DESTELLOS DEL MEDIO ORIENTE

Era un día normal en la ciudad de Fez. En sus angostas callejuelas repletas de bazares los mercaderes vendían y transaban sus telas, joyas y alfombras al mejor postor. En una esquina, el encantador de serpientes deleitaba a grandes y chicos con la suave melodía de su flauta mágica y al ritmo de la cual, una colorida serpiente surgía ondulante desde una cesta. Si, la ciudad estaba hermosa, con los rayos del sol bañando sus calles y el aroma de las especias vistiendo el aire de una mística y profunda belleza.

Así, el sol se fue apagando lentamente, envolviendo a la ciudad en un suave tono rojizo que poco a poco dio paso a una noche con cielo azul oscuro adornado con miles de fulgurantes estrellas. Una tibia brisa viajaba por las silenciosas callejuelas y en ella permanecía aún el aroma de las especias, que ahora le daban a la noche un delicado misterio que invitaba a soñar.

Al final de la ciudad, el palacio dorado resplandecía como una majestuosa joya de oro sobrepuesta sobre el cielo estrellado. En su interior, se podía respirar el suave aroma de finos inciensos y se escuchaba desde lejos el tenue silbido de la brisa nocturna. Una sutil luminosidad alumbraba el gran salón, dibujando en las paredes las sinuosas sombras de los maravillosos adornos que allí existían y en los cuales las esmeraldas, rubíes y los más diversos diamantes trazaban bellas figuras que lanzaban pequeños rayos de vivos colores, brindándole al lugar la fantasía y la magia de una noche de ensueño.

Allí, recostado sobre elegantes cojines estaba Amed, el sultán, absorto en medio de tan hermosa noche, embelesado sintiendo la mágica tranquilidad de aquel momento, que lo fue llevando poco a poco a añorar épocas pasadas llenas de alegría y amor. Entonces, deseó con gran intensidad volver a vivir algún tiempo lejano. Su corazón y su mente pidieron a Alá que su deseo se cumpliera. Sintió entonces, que el aroma del incienso se acentuaba y comenzaba a entrelazarse con una suave melodía que inundó el lugar. Luego, fueron apareciendo destellos de luz suaves y ondulantes que danzaron como lo hacen las olas del mar cuando está tranquilo, acariciando la tibia arena de la playa bajo el sol que, poco a poco, se va escondiendo detrás del horizonte.

Después, aparecieron dos destellos luminosos que se situaron cerca de él y siguiendo el compás de una nueva melodía danzaron con sutil coquetería, enviándole a Amed un mensaje de intensa felicidad, que le recordó aquellos años de su juventud cuando el verano inundaba la ciudad y él, despreocupado y contento, jugueteaba con sus amigos, sintiendo el aroma y deleitándose con el maravilloso colorido del arcoiris infinito formado por las exóticas flores que vestían los majestuosos jardines del palacio.

Luego, otro destello de luz se hizo presente en el salón, llegaba envuelto en un velo que lo convertía en una delicada figura etérea y que comenzó a danzar jugando con la transparencia que lo cubría, proyectándole a Amed su delicada y mágica candidez.

Hubo un último destello, era como una frágil mariposa que con alegría se posó en aquel lugar y con sus suaves y ondulados movimientos fue revelando su danza, que mezclaba la delicadeza con la fuerza vital de la felicidad.

Y así, el deseo de Amed se había cumplido, haciendo de aquella noche especial una experiencia mágica y misteriosa que no terminaba aún, porque los destellos, ahora convertidos en bellas mujeres, permanecían junto a él para luego desplazarse por el salón y mirar al mundo dejando un mensaje de alegría y paz a través de la danza.