippie80
22-01-2016 Veo que este es tu tema recurrente, pero seguís manejándote con cierta ingenuidad, sobre todo en esa aparentemente extraña concepción de la libertad. Por otra parte, da la sensación de que no te ponés a pensar por qué ocurre todo eso (al margen, claro, de los intereses económicos que por ahí mencionaste). guy
22-01-2016 Estoy con "tuki". El desarrollo y la moraleja dan al todo una construcción de cuento que está bien logrado y bien escrito. yvette27
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