La dignidad de la muerte
Al lado de la cama del enfermo el duelo empieza y continúa junto al cuerpo inerte.
Arnoldo Kraus
Queridos amigos:
Es curioso, el último ciclo del hombre es la muerte. Sin embargo a través del tiempo ha cambiado la manera de disponer de los cadáveres. Actualmente es con prisa.
Poco se piensa en la dignidad de la muerte. La dignidad atañe al cadáver y a las personas cercanas de quién falleció. La sociedad moderna limita los instintos humanos. Ya los velatorios no son en la casa del difunto, sino que en lugares contratados ex profeso. La celeridad de enterrar o cremar a los muertos es un ejemplo de la prisa de los tiempos actuales. Esa celeridad milita contra la dignidad del finado e impide iniciar el duelo como se debe: al lado del cadáver, rodeado de seres queridos, con el tiempo necesario para facilitar la despedida.
Los velorios muchas veces se convierten en reuniones sociales, donde los amigos cuentan tallas y toman copas supuestamente para contrarrestar el frío, ya no la desvelada, pues se cierra la funeraria y tranquilamente se van a dormir.
Antaño, antes de que la medicina “esterilizase” la muerte, la mayoría fallecía en casa, con la familia, pero, cada vez es menos frecuente decirle adiós al enfermo en casa, sin autoridades médicas o eclesiásticas que pugnan por dosificar tiempo y afecto.
La muerte es el culmen de la dignidad. Tras la muerte sobreviven diversos espacios. Por regla general impera la hipocresía, no hay muerto malo, todos fueron buenos. Es difícil para muchos otorgarle al cadáver lugar y tiempo que implica respetar su vida y honrar su muerte.
Por desgracia es común que el cadáver propicie desencuentros; es fuente de miedo y paradigma de las incapacidades del ser humano, entre ellas, acercarse, tocar, compartir. El cuerpo sin vida le recuerda a la persona su vulnerabilidad y lo confronta con sus incapacidades para cavilar sobre el duelo y la dignidad de la muerte. No todos los familiares se ponen de acuerdo. Si el pobre abuelo fallecido fue pobre y le toca a los hijos pagar el funeral, vienen los pleitos y muchos con presteza escabullen su obligación de cooperar con los gastos. Eso sí, son los más escandalosos en sus llantos y manifestaciones de dolor.
Los significados del cuerpo sin vida, y el brutal peso de la modernidad impiden, a la mayoría de las personas honrar la muerte. Pocos inician el duelo enalteciendo el suspiro postrero del muerto.
En lo personal, con el paso de los años y el deterioro normal de mi cuerpo quisiera que al emitir mi último estertor de vida, de inmediato me llevaran al crematorio y esparcieran mis pavesas en un jardín de mi ciudad. De esta manera evitaré los actos de hipocresía junto con lo de verdadero dolor de los que me acompañarían en la funeraria. ¿Es mucho pedir? ¿Mis deudos lo harán? O…
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